POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
Finales de octubre. Época de recolección de las níspolas, los carápanos asturianos, los nísperos castellanos, y los nescles en catalanes. También llamados, níspolos, níspero negro, níspero silvestre, níspero de monte y níspero de invierno, que nada tienen que ver con los nísperos del Japón.
Sus frutas nos retraen a la época de nuestra niñez -finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta del pasado siglo XX-, cuando las calles de Torrevieja no estaban revestidas de asfalto y los patios de casi todas las casas se hallaban plantados diversos árboles y arbustos cuyos frutos hacían la delicia de los más pequeños: palmeras, higueras, jinjoleros, moreras, nispoleros… que han ido desapareciendo progresivamente de nuestro paisaje urbano debido al casi nulo aprovechamiento comercial de sus frutos.
En los tratados medievales se decía que la ingesta de estos frutos protege contra la ebriedad, aunque las investigaciones actuales señalan más su importancia como digestivo y como una buena fuente de fibras dietéticas.
Su fruto es el que más tiempo está en el árbol, desde su floración primaveral hasta finales de octubre o diciembre, cuando cae a causa del frío y del viento. El árbol tiene una altura de 2 a 5 m de altura con ramitas jóvenes muy peludas. Hojas grandes caducas, elípticas y enteras, de color verde brillante por el haz, envés más pálido y velloso. Flores grandes, de 3 a 4 cm, blancas que aparecen entre las hojas.
Su madera es dura y resistente al rozamiento y su corteza tiene propiedades medicinales. Según cuenta Juan José Lapitz, en Euskadi algunos artesanos aprovechan los erectos brotes jóvenes de los nispoleros, allí llamados carapanales, para hacerles unas hendiduras en la corteza y los dejan crecer. La naturaleza forma en ellos unos dibujos, fabricando luego con ellos las apreciadas «makilas», bastones tradicionales en el País Vasco, tanto como herramienta práctica como, sobre todo, símbolo cultural de la autoridad y fuerza. En la ceremonia de nombramiento del Lehendakari o de los diputados generales y alcaldes se hace entrega de una “makila” como símbolo del poder político.
Sus frutos son de forma esférica, de unos cinco centímetros de diámetro con la parte opuesta al rabillo hundida y rodeada por cinco sépalos persistentes de la flor con los que los niños nos fabricábamos sencillas pipas para jugar. La piel de su fruto pasa del verde al marrón claro y la pulpa blanquecina, de sabor amargo y astringente, como fruta verde, es apta para pocos paladares antes de «sobremadurar. La “níspola” contiene cinco semillas cona las que en algunos lugares hacen una especie de horchata.
Para que sean comestibles y pierdan su acidez preferentemente hay que guardar las níspolas en terradas en una caja que contenga serrín, por lo menos durante un mes. Al cabo de ese tiempo, sobrepasada la madurez, comienzan a ablandarse como si se estuvieran pudriendo, tornando el color de su piel a marrón oscuro, adquiriendo un aspecto negruzco, y haciéndose su pulpa blanda, dulce y muy sabrosa.
Es el momento de llevárselos a la boca enteros. La piel, un poco áspera, se nos quedará entre los dedos, chupando la dulce y cremosa pulpa de color marrón y expulsaremos las semillas; poseen entonces un agradable sabor a vino y una consistencia como de manzanas asadas o compota con el que se hace también una buena mermelada.
Por gourmet, por salud, por diversidad agrícola o por tradición, cuida los “nispoleros antiguos” que encuentres al borde de huertos y vergeles. Replanta sus cinco semillas duras y alargadas (pero no las comas, que son tóxicas debido a su contenido en ácido cianhídrico) ¡Y saborea su pulpa, aunque tengas que esperar meses a que madure!
Poca cosa, lo que, con ciertos matices, hace bueno el dicho: «Quien espárragos come, níspolas chupa, bebe cerveza y besa a una vieja, ni come, ni chupa, ni bebe, ni besa». Ahora en otoño níspolas, aunque siguiendo siempre el consejo del que fuera médico de Carlos I y V Emperador de Alemania, Luis Lobera de Ávila: «Si comiendo fruta se hubiera de beber, había de ser un trago de vino puro». Ya lo aconseja el refrán: «Si el agua estropea los caminos, ¡qué no hará en los intestinos!». Fuente: El autor: F.S.A.