POR JOAQUÍN MUÑOZ CORONEL, CRONISTA OFICIAL DE CORRAL DE CALATRAVA Y POZUELO DE CALATRAVA (CIUDAD REAL).
No debemos olvidar que también tenemos en España un tipo de canción navideña autóctona, el Villancico, o canción popular breve con estribillo.
DE PRESENCIAS Y AUSENCIAS
De aspiraciones, decepciones y sorpresas de todo tipo. Que también tienen su encanto… y su morbo. La Navidad es, en suma, la mejor época del año, la del Encuentro. Con aquellos que, como las cigüeñas, vuelven cada año; pero también de encuentro con los que sin estar ya físicamente aquí, llenan en estos días cada minuto de nuestra vida, y cada rincón de nuestra casa. Dicho todo lo cual, aquí y ahora, conviene retomar el camino iniciado con esta breve pero profunda reflexión sobre la Navidad, su origen, su texto y su contexto…
La palabra Navidad proviene de Natividad, y es clara referencia, desde luego, al nacimiento de Jesucristo. Sin embargo, la fecha de Navidad, 25 de diciembre, probablemente no coincide con la verdadera fecha del nacimiento de Jesús. Y flota desde siempre la correspondiente duda en el mundo cristiano. Porque, según hemos podido saber, la estrella de Belén que guió a los Reyes Magos hacia el niño Jesús, aparece sólo cada 974 años. En realidad, es muy probable que se trate de una brillante conjunción de Júpiter y Saturno, dentro de la ‘Constelación de Piscis’, que, en nuestros tiempos y al parecer, fue vista por última vez en 1942 y no reaparecerá hasta el año 2916.
Pero hay quien señala que, la verdad de aquel lejano día que conmemoramos, es que coincidieron en el signo de Piscis el Sol, la Luna, Venus, Júpiter y Saturno, formando lo que pareció una estrella de gran resplandor. Si restamos sucesivamente de 1942 la cifra de 974, puede concluirse que la estrella de Belén apareció en el año 6 a. C. Sin embargo hay cálculos científicos que permiten afirmar que tal acontecimiento astronómico ocurrió exactamente el 1 de marzo del año 7 a. C. De ser así, y suponiendo que la estrella de Belén hubiese sido la manifestación visual de esa conjunción global de astros, la conclusión final sería que Jesús no nació ni en diciembre, ni en el año conocido en la cristiandad como “Año Cero”.
NACIMIENTO DE JESÚS
Ya en el siglo VI, el monje Dionisio había fijado el nacimiento de Jesucristo en el año 754 de la fundación de Roma. Pero, lamentablemente la fecha no resulta exacta, ya que Herodes murió en el 750, es decir, cuatro años antes, y se supone que Herodes había ordenado la matanza de inocentes tras la llegada del Mesías, que fue cuatro años después. De todo lo cual cabe deducir que, en realidad, Jesús tuvo que haber nacido antes de la primavera del año 4 a. C., que es la fecha de la muerte de Herodes. Lo contrario sería admitir una aparente contradicción, que implicaría que “Cristo nació antes de Cristo”. Un problema que ni siquiera puede resolvernos la cronología de la era cristiana, en absoluto exacta, ya que coincide con los cálculos del buen Dionisio.
Pero sigamos. En el año 8 a. C., el emperador romano César Augusto ordena la realización de un censo en todo el imperio. Por causas legales, dicho censo obliga a María y José a trasladarse de Nazaret a Belén, donde finalmente nace Jesús. Debido a los problemas de comunicación propios de la época, es de suponer que se concediese un cierto margen de tiempo, para que la orden del censo fuese conocida en todo el imperio romano. Y era lo acostumbrado conceder un plazo de un año… por lo que es probable que María y José llegasen a Belén en el año 7 a. C., el año de la gran conjunción de astros.
A pesar de todo, no existen referencias precisas sobre el nacimiento de Jesucristo en marzo del año 7. En los primeros tres siglos del Cristianismo se señalaban como fechas del nacimiento de Jesús los días 6 de enero, 25 o 28 de marzo, 19 de abril, y 133 fechas más. Fue en el año 351 cuando el Papa Julio I designó el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús. Una fecha no del todo arbitraria, ya que, según una creencia antigua, los dioses nacen tres días después del solsticio que marca el resurgimiento de la luz entre las tinieblas. El solsticio de invierno ocurre del 21 al 22 de diciembre, razón por la que el Papa escogería el día 25. De este modo al relacionar el renacimiento de Cristo con el ciclo solar, en cierta manera el gran suceso de la Natividad se renueva cada año, lo cual no hubiera ocurrido con la conmemoración del nacimiento de Jesús en marzo.
Las dudas sobre la fecha exacta quedan, pues, en el aire. Pero, al fin y al cabo, el día del nacimiento de Jesús es lo de menos. Lo importante es que tengamos voluntad de conmemorarlo, que lo hagamos, y seamos capaces de valorar el conjunto y la grandeza de las enseñanzas que Jesucristo legó a la humanidad: la dedicación y entrega de Dios a los hombres, como el de un padre hacia sus hijos; el perdón; el hacer por los demás todo el bien que quisiéramos para nosotros y, en fin… el AMOR.
