POR JOSÉ ORTIZ GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE MONTORO (CÓRDOBA)
Tras la Guerra de la Independencia en 1814, aún seguía en Montoro la costumbre ancestral de enterrar a los difuntos en el interior de las Iglesias, mayoritariamente en San Bartolomé. No obstante, a pesar de la denuncia de un médico que llegó a tropezar con una mano fuera de sepultura, el Campo Santo primitivo no se habilitó hasta 1820 en el llamado Panteón de la Cava.
Unas décadas después, el cementerio estaba lindando con casas familiares por la ampliación del pueblo y corría el riesgo de quedar en mitad de la población, con lo que en 1868 se encargó un proyecto a Miguel de Luque, arquitecto provincial, para que redactase la propuesta del nuevo cementerio en el lugar conocido de los Almendrillos.
Los planos se modificaron en 1874 y la obra no se ejecutó hasta los años ochenta, terminándose en 1883, momento en el que bendijo y se le rotuló con el nombre de S. Francisco por el primer difunto que se enterró allí, un niño de corta edad llamado Francisco.
En el proyecto se contempló la escultura del Ángel Orante, primera escultura de Mateo Inuria Lainosa, repleta de curiosidades y leyendas, la cual esta depositada en el Museo Municipal de Montoro.