POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
“No hay ningún Paco malo” era la afirmación que hacía un paisano, contestándole otro: “Hubo uno al que había que echarle de comer aparte”, refiriéndose al entonces mandatario dictador español Francisco Franco, reprimiéndole el primero que era franquista: “¡No me provoques!… ¡No me provoques!…”, palabras que quedaron por cantinela.
Puestos a dilucidar, llego a la conclusión de que haberlos los hubo y los hay de toda índole, y me pongo yo como ejemplo, pero también hay que recordar a otros que, procedentes de la cercana ciudad departamental de Cartagena, de su campo minero y de abundante en esparto, se merecen que le dedique unas líneas.
A mediados de la década de los sesenta del pasado siglo XX, el ‘Tío Paquico’, hombre anciano, de estatura pequeña, con mirada y gesto bondadoso, exquisitos modales, educación y respeto, que recorría las entonces polvorientas calles de Torrevieja con andar lento y pausado.
Fue el último vecino de una de las cuevas del cementerio, que en otros tiempos –finales del siglo XIX- sirvieron de refugio y guarida a diversas familias que, huyendo de las terribles epidemias de cólera y paludismo, habían servido de refugio y guarida, al serles impedida su entrada al pueblo por el cordón sanitario, evitando de este modo la propagación de esas terribles enfermedades a nuestros vecinos. Fueron siempre morada de menesterosos, pordioseros, mendigos y de toda clase necesitados.
Aún asoman por los rincones de mi memoria, cuando yo era un niño, su traquear en la puerta de casa y desde la calle, sin traspasar el umbral, pedir algo de comida, que guardaba en depositaba en una pequeña lata que utilizaba a modo de fiambrera, guardándola a continuación en su capaza de albardín. Agradecido y sonriente, daba tímidamente las gracias por los alimentos recibidos y continuaba su caminar hasta la lejana caverna que tenía por casa adosada a la pared de la necrópolis municipal.
El ‘Tío Paquico’ había nacido en un barrio cercano a La Unión y por motivos que desconozco acabó sus últimos días en Torrevieja en una situación paupérrima; comentaban que quizás arruinado por la falta de trabajo provocado por la decadencia de la extracción minera aumentada por las escaseces de haber pasado la guerra civil, sin tener mujer e hijos conocidos, aunque la realidad de su situación sigue siendo al día de hoy incierta.
Contaba con una avanzada edad cuando fue acogido en el Santo Hospital de Caridad –cuando todavía ejercía este centro esa virtud de ayuda pública y social- junto con otros personajes casi anónimos de aquella Torrevieja no tan lejana.
A la muerte del ‘Tío Paquico’, por medio de una colecta popular y como muestra del cariño que se le tenía, le fue adquirido para que recibiera sepultura un nicho en el Cementerio. He intentado hallar su modesta lápida en la que únicamente estaba grabado: el ‘Tío Paquico’, inscripción que habrá borrado el tiempo y la pérdida de su memoria
Otro popular cartagenero, fue el ‘Tío Paco’ del que igualmente desconocemos sus apellidos, que con un carro tirado por la burra ‘Sinforosa’ recorría nuestras calles y por unas pocas pesetas paseaba a la mañaquería y llevando a un perrito sobre el pescante del carruaje, se convirtió en una verdadera atracción para todos.
El carro del ‘Tío Paco’, fue un vehículo muy especial que realizaba de manera imaginaria un ‘Viaje a la Luna’ –que así se llamaba el vehículo- lleno de canciones y retahílas: “El carro del ‘Tío Paco’/ me vuelve loco, me vuelve loco,/ porque todos queremos/ subir un poco, subir un poco”. Su parada estaba en la calle María Parodi, en el lateral la plaza de Castelar y en sus itinerarios por las calles, al toque de una campanilla, atraía a los niños, haciendo interrupciones del recorrido allí en donde se le demandaba su servicio, luego continuaba su paseo cantando todos a coro sus tonadillas: “¡La ‘Sinforosa’, la ‘Sinforosa’!/ ¿Quién soy?/ ¡El Tío Paco!,/ ¿Dónde vivo?/ ¡En Cartagena!/ ¿En qué número?/ ¡En el doce!/ Doce cascabeles tiene mi caballo por la carretera”.
Eran los años de la misión ‘Apolo’, cuyo objetivo era lograr que el hombre caminara sobre la superficie de la Luna, objetivo que se alcanzó con el alunizaje del módulo ‘Araña’, el 20 de julio de 1969, y al siguiente día Armstrong y Aldrin pasearan sobre su superficie.
La burra ‘Sinforosa’, que pasaba las noches, al igual que su dueño, en la posada de ‘la Doleretes’, en la calle Orihuela, al lado del ‘Corrionero’, tuvo un trágico final, atropellada, el 16 de diciembre de 1974, frente al almacén de ‘Pescados Retaco’, a la salida de Torrevieja.
El ‘Tío Paco era natural de La Aljorra, muy cerca de Fuente Álamo, y vivía en Los Dolores de Cartagena. En invierno trabajaba haciendo labores agrícolas en el caserío de ‘La Manchica’, propiedad de la tía Paca Méndez, y vendiendo patatas, melones y todo lo que aquella pobre tierra de secano producía. En los veranos, con su carro iba a Cartagena, a Torrevieja y hasta llegó a alcanzar con su ‘Cohete Viaje a la Luna’ Elche y Santa Pola, lugares en los que hizo feliz a muchos niños.
Paca Méndez era abuela de Francisco Fuentes, Paco ‘el Guardia’, conocido conductor-motorista de la Guardia Civil de Tráfico, hijo y nieto de guardias civiles, que vino destinado Torrevieja en 1968 y que continúa viviendo en la ciudad marinera y salinera. Persona cautelosa, metódica, buen gourmet y excelente cocinero. Un capitán del benemérito cuerpo lo llegó a catalogar como “Juez de Paz” por su pretensión de querer alcanzar siempre la concordia en todas las mediaciones en las que intervenía.
Incluyo un recuerdo para Paco Hernández Ros, también cartagenero, fundador del ‘Bar Paco’, en la conocida como ‘calle del hambre’, especializado como asador de sardinas y en otros manjares de la mar. Iniciador la ‘Churrería Paco’, en la calle María Parodi, que pronto alcanzó un reconocido prestigio. Posiblemente todo fuera porque en Cartagena “no hay ningún Paco malo”.
Fuente: Diario LA VERDAD. Torrevieja, 28 de julio de 2015