Tener un lugar donde refugiarse y convivir ha sido una necesidad vital del ser humano a lo largo de su devenir. Disfrutar de una vivienda en propiedad, además de ser un derecho constitucional, ha sido una de nuestras aspiraciones. Muchos de nuestros abuelos y padres pudieron tener una vivienda sin hipotecar su vida, sabían que trabajando podían conseguirla; en nuestra generación, la de los sesenta, hemos podido conseguir la vivienda hipotecándonos o incluso, heredándola de nuestros padres; pero la mayoría de nuestros hijos saben que tendrán serias dificultades en adquirir una vivienda en propiedad. La movilidad laboral ha hecho que nuestros jóvenes tengan que desplazarse a las grandes ciudades, donde los precios de la propiedad y el alquiler son inasumibles, en la mayoría de los casos. Una alternativa a las viviendas tradicionales son los cohousing senior, comunidades de viviendas colaborativas en las que un grupo de personas mayores, con algún tipo de relación, se agrupa, a través de una cooperativa, para convivir, disfrutando de la intimidad que le proporcionan sus apartamentos y compartiendo espacios comunes. Precisamente, en la provincia de Jaén y más concretamente en Frailes, se ha realizado un proyecto pionero de viviendas colaborativas, recientemente abierto, que puede servir de ejemplo para otras localidades y que se fundamenta en tres pilares: alojamiento, restauración y balneario, este último aún no operativo.
Supongo que la frecuencia de aquello que nos sorprende como debate político, conquista social o análoga es cada día más persistente o, si se quiere, menos insólito. En ocasiones lo llamamos progreso, evolución, cultura… Es igual, lo primero nos puede significar sorprendente porque con tal ocasión identifiquemos un nuevo derecho, lo último porque con toda probabilidad sea la cultura el único resorte para traer los populismos a la ideología. Ocurre que para quienes reflexionamos sobre los nuevos conceptos políticos que nos sobrevinieron, en las dos últimas décadas, no resultan ya operativas herramientas del pensamiento como reacción o defensa frente a quienes postulan una ideología recalcitrante que solo la mueven imperativos religiosos o morales. No nos vale ese relativismo de Protágoras que situaba al hombre como medida de todas las cosas, no nos vale esa “homomensura” del filósofo sofista que tuvo su continuidad en el Renacimiento y más tarde en la Ilustración. Hemos de pensarlo, aunque sólo sea, a efectos didácticos: Si la idea de homo, en su versión más amplia de la igualdad absoluta de todos los géneros, es negada por quienes no aceptan lo sorprendente nada nos vale la “mensura”. Se trata de intentar reformular conceptos que están completamente evolucionados, constatar los nuevos derechos que entrañan y, defendiéndolos, encontrar la cobertura legal más adecuada para su vigencia. Pero eso ya debe entrar en el ideario de los partidos políticos, sin olvidar que los relatos ofrecidos por la izquierda o por la derecha son más que ideologías, aspiraciones emocionales, singularmente en los periodos electorales. La narrativa que triunfa al parecer en media Europa es la populista que atribuye a formaciones políticas, progresistas toda clase de prohibiciones y límites en desarrollos legislativos que la derecha ha considerado catastrofistas: estoy recordando la ley del aborto, los límites a la ley “Trans”, la propia ley que regula la eutanasia… Se admite que tal narrativa es errónea, y tampoco es una teoría científica pero sí se proyecta en estados de ánimo que acaban imponiéndose en la formación de la opinión pública que es en definitiva, quien define las elecciones. Cabe interrogarse ¿a qué se debe que sectores importantes de la clase trabajadora voten a personas y postulados de la derecha? A otros solo les queda la vergüenza que, como dijo Marx es un sentimiento revolucionario.