LA CRÓNICA DE BURGOS SE ESCRIBE EN LAS VIDAS DE QUIENES AYUDARON A CONSTRUIRLA. VICENTE RUIZ DE MENCÍA ES UNO DE ESOS HOMBRES Y ESTA ES (PARTE DE) SU HISTORIA.
Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado 14 de septiembre. «A través del periodismo he tratado de servir a los demás»
Desde que era un niño chamarilero, origen del que se siente profundamente orgulloso, Vicente Ruiz de Mencía (Burgos, 1942) no ha tenido nunca otro objetivo que vivir por y para las palabras y con ellas contar lo que pasa a su alrededor, incluso ahora, cuando ya hace años que dejó la primera línea del periodismo. Junto a la iglesia de San Cosme nació y en ese entorno se ha desarrollado toda la vida del que es cronista oficial de la ciudad y académico de la Fernán González y quien durante 20 años dirigió este periódico, Diario de Burgos. Aquí ha firmado algunas de las noticias más especiales de su carrera profesional, ha vivido algunos de los hitos más importantes de la ciudad y del país y aquí sintió, recuerda, muchísimo calor, cariño y solidaridad en el peor momento de su vida, la pérdida de su hija Ana, periodista también y tan querida por todos los que en estas páginas escribimos, fallecida dolorosamente temprano.
Con una gran serenidad y eligiendo con cuidado y mimo las palabras -siempre las palabras- es como traslada a esta conversación aquel hecho tremendo que, de alguna manera, precipitó su jubilación: «Yo tenía que estar muy entero para ayudar al resto de la familia, sobre todo a mi mujer, porque perder un hijo es terrible. Cuando luchas por sacar adelante a tu prole, allanar su camino e impulsarlo y ves que alguien se te queda en la cuneta vives un sentimiento tremendo de frustración, de fracaso, pero si tienes fuerza, valentía y fe, y en mi caso la tengo, sales adelante. No me rebelé. Porque Ana se fue pero me dejó un nieto que ha aliviado el dolor, e increíblemente he sido más fuerte de lo que yo mismo esperaba. Durante esos días recibí muchísimo apoyo, independientemente de ideologías, y todo el mundo fue solidario y demostró mucha altura».
En aquel duro momento, como decimos, llevaba ya Ruiz de Mencía dos décadas al frente del principal periódico de la provincia y unos cuantos años más como redactor, cargo que ya había anteriormente tenido en el periódico La Voz de Castilla, rotativo al que estuvo ligado desde bien temprano. Cuenta, con una sonrisa, que el primer artículo que escribió, aproximadamente con doce años, su madre lo envió a la redacción de Diario de Burgos con el objetivo de que apareciera en sus páginas «pero no se publicó»: «Muy pronto tuve inquietud y vocación por las letras y la cultura y recuerdo que siendo adolescente ya hicimos con un grupo de amigos una revista que se llamaba Zafiro de contenido eminentemente cultural», explica.
Sus orígenes son humildes: El padre trabajaba en una farmacia y la madre bordaba en casa. «Éramos una familia trabajadora y muy vinculada al Círculo Católico, tanto, que mi padre fue uno de los primeros miembros de la Schola Cantorum. Fui al colegio de los Maristas y el escenario de mis juegos infantiles era el Paseo del Empecinado de los grandes chopos y de la vieja y bien lamentablemente desaparecida iglesia del Carmen. Teníamos las dificultades propias de un tiempo de posguerra, las que tenía todo el mundo salvo las familias más acomodadas de Burgos. Los demás nos veíamos obligados a trabajar y luchar muchísimo y esa es la síntesis de mi vida: trabajo y estudio».
En aquella ciudad, que el periodista recuerda «gris, pobre y conformista», hizo sus primeros pinitos culturales vinculados a las actividades de la Congregación Mariana y más adelante se empapó de las tendencias que venían de fuera con el cineclub de la Asociación Cultural Iberoamericana, donde recuerda haber visto películas de Bergman de la mano del profesor Uruñuela. «El primer cambio importante de Burgos vendría a principios de los años sesenta con la llegada del polo industrial, que a punto estuvo de irse a Aranda. Ahí surge una ciudad distinta».
Su primer trabajo es como ayudante de redacción en La Voz de Castilla y pronto empieza también a colaborar en Radio Castilla, donde realizó los informativos durante un tiempo en la década de los 60 y donde todos los días a las ocho y media de la mañana las locutoras leían la sección ‘Nuestra ciudad’, escrita por Vicente. «La dirección de la radio estaba compartida por Manuel Mata Villanueva y Fidel Ángel Martínez y como locutoras estaban Carmen Vadillo y Pilar Páramo Bárcena, tan injustamente olvidada a pesar de ser la primera burgalesa en ganar un premio Ondas. Pilar era vecina mía y fue a través de ella como establecí el contacto con la radio porque a veces me mandaban a hacer recados siendo un niño».
No recuerda el periodista demasiados sobresaltos en aquel Burgos en el que empezó a informar. «Los aconteceres importantes eran, por ejemplo, la fiesta de la Academia de Ingenieros, y, como te puedes imaginar, toda la vida de la Iglesia. Las tradiciones y costumbres eran prácticamente las mismas que ahora, fiestas en los barrios, en la ciudad, una ciudad demasiado apegada a su historia; recuerdo, por ejemplo, la inauguración del monumento al Cid cuando era alcalde Florentino Díaz Reig. Y sucesos, muchos sucesos. Íbamos todos los días al Ayuntamiento, a la Diputación y al Gobierno Civil, donde nos enseñaban los partes de la Guardia Civil, y a la Casa de Socorro, donde te daban un libro en el que aparecían todas las personas que habían pasado por allí de urgencia y de vez en cuando saltaba una noticia. La colaboración de las autoridades con los medios de comunicación a esos efectos, aparte de que estaba controlada, era muy escasa».
