POR JOSÉ ANTONIO RAMOS RUBIO, CRONISTA OFICIAL DE TRUJILLO (CÁCERES)
El mes pasado los investigadores Francisco Pérez Solís y José Antonio Ramos Rubio, Cronista Oficial de Trujillo, documentaron una fuente de sillería granítica que había aparecido tras el incendio que sufrió parte de la penillanura en su lado oeste este verano.
En los alrededores de Trujillo se encontraban fuentes y lagunas que utilizaron como agua potable los ciudadanos desde mediados del siglo XV, tales como la Añora, La Almohalla, Olalla, Fontalba, Manzanillo y La Carbonera. El Concejo se preocupaba de su limpieza, dictando normas en sus sesiones concejiles.
Este fin de semana, ambos investigadores han encontrado una de las escasas casetas de cobro de los arbitrios o tasas municipales sobre el tráfico de mercancías o recintos/fielatos con los que contaba Trujillo tantos como accesos naturales a la ciudad, concretamente se encuentra cercano al matadero viejo, es semicircular, de mampostería, y está cubierto con una bóveda de ladrillo. Estuvieron en servicio desde finales del siglo XVI. Fue Felipe II el primero en instaurar en Madrid en 1561 el impuesto a determinadas mercancías que se introducían en la ciudad para sufragar obras de mejora en la villa. Felipe IV impulsó nuevamente los fielatos para recaudar fondos capaces de financiar las guerras.
A estas construcciones no se les ha prestado la atención necesaria para su conservación y puesta en valor. Por tal motivo, lamentablemente han desaparecido casi todas las casetas de obra de fielato a las que no se han dado importancia y que han llegado hasta nuestros días, excepto esta que dan a conocer y la que está a la entrada del Parque. Desaparecieron al final de los años cincuenta o comienzo de los sesenta del siglo pasado al quedar abolida la obligación ineludible –si es que no funcionaba la picaresca- de satisfacer aquellas contribuciones o derechos de consumo. Los productos que entraban en la ciudad se pagaban en los llamados fielatos, una especie de aduanas domésticas, que no eran sino unos pequeños recintos habilitados para dar acogida al funcionario de servicio y poco más –en algún caso una simple garita-, ubicados estratégicamente a la entrada de las poblaciones.
En otras ciudades estuvieron aplicándose durante gran parte del gobierno de Franco –aunque venían de bastante más antiguo- unas contribuciones que gravaban los productos alimenticios y bebidas que entraban a las ciudades para el consumo de la población.