POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Al emplear esta frase, muy repetida en momentos de lamentaciones, sabemos que estamos haciendo alusión a la fragilidad humana, o bien a su condición de caducidad. De esta manera, la injusticia de la vida hace que algunas personas, trascurrido algún tiempo después de haber abandonado este mundo quedan sumidas en el mayor de los olvidos, bien por su paso por la tierra casi sin hacer ruido, o por no haber dejado en herencia motivos para ser recordadas. Sin embargo, dentro de aquellos que por sus manifestaciones artísticas merecían ser perpetuados, a veces, porque sus obras son escasas o han desaparecido por diversas causas, e incluso porque apenas se conocen datos documentales sobre su vida o sus trabajos; son solo revividos por su nombre. A los que les haya podido ocurrir todo lo anterior, desde el otro mundo podrán decir: «no somos nadie».
A estas alturas de la Cuaresma, cuando casi se roza con las manos el Domingo de las Hosannas y en nuestras calles y plazas en las noches resuena el Canto de la Pasión; nuestros pasos nos guían hacia esa iglesia, en la que en su portada gótica campean las armas de los Reyes Católicos, con el ‘tanto monta, monta tanto’, antes de la toma de Granada. Debajo de ellas, en el parteluz, la imagen del Apóstol Santiago, titular de la iglesia, datada según Javier Sánchez Portas en 19747-48, por el escultor madrileño Ángel Ferrant, en sustitución de la primitiva, destruida durante la Guerra Civil. En el interior del templo, ya se encuentra Nuestra Señora de los Dolores con el Hijo muerto en su regazo, que tallara en 1943, Federico Coullaut-Valera. Durante todo el año, estas imágenes reposan en la Iglesia Museo de Semana Santa, en espera de que sean trasladadas hasta su sede canónica, para el triduo anual y la procesión en la tarde del Domingo de Ramos, en que las oriolanas visten sus mejores galas tocándose con teja y mantilla española.
Pero, estas imágenes que arriban a Orihuela de la mano de la Mayordomía de Nuestra Señora de los Dolores, siendo su presidenta Manola Pescetto, es la que vino a sustituir a aquel grupo escultórico formado por seis tallas (La Dolorosa, Jesús muerto, San Juan con la palma y las tres Marías) que fue destruido en la citada guerra. Con él, nos aproximamos a un escultor afincado en Orihuela, que lo restauró en 1872. Nos referimos a Antonio Riudavest Lledó, del que hasta ahora, poco o casi nada se sabía, pero que a partir del libro de doctor en Antropología Social, el alicantino José Iborra Torregrosa ‘Iconografía, patrimonio y ritual: La obra de Antonio Riudavest Lledó’, ya no es una incógnita entre los escultores y pintores del siglo XIX, facilitándonos numerosos datos sobre su biografía. De igual manera que su obra ha sido puesta en valor, siendo investigada y analizada. Hemos de reconocer que en nuestra ciudad han quedado trabajos y restauraciones pictóricas suyas, concretamente en el Ayuntamiento y en el Patronato Histórico Artístico de la Ciudad de Orihuela. Por el contrario, hasta el momento, dentro del inventario provisional de su producción escultórica que nos ofrece Iborra, únicamente tenemos noticia de la restauración del paso de Nuestra Señora de los Dolores, y la peana y los ángeles que la soportan, en la que descansa Nuestra Señora de Monserrate en su camarín, obra de 1870. Sin embargo, en otras poblaciones de nuestra provincia como Crevillente y Novelda, se conserva, sobre todo en la primera, un buen número de imágenes procesionales de Semana Santa. Por otro lado, en Alicante y Elche, su obra pasionaria se perdió, al ser destruida.
Antonio Riudavest Lledó, nació y vivió en Mahón, y tras un periplo por tierras americanas, concretamente en Montevideo, regresó a España, estableciéndose en Alicante, pasando posteriormente a Orihuela, en la que desde 1861 hasta los primeros años de los ochenta reside, hasta su regreso a la capital de la provincia. En nuestra ciudad estuvo domiciliado primero en la calle San Juan, y después tuvo su vivienda y taller de escultura y pintura en la calle de Santiago, número 27. De su obrador salieron la mayor parte de las imágenes que le fueron encargadas por particulares o gremios para Elche, Crevillente y Novelda. Así, en la primera de ellas, de las que hoy no existe ninguna, talló el Simón Cirineo y el sayón para La Caída del Nazareno, La Negación de San Pedro y La Flagelación. Con esta misma iconografía, también desaparecida, para Novelda. La más afortunada es Crevillente que conserva los pasos que desfilan en la mañana del Viernes Santo, de El Prendimiento o Beso de Judas con seis imágenes, La Negación de San Pedro con tres esculturas y un gallo, La Flagelación con Jesús y tres sayones, La Oración en el Huerto con seis tallas, San Juan de la Palma, El Lavatorio con Jesús, Pedro y un ángel y La Verónica. Asimismo, trabajó un Ecce-Homo, hoy desaparecido. Esto nos da cuenta de su prolífico trabajo y de su buena consideración como escultor, lo que se comprueba por los numerosos encargos que se le efectuaron. Sin embargo, llama la atención el que viviendo y teniendo taller durante casi veinte años en Orihuela, únicamente realizara la restauración del paso de Nuestra Señora de los Dolores y no haya constancia de más trabajos suyos para la Semana Santa oriolana. La justificación que encontramos, tal vez pueda ser, que en nuestra ciudad la cronología de la Pasión y Muerte de Cristo en la procesión del Viernes Santo de madrugada, estaba cubierta con las imágenes de Nicolás de Bussy, Salzillo, Santiago Baglieto, Antonio Peres, José Puchol y Felipe Farinós. Por el contrario, en las otras poblaciones era el inicio o renacimiento de sus procesiones de Semana Santa.
Creo que, a partir de ahora, con la aportación efectuada por José Iborra Torregrosa sobre Antonio Riudavest Lledó, ya no se podrá decir, «no somos nadie».
Fuente: http://www.laverdad.es/