ALEGORÍA DE SANTA CLAUS
Pero hay también en estos días un personaje muy popular entre los niños, particularmente los del ámbito americano (Santa Claus), nórdico (San Nicolás) y francoeuropeo (Papá Noël). Y que, aunque muchos no seamos capaces de creerlo, existió en la realidad. Aunque los finlandeses o fineses quieran convencernos de lo contrario, el verdadero Papá Noël nació y vivió durante el siglo IV en Licia, actual Turquía. Una provincia romana protegida por la inmensa cordillera de Toros, con cimas que superan los tres mil metros, y que en muchos puntos se precipitan directamente al mar. Es una zona agreste y mal comunicada, que ha conservado muchos rincones aún salvajes y sin desarrollar, y que disfruta de un clima suave durante todo el año.
Este verdadero San Nicolás fue Obispo de Mira, en el Asia Menor, y del santo se sabe casi todo, al haberse convertido en el patrón de la iglesia ortodoxa. San Juan Crisóstomo lo cita por primera vez, y San Metodio cuenta su vida y milagros, incluyendo el que daría pie a la leyenda de Santa Claus, cargado de regalos. Su generosidad se hizo legendaria, y no son pocos los milagros que se le atribuyen. Pero el nombre de “Santa Claus” surgió en Estados Unidos a partir de la palabra “Sinterklaas“, que usaban los inmigrantes holandeses para referirse a ciertos personajes religiosos. Una particularidad de estos personajes es que acostumbraban entregar regalos a los humanos.
El Santa Claus original se llamó Nicolás, murió el 6 de diciembre del año 342, y fue sepultado en Bari (Italia). Pero ya que hablamos de San Nicolás, sería interesante saber por qué colgamos en el hogar calcetines o medias de lana rojos y blancos, los colores de Papá Noël y Santa Claus en Navidad. Y es muy probable que la práctica se haya originado a partir de un relato sobre San Nicolás, que arrojó bolsas de oro por la chimenea (o por encima de una pared, según otra versión) de la casa de tres chicas pobres. Y todo ello, con el fin de que fueran usadas como dote, para que aquellas chicas pobres pudieran casarse.
Las ricas bolsas llegaron en el interior de estas medias, que fueron colgadas cerca del fuego para que se secaran. Lo que constituye una hermosa y romántica historia, que no tenemos ningún inconveniente en creer y en repetir cada año. Puesto que proporciona alegría y felicidad a quien se encarga de colgar las medias, y también a quienes anhelan la llegada del momento de retirarlas. En suma, poco importa lo que de anecdótico o de real tengan estas tradiciones, porque tienen algo de hermosas, y mucho de necesarias…
MERCHANDISING Y SENTIMIENTOS
La tradición de San Nicolás fue luego rediseñada, configurada y utilizada en su provecho por alguna multinacional como Coca Cola, que fijó de forma definitiva los colores rojo (y antes verde) y blanco del vestuario del ‘ancianito gordo y barbudo’. Que ha sido magníficamente acogido por el hemisferio en donde en estas fechas es invierno, por el excelente contraste estético del blanco de la nieve con el rojo de “Santa”, como se le llama en el mundo americano.
Igualmente, un puñado de excelentes compositores de lengua inglesa crearon o arreglaron melodías navideñas que han dado la vuelta al mundo (Jingle Bells, Santa Claus is coming to town, Little Drummer Boy, White Christmas, The twelve days of Christmas, Silent Night, Let it Snow, We wish you a Merry Christmas, O Christmas Tree, Rudolph the Red-nosed Reindeer…), que han sido interpretadas por las más grandes voces angloparlantes, y han hecho de la Navidad (Christmas en inglés, que ha dado nombre también a las tarjetas con que felicitamos (cada día menos, ‘por culpa’ de la informática) en estos días. Un producto de consumo mundial, en gran parte polarizado bajo el horizonte y perspectiva del mundo americano.
Pero no debemos olvidar que también tenemos en España un tipo de canción navideña autóctona, el Villancico, o canción popular breve con estribillo, principalmente de asunto religioso, que se canta en Navidad. Y, sobre todo, no debemos perder de vista el verdadero sentido de la Navidad. La forma de las celebraciones (llamativas decoraciones, estruendosas fiestas, carísimos platos, lujoso vestuario, costosas joyas…) no debe enmascarar el fondo que las hace posibles, y en cuyo contexto queremos justificarlas: el nacimiento de Jesús. Otros no tienen tanto…
Por ello también es hermoso creer que, en algún lugar del planeta, existe un grande de corazón noble, que brinda a los niños y adultos (pobres, tristes o desvalidos), felicidad al menos por un día; aunque mejor por muchos días, si es posible. Y, de la misma forma, es también hermoso y necesario que exista el amor y la concordia en el mundo. Sin menoscabo de la natural alegría de estas fechas, éste es el verdadero sentido y espíritu de la Navidad, de todos los días de Navidad. Mucho más que el placer de ofrecer y recibir regalos, organizar fiestas multitudinarias, devorar manjares, o experimentar con licores. Sin más, FELIZ NAVIDAD.