POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)
Está comprobado que a medida de ir cumpliendo años, las hojas del calendario caen con más velocidad. Así, rápidamente un mes tras otro nos va acercando al final de 2023. Pero, eso nos ocurrirá cuando lleguemos al estertor del mes de diciembre. Mientras, ubiquémonos en el que estamos viviendo, y en este día, en el que en 1748 nacía en Nápoles un hijo de Carlos III y María Amalia de Sajonia, el cual reinaría como Carlos IV. Más próximo a nosotros, recordemos que, en 1912, era asesinado José Canalejas en la Puerta del Sol de Madrid a manos de un anarquista.
Existe una tonadilla popular del habla de Orihuela que nos dice: «Noviembre, dicho mes, que empieza en Tosantos/ y remata en San Andrés». Pero refirámonos a esos días iniciales del mes en que los difuntos tienen su protagonismo.
Vida y muerte: noviembre siempre ha sido y es considerado como el mes de difuntos, a pesar de nuevas modas, tal vez teledirigidas por el comercio como el «Halloween», al igual que otras que se han ido asimilando como los días del padre, la madre y los enamorados. Pero, no entremos en disquisiciones, pues aunque se fomenta el consumo, son generadoras de trabajo.
Hablábamos de muerte y del mes de difuntos, y por qué no poner los ojos en aquellos recuerdos de la niñez en que me aterrorizaba contemplar en la Iglesia de San Juan de la Penitencia, en el novenario, un catafalco coronado con una calavera que me decían que era de verdad. O el hecho de que el día 2 me obligaban a madrugar dejando mi cama para que se posasen las ánimas del Purgatorio e ir a oír tres misas ese día. Eran cosas de entonces, al igual que esos tazones llenos de aceite en los que materialmente nadaban unas «mariposas» como si fueran luciérnagas navegadoras. Sin embargo, en esas fechas había costumbres que nos han dejado un buen sabor de boca, entre ellas la dulcería con «los huesos de santos» que aún perviven y «las gachas con arrope y calabazate», que echo de menos.
Estas fechas nos traen también algunos momentos de nuestra historia, sobre todo en aspectos relacionados con la muerte y en relación con lo que el diccionario nos define como «funeraria», como algo relativo al entierro y las exequias, o a las empresas que proveen de las cajas o arcas para los difuntos, los coches fúnebres y otros objetos relativos a los entierros, e incluso podemos considerar su sinónimo como tanatorio. Pues bien, antes de comenzar a ser comercializado empresarialmente todo ello, la historia nos hace recordar la labor asistencial en este aspecto que las cofradías en la Edad Moderna tenían para sus cofrades. De hecho, «la caja de los muertos» era propiedad de ellas, reparándolas y reponiéndolas. Así como no cediéndolas a aquellos que no fueran cofrades, tal como se decía en la Cofradía de la Madre de Dios o de los Caballeros, en 1572. Sin embargo, a finales del siglo XVII, la Cofradía del Santísimo de la Catedral la alquilaba. Su uso era sencillo: el cuerpo del difunto envuelto en un sudario se introducía en la caja y así era llevado hasta la capilla de la iglesia en que se encontraba el vaso de la cofradía. El cuerpo se dejaba en el mismo y la caja se retiraba para servir a otro.
FUENTE: https://www.informacion.es/opinion/2023/11/11/noviembre-94502012.html