POR JOSÉ ORTIZ GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE MONTORO (CÓRDOBA)
Una de las más seguidas tradiciones en el cristianismo era la de enterrarse en épocas antiguas en las inmediaciones de las iglesias o centros de culto. En nuestro caso no existían Camposantos tal y como hoy los conocemos, ni tan siquiera en las inmediaciones (Existen excepciones en la entrada de la Parroquia Mayor). Uno de los casos más desconocidos era que toda la población se enterró durante siglos y siglos en el interior de los templos, bajo losas compradas y grandes cantidades de cal.
Uno de estos ejemplos lo tenemos en la iglesia de Jesús Nazareno a fines del siglo XVI, cuando el obrero de la iglesia de San Juan de Letrán, Antón García Cantarero, vendió a varios vecinos, sepulturas ante el altar mayor (donde hoy se encuentra la losa del Inquisidor del siglo XVIII), a favor de Bartolomé González Cantarero, su hijo; Quiteria Martínez, alias La Comadre; Antón Sánchez de Soto, Juana Ruiz, viuda de Antón de Adamuz; Bartolomé Sánchez Moreno, Juan Pérez Madueño, presbítero y otros más, cuyas cláusulas serían útiles para cuatro años aunque parece que serían consideradas en heredamiento si se cumplían con requisitos de las Ordenanzas Reales de Alcalá de Henares.
Lógicamente en el siglo XVIII, el Hermano Mayor de la Hermandad, se hizo su sepultura en el interior de la iglesia levantando los enterramientos y otros ordenamientos existentes a costa de reparar techos, columnas y grandes inversiones que se precisaron desde 1688 hasta 1690.