POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Se llamaba Narciso Salinas (Narcisín para su familia y todos los vecinos), era hijo de Narciso Salinas y Mariquita (La Molinera), fue un vecino afable, trabajador y con un coraje digno de encomio. Nacido en el año 1916, era el menor de seis hermanos llamados: Soledad, Joaquín, Sacramentos, Lucía, Virtudes y él mismo «Narcisín»; nuestro personaje.
Vivía en la calle O¨Donnell, 3, frente a mi casa. Y mi abuela Clarisa y su familia nos contamaban, que siendo muy pequeño le dieron unas calenturas qué, aunque sobrevivió a ellas, le dejaron marcado para toda la vida.
Quedó afectado de las cuerdas vocales y hablaba con mucha dificultad; más que hablar balbuceaba. Dicha limitación le causó grandes problemas a la hora de relacionarse con los jóvenes de su edad y, además, «los mas pequeños se metían con él».
Se centró en su trabajo como transportador de mercancías con un carro y, como sus padres tenían un colmado de ultramarinos y sus hermanos Joaquín y Sacramentos sendas tabernas, era el que hacía el suministro de vinos, licores y demás productos de abastecimiento. Manejaba el carro con gran destreza y cuidaba de su reata de jacas con mucho esmero.
Tan pronto como regresaba al pueblo con su mercancía, hacía el reparto y metía a sus caballerías en las cuadras para que descansaran, se abrevaran y alimentaran. Todos decían que tenía las jacas más valiosas y cuidadas del pueblo.
Como tenía serias dificultades para comunicarse con los demás, los días de descanso se daban unos paseos con su jaca preferida, por la orilla del río. Era un gran jinete. Al llegar a las puertas de la cuadra, junto a su casa, todos los vecinos nos enterábamos y, si llegaba a altas horas de la noche o de madrugada, nos despertaba, teniendo que escuchar la repulsa de algunos vecinos. Verdaderamente, era muy prudente y vergonzoso, agachaba la cabeza y se ponía colorado como un tomate.
Como entonces no existían logopedas, fue el maestro Juan José Ripoll, en sus últimos años de estancia en el pueblo, quien le ayudó a pronunciar algunas palabras con las que se comunicaba con sus vecinos.
En aquella comarca no existían las piscinas y, en los días calurosos de verano, se bajaba con su jaca, al Azud, la ataba a unos arbustos ribereños y se bañaba con los jóvenes, en el río Segura.
Era un buen nadador, sin embargo, el día 15 de agosto del año 1950, fiestas patronales de Villanueva, se sumergió en el agua y un remolino y la fuerte corriente del agua lo arrastró y engulló.
Quienes se estaban bañando con él, al notar su ausencia comenzaron a buscarlo; siendo vanos sus intentos. La corriente del agua lo trasportó hasta la presa y la compuerta y, cuando lo hallaron estaba sin vida. Sí, falleció en las entrañas de las aguas del río Segura.
La jaca, que permanecía atada entre los juncos y baladres, esperando a su jinete, relinchaba como si estuviera lamentando la ausencia de su amo.
El laborioso, sencillo y honesto «Narcisín», no regresó al pueblo montado en su jaca. Nos dejó para siempre.