POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Estos días se puede visitar en el Museo “Francisco Sobrino” de Guadalajara la muestra que bajo el título “El pintor Antonio Ortiz de Echagüe, un alcarreño universal” ofrece una perspectiva (breve pero enjundiosa) de la obra de este gran pintor guadalajareño, al que se le vió poco por aquí, pero que nos ha dado con su fama mayor nombradía en las estelas del arte. Estará abierta hasta el 16 de febrero.
En la gran obra de Francisco Vicent Galdón “El Arte del siglo XX en Castilla-La Mancha” aparecían unas líneas de consideración y aprecio por el guadalajareño Antonio Ortiz de Echagüe, que aquí quiero recordar. Decía así Vicent: Antonio Ortiz Echagüe (Guadalajara 1883 ‑ Buenos Aires 1942), tras pasar aquí los primeros años de su infancia, marchará a Logroño y a continuación a París donde ingresa en la Academia Julien. A los 15 años asiste al taller de Bonnat de cuyo realismo queda impresionado. Y seguidamente ingresaría en las Escuela de Bellas Artes de París. Luego iría pensionado a Roma (1904‑1908) permitiéndole la dotación económica visitar Cerdeña, tierra de la que frecuenta sus tipos y paisajes como tema. Participó con su obra en diversas Exposiciones Nacionales y viajó por Holanda, Argentina y Marruecos. De estos recorridos y estancias deja constancia en su producción pictórica. Ortiz Echagüe orienta su estilística inicial en el realismo populista o tradicional desde el que evoluciona hacia un postimpresionismo de influencia sorollesca, el que conocemos como luminismo. En el realismo costumbrista plantea sus tipos populares, mientras que en el impresionismo luminista vemos proyectados sus mejores paisajes. Será en sus temas intimistas, desnudos y retratos donde Ortiz Echagüe halle más autonomía de estilo tanto en lo decorativo como en lo cromático aunque en ellos encontremos una innegable sugerencia y vinculación con la estética modernista. También en los tipos extraídos de sus viajes por el Norte de África percibimos una leve insinuación orientalista, temática por la que el pintor se sintió fascinado.
A partir de esta referencia breve nos podemos hacer una idea del recorrido de este pintor, al que por fin Guadalajara recupera a través de una exposición, que aún siendo temporal, marcará un antes y un después en la consideración del arte alcarreño. Si breve es la referencia de Vicent, mucho más amplio es el estudio que hace sobre su obra la investigadora Montserrat Fornells Angelats, autora de una tesis doctoral sobre el artista, y, por supuesto, del texto del catálogo que con este motivo ha editado el Ayuntamiento y que, aunque se agotó en papel el mismo día de la inauguración, puede leerse completo en la página web del Museo: https://museofranciscosobrino.guadalajara.es/wp-content/uploads/2024/12/CATALOGO-ANTONIO-ORTIZ-ECHAGUE.pdf
Así podemos saber que Ortiz de Echagüe, aunque de origen andaluz por su padre, y vasco por su madre, nació en Guadalajara lo mismo que su hermano, el gran fotógrafo e ingeniero primer presidente de la SEAT, José Ortiz de Echagüe, a quien siempre se le reconoció algo más entre nosotros. Ambos artistas e iniciadores de caminos nuevos y densos. Era su padre don Antonio Ortiz Puertas, profesor que fue en la Academia de Ingenieros Militares que hasta la Guerra Civil supuso una avanzadilla de la Ciencia Física en nuestra patria. De las mil cosas que podríamos destacar de él, quiero comenzar con una que a mí me parece crucial y definitoria: le fue concedida la “Legión de Honor” por el gobierno francés, en mérito a su maestría en la pintura al óleo y a su visión de la realidad dibujada. Influido por el realismo de Ignacio Zuloaga y el luminismo de Joaquín Sorolla, en la época de ambos pintó y triunfó, habiéndose formado en París junto a León Bonnat, asistiendo a la Academia Julien y a la Academia de Bellas Artes de Francia, contando su primer éxito a los 17 años con su cuadro “La misa de Narvaja, el pueblo originario de su madre. En la familia asombró un poco que uno de los hijos quisiera dedicarse al arte, cuando todo en ella rondaba en torno a la física y la ingeniería. Pero como tenían posibles, le enviaron a formarse en Roma, cono Coco Madrazo, obteniendo en 1904 y por oposición una plaza de pensionista en formación de la Academia Española de Roma. Por donde pasaron todos los grandes del arte pictórico hispano. Tras cuatro años viviendo allí, viajó por Europa, y dedicó una temporada en Cerdeña a retratar el paisaje y las gentes de esa isla mediterránea. El éxito fue tan grande, que acabó teniendo un Museo a su pintura dedicado en la localidad de Atzara, que sigue abierto y guarda su memoria.
La vida le marcó caminos cuando estando en Roma, una rica familia holandesa, los Smidt, le contrataron para que hiciera el retrato de su hija Elisabeth, de la que el pintor se enamoró y acabó casándose con ella (1919), ingresando en esa familia neerlandesa, lo que marcaría su vida hasta el final. De ello resultó un largo viaje por Holanda, donde también retrató paisajes y personajes, cosechando un éxito rotundo. Vivió en Hilversun, junto a Amsterdam, donde alcanzó definitivamente la fama que le llevó a ser llamado de Estados Unidos y de Argentina, por la alta sociedad del dinero, que veían en Ortiz un retratista de altos vuelos. Tras la Guerra Mundial, y una vez casado, hizo diversos recorridos por el mudo, captando paisajes y personajes que enriquecieron y dieron variedad a su producción. Estuvo residiendo una época en Granada (de ahí sus gitanas), en Madrid, en la Quinta de la Fuente del Berro, donde en los “felices veinte” retrataría al rey Alnoso [xiii], una buena cantidad de personas de la Familia Real y la alta burguesía madrileña y vascongada, pues como ellos veraneaba en San Sebastián, acudiendo finalmente a Fez, en Marruecos (de ahí sus personajes de toque oriental y norteafricano, uno de los cuales forma parte ya de la Colección Municipal de Arte que [en su día] podrá admirarse en el Museo de Historia de la Ciudad de Guadalajara). En ese viaje se le concedió la “Medalla Alauita” que tanto dice de su entrañable querer al mundo magrebí.
A partir de 1930, Ortiz de Echagüe se traslada a vivir a Argentina, a la Pampa concretamente, y en Carro Quemado, localidad situada a pocos kilómetros al oeste de Santa Rosa, construye su casa que aún hoy con el nombre de “Estancia La Holanda” sirve de recuerdo, museo, y residencia de sus herederos. Allí moriría, todavía joven, de un cáncer de pulmón, en 1942. Pero esa última docena de años de su vida la pasó en un viajar constante por el continente americano, llevando sin rubor el éxito marcado en cuanto hacía. Exposiciones individuales en Buenos Aires, en Nueva York, en el Instituto Carnegie de Pittsburg, sumadas del nombramiento de académico correspondiente de la Real de Bellas Artes de San Fernando de España. Allí dejó la mayor parte de su obra, que ahora ha vuelto a España de la mano de sus herederos, que acudieron en gran número a la inauguración de esta exposición que ahora recomiendo vivamente a mis lectores que contemplen. Porque no hace falta ser un experto en arte, en historia ni en humanidades difusas para darse cuenta del valor enorme de esta obra artística, de esta colección que es antológica y sirve de recuerdo y homenaje a la figura de Ortiz de Echagüe.