POR JUAN ROMERA SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE PUERTO LUMBRERAS (MURCIA)
Medio siglo atrás, tal vez alguna década más, vociferaba por todas las calles del Puerto un hombre de bastante edad, provisto de una artefacto manual, en cuya parte central iba colocado otro artefacto en forma de “pirindola” que a través de una cuerda le hacía rotar permitiendo agujerear cuerpos blandos como el barro o la madera. Gritaba una y otra vez,” el “lañaor”…y.. “el paragüero”… hasta que las amas de casa sacaban a la calle el cántaro, el lebrillo, la orza, el botijo o el puchero que por circunstancias se habían “rajado” con motivo de algún golpe inesperado. Luego, perforaba con su aparato el objeto averiado haciéndole dos orificios y sobre ellos ponía una laña que después embadurnaba con una especie de amasijo que disimulaba bastante la operación. Y algo parecido sucedía con los paraguas. Las varillas del paraguas, antes y ahora, se estropean con el uso, y el “paragüero” era el único mecánico especialista capaz del remedio y había que esperar a que pasara un día aquel hombre para que arreglara el paraguas, porque no había otro de repuesto.
Pero los tiempos cambian, y ahora, ni voces por las calles, ni cántaros, ni lebrillos, ni orzas, ni botijos, ni pucheros, ni “lañaor”, ni “paragüero”. Se avería el paraguas, se compra otro, pues se tienen varios incluso de diferente forma y coloridos. No hay botijos, porque la gente tiene frigoríficos que refrescan antes y mejor el agua de beber. No hay cántaros, porque la gente tiene agua corriente en su propia casa y no tiene que buscar al “aguaor”. No hay lebrillos porque la gente no mata cerdos en casa como antiguamente. No hay orzas porque la gente ahora no echa aceitunas, pues las compra ya preparadas. No hay pucheros porque la gente prefiere hacer las comidas en la olla exprés. Se perdió –y con alegría- el Cobrador de Contribuciones, aunque luego viniera otro más necesitado de dinero. Se ha perdido un oficio, y una profesión en cada pueblo; útil y provechosa, honesta, y sobre todo sencilla y con ella otras muchas como la del “lechero” que servía la leche con la cabra a la puerta de casa, la de “recovero” que compraba pollos, conejos y huevos que exportaba a Barcelona en grandes cantidades, la del “panadero” que con la tabla en su cabeza recogía el pan amasado en casa y después te lo llevaba caliente y cocido, la del “gañan” y la del “pastor” porque ahora no hay vacas ni bueyes, la de “herrador” porque ahora -afortunadamente- hay menos bestias, la de “talabartero” que los hubo aquí en abundancia, la de “marchante” que compraba y vendía ganado de todas clases, la de las “costureras, sastres y sastresas” – que tantas y tan magníficas hubo en el Puerto- porque ahora se compran los trajes a medida. Con ellas se fue el oficio de “quincallero”, que vendía por las casas carretes de hilo y botones para zurcir nuestras ropas deshiladas, y le acompañó en el viaje el “tejeor” o “tejeora”, que con su raro artefacto de pucheros sobre las paredes dejaron de fabricar las famosas jarapas que tanto bien hacían en las camas de nuestros dormitorios; la del “aguador”, porque ahora todos tenemos agua corriente en casa, la de “hojalatero”, porque ahora nadie compra embudos ni candiles, porque los compran de plástico más baratos y de mayor tamaño. Se perdió el “alpargatero” puesto que ahora todos llevamos zapatos, la de “abarquero” pues ya nadie lleva abarcas, la de “arriero”, “carrero” o “carretero”, porque ya nadie tiene un carro, lo cual dio motivo para que desapareciera también el “fragüero”, que varias fraguas había, como también se perdieron las “herrerías”, de las que debió haber tantas y tan buenas, que hasta le pusieron ese nombre a una calle muy céntrica del pueblo. Se fue igualmente el oficio de “pregonero” que buena falta hacía para saber todos los días –sin ir a la plaza- cuándo llegaba el pescado fresco, como igualmente se perdió la profesión de “sereno” de la que tuvimos oficialmente algunos de ellos, y también el “leñaor” que con sus cargas de bojas en lo alto de la burra, vendía haces o manojos por las calles cuando no teníamos butano ni gas en las viviendas. Se fueron también: el barbero “sangraor”, que se encargaba además de rasurarte la barba de quitarte las sanguijuelas que chupaban de la sangre y en el mismo viaje se fue el “curandero”, aunque todavía quedan algunos, y le acompañó el “rezaor” que bien merecíamos los responsos que echaba al pie de la tumba, y el cual dejó en tierra al “enterraor” para que continuara su humanitaria labor. Se fue el “regaor” porque hoy día en las tandas cada cual se administra el agua a su comodidad; se perdió la profesión de “molinero” y con ello el Molino Hidráulico de Jerez, el del tío Antonio y el de Abajo y se perdió el corredor de fincas, cuyo oficio ahora hace el Gestor Inmobiliario y desapareció el cargo de Mayoral porque no hay grandes propiedades o latifundios que precisen una dedicación especial. Se perdió el oficio de “recadero” cuando faltaron Ginés el de la Harina, que anotaba los recados en los márgenes del periódico La Verdad, y Juana la Sabas que te traían de Lorca las partidas de nacimiento o defunción porque aquí no había Registro Civil.