POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Durante el siglo XIX, en los campos y huertas de nuestro pueblo, llegado el mes de diciembre, era costumbre, aun hoy se sigue haciendo, preparar en sus hornos familiares las viandas de navidad.
Sí, en los campos y caseríos se horneaban dulces de navidad, en especial cordiales, tortas, suspiros y mantecados que los que llevaban cabello de ángel duraban hasta tres meses sin que se resecaran; ya que, cada vez estaban más apetitosos al ir perdiendo agua y aumentando el dulzor, de tal forma que servían para las fiestas de San Blas y la Candelaria.
En las ventas, ventorrillos y caseríos diseminados por todo el campo, los dueños preparaban sus mesas con los productos de sus matanzas domiciliarias, en especial los morcones, longanizas y morcillas que, en compañía de los dulces y las naranjas y mandarinas de las fértiles huertas, hacía las delicias de cuantas personas les visitaban para felicitarles las navidades. Además, para darles mas pompa, en los lugares estratégicos, eran amenizados por la música y cánticos de las cuadrillas de animeros del pueblo.
Los nabos, habas y habichuelas, de las huertas del paraje de La Capellanía, tenían un especial predicamento por su calidad y, con ellos, hacían el arroz y habichuelas, a las que añadían las clásicas orejas de cerdo, dándoles un sabor supremo. Todo ello, acompañado del vino de los lagares, cuya uva de secano, tenía una calidad excepcional.
A esas mesas, instaladas en los patios de los caseríos o en el salón de entrada, acudían todos los labradores del campo, que habitaban en caserones dispersos o bien en cuevas que, además de dedicarse al cultivo de las tierras del campo, por el sistema de arrendamiento, pastoreaban sus ganados. La fiesta era para todos y, la armonía de labradores y ganaderos era contagiosa.
En algunas ocasiones, les acompañaban algunos curas de la Parroquia de San Bartolomé; en especial el sacerdote José Tomás y Tomás el cholé, cuya familia era propietaria de grandes heredades en los campos y huertas; así como José María Escribano Tornel y Juan Guzmán Nicolini, todos ellos en la segunda mitad del siglo XIX.
Era tan tradicional que estaba instituida como Fiesta de Navidad en los campos de nuestro pueblo y, a ella, acudían también gentes del pueblo; así como familiares y amigos.