Sobran tres dedos de una mano, asegura, para contar las veces que ha tenido Vicente Ruiz de Mencía que callarse una información. La primera fue el suicidio de un empleado municipal cuyo hijo le pidió que no lo publicara pues la madre estaba muy enferma del corazón y temían que no resistiera ver reflejada tal desgracia en el periódico: «Nunca me arrepentí de silenciar aquel drama». La segunda es la que le da más coraje, pues pudo haberle hecho saltar a la primera línea del periodismo español: El exdirector de DB tuvo antes que nadie la sentencia de las nueve penas de muerte del llamado Proceso de Burgos, el Consejo de Guerra que se hizo a 16 militantes de ETA en la ciudad en 1970. «Seguía en La Voz de Castilla y la noche anterior me filtraron la noticia pero no la dimos porque no me dejó el director, fue mi gran frustración. Estaba de noche, me llamó mi fuente, me contó las penas a las que les habían condenado y me quedé pálido. El director, que era un murciano, me dijo que si lo dábamos nos fusilaban a nosotros. Todavía me da coraje cada vez que me acuerdo».
La labor de escribir a diario tanto para el periódico como para la radio la compaginaba con seguir dando rienda suelta a sus inquietudes culturales, concretamente el teatro, del que recuerda el papel que interpretó en Las cartas boca abajo, de Buero Vallejo, donde compartió escenario con Tina Barriuso, protagonista de esta misma sección hace apenas una semana. «Tuvimos el éxito que se tenía entonces. La estrenamos en el salón de la Merced y luego fuimos al Padre Arámburu y creo que hasta por la provincia».
El 24 de enero de 1976 llega el cierre de La Voz de Castilla, periódico del que guarda muchas anécdotas -«recuerdo con sonrojo aquel titular de ‘La invasión de la cochambre’ que puso el director sobre el festival de música que tuvo lugar en la plaza de toros; a los pocos día se murió Escrivá de Balaguer y tituló ‘Se ha muerto un cura’»- y tras un brevísimo tiempo como jefe de Informativos de Radio Castilla, Ruiz de Mencía llega al Diario de Burgos. «Me llamó el presidente del Consejo de Administración, Ángel León Goyri, hermano de María Teresa León. Me dijo, ‘usted tiene que estar aquí’. Y aquí me quedé. Durante ocho años, aproximadamente, fui redactor y los recuerdo muy felices a pesar de que teníamos un trabajo tremendo. La felicidad me la daban dos cosas: que tenía ya una seguridad laboral y que había un ambiente muy bueno. En aquel momento fui el más joven de toda la redacción, que era muy entrañable, recuerdo, por ejemplo, a Esteban Sáez Alvarado, un maestro, y a Andrés Ruiz Valderrama, que luego fue director y mi antecesor en el cargo».
Una de sus ocupaciones fue seguir la actualidad del Ayuntamiento, «el primer parlamento democrático de la ciudad que surge de la Constitución del 78» en el que se celebraban plenos larguísimos que terminaban de madrugada y ocupaban muchas páginas. «Sí que es cierto que por primera vez había debates en aquel ámbito pero yo recuerdo algún otro pleno todavía en la dictadura en el que con motivo de la remodelación de la zona de Zatorre hubo casi invasión de la sala de sesiones». Preguntado por el nivel de las intervenciones, afirma que «no lo ha habido nunca aunque sí algunos concejales que tenían mucho recorrido retórico como José María Codón, el hijo, que ha sido el mejor portavoz que yo he visto en el Ayuntamiento».
En 1985 es nombrado director y es testigo de una gran transformación tecnológica de estas páginas, «un auténtico desafío a todos los efectos»: «Se pasa de la composición caliente del plomo en la linotipia a la composición fría de la electrónica, es decir, el ordenador. Y de la noche a la mañana los mejores profesionales de la impresión, que los teníamos nosotros, se convirtieron en aprendices porque aquello era un galimatías… Un día hubo que hacer las dos versiones, eran jornadas tremendas de hasta 18 horas de trabajo. Este proceso lo vivieron todos los periódicos nacionales pero no creas que mucho antes que nosotros, igual un año».
Cuenta que su filosofía al frente de la cabecera siempre fue «aplicar sentido profesional para cubrir necesidades sociales». Y así empezaron a aparecer páginas que hablaban de sanidad, medio ambiente, de la nueva realidad autonómica, un suplemento de cultura… , en definitiva, «de aquellas cosas de las que la gente quería informarse, porque creía que eso era estar a la altura de las necesidades de la ciudad en un tiempo tan cambiante».
La creación de la Universidad de Burgos -en la que se implicó tanto personal como profesionalmente- y que «costó sangre, sudor y lágrimas», la declaración de Atapuerca como patrimonio de la Humanidad o el hecho de haber sido el único periódico de España que publicó el final de la primera guerra de Iraq tras recibir un teletipo de madrugada y hacer eso tan cinematográfico de mandar parar las máquinas son algunos de los momentos de mayor satisfacción que ha vivido en lo que considera una de las mejores profesiones del mundo. «El periodismo siempre ha sido mi razón de ser y a través de él he tratado siempre de servir a los demás, a mi tierra y a mis convicciones».