POR ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓN
Tengo una ahijada, Angélica Sos (sobrina nieta de Don Vicente Sos Baynat y biznieta de Pascual Tirado, nada menos, e hija de mi entrañable amigo Pepe Sos) que no lo es de pila bautismal, pero a la que he concedido esa designación, por amistad afectuosísima, y ella lo ha aceptado por idéntica razón. Pues bien, Angélica es mamá entusiasmada de un niño precioso de cinco meses, a quien han puesto el nombre de Jan, que tiene una cautivadora sonrisa perpetua en su boquita que embelesa. Tenerlo en mis brazos me hace revivir las sensaciones de cariño y ternura que sentí, ya hace algunos años, con mis nietos cuando vestían pañales y muchos más con mis hijos. He de confesar que tengo una especial devoción sentimental por los recién nacidos que me convierte, por imperativo del calendario, en abuelo baboso.
Y como nadie ignora que me gusta cantar, porque me permite exteriorizar mejor mis emociones, pues no pierdo la ocasión cuando acuno al chiquitín ahijado nieto, de entonarle, muy piano, casi de falsete, alguna de las muy hermosas nanas que se han escrito y que (aunque parezca mentira) llevan la firma de grandes compositores. El otro día entonando la de Manuel de Falla, en la frase que dice «nanita nana», me vino a la memoria el origen de esas palabras que tienen (también parece increíble) un origen arábigo (de «nám, nám, nám ínta», «duerme, duerme, duérmete tú») como significó el académico Federico Corriente, experto en la transliteración de locuciones andalusíes al castellano. Ojalá todos los vocablos tuvieran la acepción de amor y ternura que tiene «nanita nana».