MÚSICA EN EL VOSTELL, EL LATIDO DEL TIEMPO
Sep 29 2020

EL MÉRITO DE JOSÉ ANTONIO AGÚNDEZ (DIRECTOR DEL MUSEO Y CRONISTA OFICIAL DE MALPARTIDA DE CÁCERES) Y ALBERTO FLORES (TÉCNICO DE ARTE)

Malpartida de Cáceres. Museo Vostell. 25 y 26-IX-2020. XXII Ciclo de Música Contemporánea del Museo Vostell Malpartida. Conciertos de Ingar Zach y Trío Zukan.

Hay lugares en los que el latido del tiempo se advierte con mayor insistencia que en otros. Coincide a menudo con espacios deslocalizados que nos invitan al sosiego, pero también a la reflexión y a la confrontación; ya con nosotros mismos, ya como es el caso, con el arte en toda su multiforme realidad. El Museo Vostell es una de esas estancias a las que aludimos; enclavado en el monumento natural de los Barruecos; vida y arte, como fue la máxima aspiración de su impulsor, el artista alemán Wolf Vostell (1932-1998), se adentran aquí de la mano en el dédalo.

Cada mes de septiembre, desde hace 22 años, se enarbola la bandera de la aventura, porque no de otra manera ha de entenderse la pretensión de urdir en un lugar por el que nadie pasaba por allí un ciclo de música rotundamente actual (entiéndase, comprometida con su presente, renuente a modas, militante, exploratoria). Ese mismo estandarte desde luego ya lo izó Vostell en un edificio que, en origen, fue un ruinoso secadero de lanas. El mérito de José Antonio Agúndez (director del museo y cronista oficial de Malpartida de Cáceres) y Alberto Flores (técnico de arte) ha sido, precisamente, no claudicar y apostar por iniciativas que, con toda seguridad, ningún responsable político les iba nunca a exigir. Como este (modesto pero empeñadísimo) foco de música actual que es ya peregrinaje obligado cada año.

En un país en el que la música contemporánea no tiene rango ni tan siquiera de cara B en los teatros y programaciones culturales públicas y en la que su episódica programación obedece más a la cuota que al querer, en este museo se defiende la máxima vostelliana: “Son las cosas que no conocéis las que cambiarán vuestra vida”. Por eso cuando hace cuatro años en un chispazo de luminosidad administrativa el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) decidió abrigar económicamente el ciclo hubo que advertirle que sí, que gracias, pero que este no es lugar ni para música de circunstancias ni para amortizar compromisos. Que aquí impera la ley sonora de Fluxus, la máxima del ensayo y el error, del tantear a ver qué sucede, del atreverse, del probar y seguir experimentando, de celebrar la vida y sus sonidos. No hay otro sitio en España en el que, con poco más de cuatro maravedís en la hucha, hayan desfilado artistas sonoros como Ben Patterson, Philip Corner, Tom Johnson, José Iges, Jaap Blonk, Slavek Kwi, Ghédalia Tazartes, Utte Wassermann o Francisco López. La lista, en más de dos décadas, es imponente.

Y así, movidos por ese afán del no arredrarse y no dejar de hacer también en año de cercenadora pandemia, las paredes del Vostell volvieron a resonar con una XXII edición por la que han pasado los músicos y artistas sonoros Adriana Sá, Ricardo Jacinto y Yaw Tembe, el Ensemble Sonido Extremo, los percusionistas Carlota Cáceres e Ingar Zach y el Trío Zukan; de los últimos dos damos cuenta en estas líneas.

El noruego Ingar Zach (1971) es un percusionista de referencia y extensa trayectoria que expande sus lineas de acción, fundamentalmente, en los ámbitos del arte sonoro y el jazz experimental. Que llegase al Museo Vostell era solo cuestión de tiempo. Su comparecencia, el pasado viernes 25 de septiembre, la motivó la presentación de un solo que dio en llamar Reflexiones y en el que, en efecto, planteó una improvisación controlada a través de estructuras en la que repasó durante una hora todo el arsenal de texturas, hallazgos rítmicos y secuencias electroacústicas que caracterizan anteriores trabajos a solo en su prolija discografía como M.O.S. y Loner. Sin perder de vista un finísimo hilo conductivo que permitió que todo su concierto se desarrollara en forma de arco hubo en él también un subrayado y llamativo componente rítmico más cercano a ciertos pasajes de uno de sus últimos trabajos a solo, La Stanze. Zach, con una concepción formal de base considerablemente clásica, alternó momentos más ensimismados (buscando resonancias entre el bombo sinfónico y los platos, tañendo con el arco cuencos tibetanos…) con otros en los que, mediante pequeños artefactos como resonadores y ventiladores de mano, excitó parches y superficies creando un palpitante magma sónico.

