POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
El 20 de Abril un alumno de 2º de la ESO asesinó a un profesor de Ciencias Sociales, al que apenas conocía. Este chico, dicen que demente, cargada su casa de armas y explosivos, tramaba hace tiempo una masacre colectiva y veía series de violencia extrema, sin que sus padres se enterasen. Pelillos a la mar: cuando salga esta columna ya casi nadie hablara del asunto. A mí no se me va a olvidar. Al fin y al cabo fue la violencia escolar, entre otras perversiones del modelo educativo, lo que me obligó a la jubilación anticipada de una profesión que antes me encantaba. No soy la única: los profesores de Secundaria abandonan el barco lo antes posible, porque no aguantan más. Todo lo contrario pasa con otras profesiones, que no salen de su poltrona ni con agua caliente. Por algo será. Hoy, desde la distancia, se agolpan en mi cabeza malas experiencias vividas en el instituto. Muchas afectaban a los alumnos, víctimas indefensas de la violencia. Pero sus historias tienen corto recorrido mediático. Ellos casi nunca denuncian. Yo sí lo hice, muchas veces, y por escrito. Acaso si ciertos políticos hubieran leído mi publicación en las actas de un congreso organizado por la universidad de Jaén en el 2000 (VV.AA. Etnia y género), y otras similares, una servidora hubiera padecido represalias. Me salvé porque en España se lee poco, y se ve mucha TV basura. En aquel trabajo de hace 15 años, basado en experiencias propias, advertía que “más pronto que tarde tendremos en nuestras escuelas situaciones similares” a las de EE.UU, donde “adolescentes que han perdido el norte deciden ejecutar una masacre en su colegio”. Apuntaba sobre las causas de esta violencia, y sobre los riegos de la llamada “integración” escolar, si insertan en institutos normales, sin personal especializado, a adolescentes con enfermedades mentales. Yo tuve una alumna con rasgos sicóticos violentos, y me vi obligada a salir un día asustada del aula. Lo denuncié al orientador. La chica no volvió a mi clase; pero me cruzaba con ella en el pasillo a diario. Esta alumna estuvo en el centro hasta los 16 años, y generó conflictos. Ella no era culpable. Estaba enferma. Los responsables de su propio calvario de marginación en el instituto, y del sufrimiento de los profesores, vivían lejos, a salvo en su sillón. O sea, que lo que ha pasado en Cataluña estaba cantado. Porque un alumno de 2º de Secundaria ya no es un niño, ni mental ni físicamente A los hechos me remito.
Sí, tratar a un adolescente español de 13 años como si fuera un niño es de tontos, o de cínicos. Precisamente, para documentar mis trabajos de investigación educativa, realicé muchas encuestas entre alumnos de esta edad, y tuve la infinita paciencia de leer todas las cartas que quisieron escribirme. Conservo bastantes. En una, al ser preguntados sobre la violencia que perciben en su entorno, escribía un alumno de 2º de la ESO párrafos como éste: “las causas de la violencia están en la dejadez por parte de los que pueden tomar decisiones, porque a estos no les afectan directamente los violentos…También la familia, que no se comunica lo suficiente y no prohíbe ver películas violentas, o las llamadas X…Y creo que algunos profesores te dejan demasiado suelto, que cada uno hace lo que le da la gana”. Cuenta el muchacho que conoce a un profesor, que se ha “retirado”, porque los alumnos le amargaban la vida, y a un compañero de integración, al que maltrataban en los servicios, y le hicieron “las esquinillas”(golpearle los testículos en una esquina). Pide que haya sanciones más duras, e informar a los padres, “aunque todo no se les puede decir a los padres, porque estarían subiéndose por las paredes, que es el caso mío y de mi novia,… que casi nos obligan a cortar”. ¿Les parece a ustedes que es un “niño” este muchacho de 13 años? Tengo archivados infinidad de testimonios similares. Es una pena que a los que nos gobiernan no les interesen. Luego todo se es lamentarse el día del entierro de una víctima. La última, hace poco, en mayo: una alumna se suicidó porque la acosaba un compañero del Instituto. Ya casi nadie la recuerda. Mi papelera y yo vamos todavía de luto por ella.
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