POR JUAN ROMERA SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE PUERTO LUMBRERAS (MURCIA)
Que el progreso sea necesario, nadie lo duda. Si no fuera por él estaríamos estancados, tal vez cubriendo nuestro cuerpo con hojas de parra y comiendo de la caza, si es que la caza no se hubiera extinguido, porque al paso que avanza la población serán extinguidas muchas cosas, y para ello se ha puesto ya remedio a un sinfín de ellas que hasta hace poco tiempo estaban libres: en la caza, tanto mayor como menor, hay multitud de piezas que están consideradas como “protegidas” para evitar su desaparición. En la fauna, igualmente hay también múltiples setos, árboles, flores, etc, que hoy tienen ese beneficio de protección porque se teme desaparezcan y no las volvamos a ver ni conocer. Y sobre todo en las aves, especialmente en la pajarería es donde se encuentra la mayor aplicación de esta defensa.
Viene a cuento esta reflexión, porque acorde con esta pérdida de elementos, echamos de menos aquel recovero que en los días de mercado se situaba a las entradas del Puerto (por la casa del Cura, por el barranco de las Cruces, por la carretera de Vélez, y otros espacios) para aguardar a la gentes del campo que portaban en las aguaderas de sus acémilas los huevos envueltos en paja, los pichones, pavos, conejos o gallinas, a quienes les compraban dicha mercancía, con lo cual ya tenían el dinero para hacer la compra del resto de viandas necesarias para la semana. Era pues, el sistema un medio de vender antes de comprar, que obligaba a veces a vender a cualquier precio, porque llegado el momento, si no habías vendido tenías que volver al cortijo con las aguaderas llenas de los mismos huevos, pavipollos o conejos y entonces ¿qué?… esperar nuevo mercado y nueva suerte.
Hay un dato muy singular y de alto gesto de seriedad en cuanto a la venta de huevos se refiere. Los que “hacían huevos” lo era con dinero del recovero mayor y pagaban un precio por docena, pero si durante el transcurso del mercado o a finales del mercado subía el precio en razón de las necesidades que tuviera el recovero mayor, éste pasaba después y les abonaba la diferencia. De los artículos enunciados, el recovero de huevos era el más sobresaliente y el que más ha sufrido los vaivenes del progreso. Hoy las granjas avícolas te dan los huevos seleccionados por tamaños, frescos o del día, y los tienes a la puerta de casa, sin desplazamiento. A esta demasía del precio se le llamaba la “subía” y suponía una garantía para el modesto vendedor, sabedor que después de haber vendido una cosa pasaban a pagarle una cantidad mayor que era la diferencia entre el precio inicial y el del final del mercado. Por aquellas fechas – años 1940 a 1960- Puerto Lumbreras era la capitalidad nacional de dicho mercado, pues había dos firmas Guevaras y Mayorajo que compraban toda la producción de huevos de las provincias de Almería, Granada y Murcia que luego exportaban a Barcelona, Bilbao y Madrid. Para ello el Mayorajo tenía un control de los trenes que pasaban por Venta de Baños en la provincia de Palencia y sabía con precisión las existencias de huevos en Barcelona, en razón de lo cual desde aquí ejercía presión y marcaba el precio de los huevos. A partir de los años indicados proliferan las granjas y el negocio de tan importante alimento decayó hasta desaparecer como tantos otros de los que nos vamos ocupando.
Puerto Lumbreras 6 diciembre de 2013