Si con Zach el público fue consciente, tras su intervención, de haber asistido a una exploración percutiva de muchos quilates, la cita con el joven Trío Zukan al día siguiente marchó por derroteros diferentes, por senderos más inestables, pero generalmente atractivos. Nacidos tras la coincidencia de sus integrantes en Musikene, María Zubimendi (acordeón), Gorka Catediano (percusión) y Jon Ansorena (txistu) integran un conjunto en el que, además de sus instrumentos, plantean con ambición obras en las que objetos muy diversos y dispositivos electrónicos se integran en un repertorio que, forzosamente, están estimulando ellos mismos por la lógica infrecuencia del orgánico que plantean, con numerosos instrumentos de raíz tradicional vasca. Es justamente esa mixtura de modernidad y raigambre la que confería una muy apreciable pertinencia a su visita al Museo Vostell.

La debilidad y la fortaleza, tal es la paradoja, de los miembros de Zukan es su juventud; pueden hacer y deshacer, equivocarse y reajustar. Presentaron un concierto con algunas indudables piezas de interés pero también desordenado en su afán de mostrar una cartografía estética demasiado amplia en una sola sesión y que estuvo jalonada por erráticas presentaciones de cada partitura. En ese sentido su propuesta pareció estar guiada más por un intento de dejar constancia de las posibilidades virtuosas de sus integrantes que por una base conceptual sólida. Desde luego que los tres dieron sobrada lección de su ductilidad como instrumentistas (Zubimendi, además, resaltada por una potente presencia y gestualidad), así como de un olfato engrasado para ir buscando compositores que vayan escribiendo con sus obras la historia del grupo.

Arrancó el programa con una insustancial miniatura hippie de Frederic Rzewski (1938), To the earth, para voz y macetas, resuelta con efectividad, con una curiosa melopea que tanto recordaba al high pop de Laurie Anderson como a las sound stories de Robert Ashley. Bertso, para voces, txistu, acordeón microtonal y percusión constituyó después el momento de mayor interés del concierto, obra de Francisco Domínguez (1993) que utiliza la fonética del euskera en un entramado de gran violencia instrumental y con profuso empleo de técnicas extendidas al servicio de un impactante y furibundo dramatismo. Es en su hipertrófica exageración donde radica, a su vez, parte de su juvenil efectividad. Jagoba Astiazarán (1986) estrenó ZKN, para dos txistus, dos tamboriles y silbote, obra menor y de hechuras más convencionales que funcionó como recordatorio de la tradición musical que aspira a renovar el Trío Zukan. Begiratu, de María Eugenia Luc (1958), volvía a una escritura de timbres y reencaje armónico; una página sólida que pudo, si acaso, funcionar como pausa entre propuestas estéticas más especulativas. Lantz, de Mikel Chamizo (1980), pese a su resistencia a configurarse como música programática no podía sustraerse, sin embargo, a la caracterización instrumental de los personajes estrafalarios de la leyenda tradicional navarra que sirvió de acicate a su escritura. Finalmente, de Hugo Morales (1979) tomaron dos piezas de su ciclo Phobia; en la primera de ellas, muy performativa, asistimos a un combate de boxeo entre Zubimendi y sus dos colegas traducido a música mediante base de batería, pedal, distorsión electrónica y dos quijadas. La segunda, con la que finalizó el programa, Batuccatta, devino en una innecesaria traca de mal gusto a partir del uso percutivo de tres quijadas de caballos. Con una mayor dedicación a la lógica de la confección de los programas y una puesta en escena menos desenfadada el Trío Zukan ganará en solidez. A ello ayudará, en el futuro, que notables compositores se sientan estimulados a escribir música para esta inesperada reunión instrumental. Como muestra, un botón: José María Sánchez-Verdú tiene en agenda de 2021 el encargo de una obra para el trío.

Fuente: https://scherzo.es/

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