POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Nazareno carmelitano de túnica ‘colorá’ y por cuyas venas, que son legado de barrio castizo y remoto más allá del Segura, de arterias de obreros remotos por donde palpita el sentimiento en una tarde un tanto desapacible, de las que presagian lluvias malditas; mayordomo de encajes anacrónicos y vara plateada, o penitente cuyo rostro oculta la tela roja del atardecer huertano que se desploma por el Malecón, seas quien seas, a mí que más me da, pero ayer sé que lo pensaste a la puerta de la arciprestal del Carmen, la del histórico Partido de San benito, aquella otra Murcia tan próxima y tan lejana de la Gran Vía, acaso lo intuiste al ocupar tu sitio en la fila o al enganchar la almohadilla en la tarima ajada, o quizá al levantar del tirón, como has levantado tu existencia en tantos días aciagos, el pendón y la cruz alzada.
Seguro que al comenzar tu estación de penitencia, repletas de gentes anónimas las sillas hasta la quinta o sexta fila, más allá de los carritos apresurados de globos subiendo la cuesta del Puente Viejo, rendida la primavera en aromas de azahar y tierra húmeda, recordaste aquellos tiempos que se te antojaban tan felices, cuando tus padres o abuelos te transmitieron que en la tarde del Miércoles Santo murciano no se celebra una procesión como tantos creen.
Aunque lo niegues, al sentir la cruz sobre tu hombro, recordaste que los nazarenos de la Sangre no convocan desfile alguno ni se derrite la torre de la Catedral al ver que Cristo se acerca a ella mientras su imagen reverbera sobre las aguas del río. No.
Bien sabes que esa Samaritana de tan anchas y huertanas caderas como la inmensa tarima sobre la que camina representa a la abuela que a golpes de puntada certera cosía tu túnica a la chaqueta, para que aguantara la carrera. Y si Jesús anda en casa de Lázaro en el tercer paso de la tarde, mucho antes lo encontrabas en tu hogar, cada amanecida de aquellos Miércoles que más que de Pasión eran de Gloria, en tantos detalles nazarenos, desde el estante dispuesto tras la puerta del comedor, las ligas sobre el aparador, el pañuelo colorido sobre un sillón y, igual de bien dipuesto en el otro, las medias que con tanto cariño te bordaron siendo un adolescente.
Pasa tu vida condensada en un instante a la puerta del Carmen. Y las lágrimas, como improvisado Lavatorio en tus ojos, arrastraron bajo el capuz tantas nostalgias hasta ayer disimuladas en los pliegues de la rutina. Podrías negarlo, claro. En eso pensaste al contemplar, porque tu eres mayordoma del Cristo de la Sangre y admiras la salida de tanto cortejo, que es mentira.
Pero entonces viste La Negación de San Pedro y reverbecieron esos años en que también negaste, porque cuando uno es joven se revela ante lo inevitable, que eras de la Sangre y de pura cepa, no fueran a llevarte al Pretorio y un Berrugo cualquiera se burlara de tus auténticos sentimientos. ¡Qué lejos quedaron tantos afectos! Ahora, a poco que alguien te preguntara, los ojos se te cuajarían de lágrimas como si fueras una más de las Hijas de Jerusalén, esas que van llorando al Cristo de las Penas camino de Trapería.
En ese instante llegó tu turno, estante del Cristo de llagas abiertas y pies desclavados como si ansiara, que ansía, volver a cumplir su estación de penitencia por una Murcia que lo aguarda, como cada año, expectante y contenida, rendida al soniquete de las marchas que ahogan, si bien por apenas unos segundos, el estrépito vano de la urbe. Son muchos los que a su paso se ponen en pie porque, aunque otros tantos no tengan paladar para entenderlo, quien pasa es el Señor del Carmen. Pero eso a tí, no nos vengas ahora con cuentos, poco te importa. Ni siquiera reparas en las miles de miradas de respeto que parecen acompasar el paso del trono. Tú vas en lo tuyo, estante de esparteña carretera y ‘sená’ colmada, que es arrimar el hombro hasta que dejes de sentirlo bajo la santa madera.
Y así cumpliste otro año, quiera Dios que por muchos más, tu particular estación de penitencia, esa en la que jamás viste ni verás mientras seas punta de vara al San Juan que os sucede. Ni tampoco, y esa sí es una terrible desgracia, el dolor impregnado en la expresión de la Dolorosa que culmina el cortejo carmelitano. Que cierra la procesión, pero abre una cicatriz nazarena en cuantos, como tú, son murcianos hijos de la Sangre.
Fuente: https://www.laverdad.es/
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