POR SANTOS BENÍTEZ FLORIANO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE CÁCERES
Dentro de pocos días se celebrará la fiesta más importante que podamos conmemorar, la Navidad, que es la solemnidad más espectacular del cristianismo; nada más y nada menos que el nacimiento de Jesucristo en Belén, el Dios que se hizo hombre para salvarnos a todos y como niños estamos ansiosos de que llegue el día.
El eclesiástico, historiador y cronista Francisco López de Gómara en 1555 hablando del descubrimiento de las Indias señalaba que había sido el mayor acontecimiento de la historia, después de la creación del mundo y de la encarnación y muerte del que lo creó.
La Iglesia en su misión evangelizadora de ir por el mundo anunciando la Buena Nueva ha querido dedicar un tiempo a profundizar, contemplar y asimilar el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios; a este tiempo lo conocemos como Navidad.
Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del hombre. La Navidad celebra esa presencia renovadora de Cristo que viene a salvar al mundo.
Benedicto XVI dijo que el Niño que nació en Belén lleva consigo la liberación y abrirá para nosotros el camino que lleva a la plenitud de la vida, a la participación de la vida misma de Dios. Dona a cada uno la gracia de una Navidad en paz.
Tristemente la Navidad se ha convertido en una celebración donde Jesús, máximo protagonista parece que no ha sido invitado. Tenemos fiestas, regalos, adornos, etc. Pero cada vez se tiene menos al auténtico Señor de la Navidad.
Adornamos las calles, las casas, las tiendas, etc., pero sin embargo aquel que dijo “yo soy la luz del mundo” está ausente. Necesitamos iluminar nuestro interior.
No nos dejemos arrastrar por esta vorágine consumista que nos invade, para satisfacer la avaricia de unos pocos, que nos encamina indefectiblemente hacia la insatisfacción como individuos.
Hoy el mundo ignora que sin Jesús en el corazón, la Navidad no dejaría de ser una celebración de apenas un mes y luego volvería de nuevo la tristeza, la ansiedad, la preocupación por el futuro y la desesperanza.
Que distinta es una Navidad teniendo siempre presente en nuestras vidas a Jesús, entonces la celebración dura toda la vida.
Dios quiere hacer de nuestra vida una permanente Navidad, donde la paz, la esperanza, la caridad, el amor y la convicción de un futuro mejor llenen nuestra mente y nuestro corazón para siempre.
Este Niño nos habla de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre, y nos señala que debemos de vivir una vida “sobria, justa y piadosa”.
Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios. Y que, ante Él, brote de nuestros corazones la invocación: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.
La Iglesia nos pide que todos los feligreses vivamos con recto sentido la riqueza de la vivencia real y profunda de la Navidad. Y como nos dice nuestro actual Papa Francisco “que jamás seamos indiferentes ante los gritos de los pobres”.
Y como dijo nuestro Obispo D. Francisco: “La vida sin la Navidad es como un mar que no tiene agua”.
Hagamos de esta próxima Navidad el primer día de una vida plena colmada de solidaridad y cariño al prójimo.