POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA.

En una crónica de “La Verdad de Murcia”, fechada el día 23 de agosto de de 1975, se da cuenta de que unos vecinos, entusiastas de su pueblo, han estado trabajando, durante las últimas jornadas, para organizar las fiestas en honor de su patrono, San Bartolomé. Las fiestas tienen la finalidad, en su originalidad, rendir homenaje a los más antiguos del lugar; intentando reconstruir una época que muchos de ellos, ya ancianos, vivieron.

El año 1900 va a revivirse durante dos días, en las fiestas veraniegas de San Bartolomé de mi localidad.

Todos los habitantes del pueblo, unos 1400, se han volcado en ellas, intentando ayudar en “La colocación del tinglado”, en la plaza Mayor del pueblo. Arcos de ramas, banderitas de colores y un escenario, forman el conjunto.

Entre los actos programados destaca, por su originalidad, el “Concurso de bordados”. “El encaje de bolillos”,” El ganchillo” y  “Los estampados en punto de cruz”, tienen una viva tradición entre las mujeres de Ulea, que presentarán al concurso sus labores más primorosas.

Durante esos dos días, las chicas del pueblo vestirán el traje típico regional murciano, bordado de lentejuelas, pues, en la mayoría de las casas, se conservan los vestidos que lucieron sus abuelas.

Dos vecinos que trabajan en Cataluña y Madrid que regresarán al pueblo, tan pronto como se lo permitan sus ocupaciones, se han encargado de darle toda su fastuosidad; en compañía de los miembros de “la comisión de festejos”. Se trata de Vicente Miñano Valiente y Ángel Garro Yepes: dos fiesteros de solera.

Todas las verbenas son gratuitas y en ellas actuarán; “El Orfeón Fernández Caballero”,” La Banda de Música Provincial” y la laureada “Banda de Música de Blanca”. También actuarán los conjuntos” Piscis” y “Mary Carmen y su tela—marinera”.

Entre las celebraciones de época está “el concurso de ollas”, de moda a principios del siglo XX, que consiste en romper una olla colgada de una cuerda en la que el concursante dispone de un palo, para golpearla, pero con los ojos vendados.

En el interior de la olla siempre hay un regalo, pero…, aquí viene el quid de la cuestión: el regalo va mezclado con agua, tierra, harina, ceniza y, a veces con “animaluchos inofensivos”.

La mayoría de las veces se derraman sobre el concursante, salvo que tenga la destreza de apartarse cuando note que impacta con la olla. Como es natural esta circunstancia desencadena el delirio de los espectadores.

También se efectúan “Carreras de sacos”, en las que los concursantes tienen que avanzar a saltos.

El espectáculo estelar es” La carrera de cintas”. Jóvenes del pueblo, montados en bicicleta y con un puntero, tratan de introducirlo en un anillo del que prende una cinta de colores, bordada por las chicas del pueblo.

 Todos quieren obtener como trofeo, la cinta bordada por una señorita concreta, aunque, es muy difícil ya que las cintas van envueltas con un papel dando vueltas sobre un rodillo de cartón, para que pueda deslizarse y no se rompa, al ser pinchada por el concursante.