POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
Lo que no debe extrañarnos, porque aquí es lo habitual: lo fue el año pasado, el más cálido que hemos conocido, y anómalo ha sido el actual. Veamos.
El pasado día 31 de agosto finalizó el “verano meteorológico” (julio y agosto), y en la madrugada del domingo lo ha hecho el “astronómico” (21 de junio al 23 de septiembre, este año).
Comenzando por el primero, opuestos en el apartado térmico, como el “yin y el yang”: fresco el primero, pero muy cálido el segundo. En conjunto: “normal” (28º de media).
Pero el segundo no se quedó atrás: calurosos los primeros seis días, suaves los siguientes treinta y cinco, y muy cálidos el resto; incluyendo los primeros dos tercios de septiembre, algo que no es muy corriente, puesto que sólo ha sucedido en otras cinco ocasiones: 1978, 1980, 1983, 1985 y 1987 (aunque algunos meteorólogos han metido la “pata”, pues dijeron el viernes 21 que “no ha sucedido nunca, lo que es indicio del cambio climático”: será en otros lugares…). Globalmente, en los pasados 94 días de “verano astronómico” la media de las temperaturas fue de 27’6º, unas décimas superior a la habitual.
Resumiendo, que es gerundio: comenzó muy bien –para mí, que bastante calor pasé en mi infancia, pero terminó fatal. Si ya lo decía mi querida madre, que lo tomó del sabio refranero español: “el calor y el hielo, no se quedan en el cielo”.
El tema pluviométrico ya no nos alarma, porque las sequías estivales son el pan nuestro de cada año, “per saecula saeculorum” (amén…): sólo hemos registrado 6’7 litros de lluvia por metro cuadrado en el casco urbano de Navalmoral, y todos ellos en la primera semana de este mes septembrino (que, o “seca las fuentes, como aquí, o se lleva los puentes”, como desgraciadamente aconteció en otros lugares).
Y, aquí estamos, ya en Otoño, la esperanza que muchos ansiamos (aunque cada día más desanimado), lo que me aproxima al poema de mi admirado poeta Ángel González:
“El otoño se acerca con muy poco ruido: apagadas cigarras, unos grillos apenas, defienden el reducto, de un verano obstinado en perpetuarse, cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste”…
Muy profundo, sí, pero observando la realidad, intuyendo lo que por desgracia nos aguarda en lo que resta de mes e inicios de octubre (sin que caiga poca o nada de agua), y conociendo los gustos poéticos de la mayoría de ustedes, yo he compuesto este otro breve romance:
¡Ven, amada lluvia, ven, no demores tu llegar! , que están los olivos mustios
secos de tanto llorar, las encinas en la dehesa, en la sierra el castañar, sin flores en los jardines, y los campos sin sembrar, gimiendo los animales , porque no pueden pastar.
Peligran los manantiales, mientras tú ¿dónde estás? ¡Ven, amada lluvia, ven, no demores tu llegar! ,
Aunque desearía mucho más, plasmar este otro que publiqué en noviembre del año pasado:
El agua lava la yedra; rompe el agua verdinegra; el agua lava la piedra…
Y en mi corazón ardiente llueve, llueve dulcemente. ¡Tarde, llueve; tarde, llora;
que, aunque hubiera un sol de aurora, no llegará mi hora luminosa y floreciente!
¡Llueve, llora dulcemente! Quiero hollar un tapiz de hojas y los charcos sin congoja,
mientras la lluvia nos moja. Ir con amigos a setas, en un ocaso violeta