POR JOSÉ ANTONIO MELGARES, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y CARAVACA
Curiosamente, siempre que en Caravaca se habla de honradez profesional, de solidaridad con la problemática de los jornaleros, de actitud de servicio y sacrificio profesional, y del mundo laboral en general durante gran parte del S.XX, aparece el nombre de Pablo Celdrán como ejemplo y referente social, a quien la sociedad local no premió con la dedicación de una calle, como es habitual con las personas que mejor representaron o vendieron la marca Caravaca, sino que le dedicó un barrio, y no por iniciativa municipal sino por la voluntad expresa y libremente demostrada de las gentes que habitan el mismo, en agradecimiento a su existencia terrenal.
Pablo Celdrán Medina, de la familia de Los Coriana, vino al mundo en la C. Larga en 1896, fruto del matrimonio formado por Francisco Celdrán Sánchez-Ocaña y Dolores Medina, siendo el único varón de una numerosa prole en la que abundaban las hembras.
Desde muy joven mostró inclinación al mundo de los toros, que no contó con la aprobación familiar. Con sólo 14 años se escapó de casa, con un hatillo de ropa, permaneciendo fuera tres años que fueron de verdadera angustia para la familia. Casualmente, el diario ABC de Sevilla, comentó cierto día la buena faena de un novillero que acababa de debutar, con picadores, en la Maestranza. Aquella noticia puso a su padre en el camino para encontrar a Pablo en Sevilla, trabajando en un bar y soñando con ser torero. Toreó en la capital andaluza en presencia de su padre, con el nombre artístico de Pablo Celdrán y, convencido por aquel, regresó a Caravaca encaminando su afición hacia la fundación de un club taurino en la ciudad, que funcionó muchos años con el nombre de El Niño de la palma.
En 1925 contrajo matrimonio con Josefa Gor Guerrero, estableciendo el domicilio familiar en el barrio de La Pipa, cercano a la estación del ferrocarril (que con los años se conoció como Las Carreras de Pablo Celdrán), en donde vivió el resto de su vida y donde vinieron al mundo sus tres hijos: Paco, Lola y Jerónimo.
Al año siguiente, con el dinero que le había tocado en la lotería tiempo atrás abrió, en la Placeta del Santo, una fábrica de manufacturas del cáñamo, especialmente de alpargatas, sacos y costales, registrando con marca propia las Alpargatas La Llave. De nuevo fue agraciado por la Lotería nacional, esta vez con 23.000 duros, gracias a un billete adquirido en La Carolina (Jaén), que compartió con familiares y amigos. Ello le permitió pensar en la Gran Vía, junto a la Fábrica del Chocolate, para ubicar su industria alpargatera, entregando para ello una señal de 25.000 pts. para la adquisición de los oportunos terrenos, proyecto que su propio padre le desaconsejó, pensando que era mejor lugar las cercanías de la estación de ferrocarril, donde finalmente se estableció, concretamente en el barrio de La Pipa ya mencionado.
La Guerra Civil le sorprendió con varios pedidos a punto de enviar a sus destinos, no pudiendo finalmente hacerlos llegar, lo que le permitió ir cambiando los productos almacenados por alimentos para su familia y también para sus vecinos y allegados. Al concluir la contienda, y ya viudas su hermana y cuñada, las acogió en su casa junto a sus respectivos hijos más otros sobrinos, constituyendo una nutrida unidad familiar a la que dio trabajo y alimento en adelante.
Su iniciativa y capacidad laboral le llevó (entre 1936 y 1944) a formar varias sociedades mercantiles, todas ellas relacionadas con la fibra vegetal del cáñamo como materia prima. Entre otros, se asoció con Juan López Guerrero, así como con las firmas Soriano, Rives Benabeu y Manresa, las tres de Callosa de Segura (Alicante), que permanecieron durante años en el mercado como Celdrán Soriano, Celdrán Rives Benaven y Celdrán Manresa, hasta que en 1947 se disolvieron todas prosiguiendo con su empresa en solitario, a la que llevó al más alto nivel de prestigio comercial y social, convirtiéndola en la más importante de la Región en su ramo productivo.
Fue éste el comienzo de la época dorada de Pablo Celdrán quien, durante más de veinte años se convirtió en el decano de los hiladores de la provincia de Murcia y en el pionero en la fabricación de trenza de esparto forrada con cáñamo denominada soga encapada de la que fabricaba diariamente más de 3000 Kg. Entre 1945 y 1949 se fabricaron en su empresa toda clase de hilados como maromas, cuerdas para el atraque de barcos (para los puertos de Cartagena y Vigo), costales y tejidos elaborados en cáñamo, en telares artesanos atendidos por hiladores y tejedores locales. Entre sus productos más conocidos mencionaré la elaboración de bayetas o parellas de hilo de cáñamo muy fino, que comercializó con el nombre de Bayetas La Espiga.
Muy preocupado por la salud de sus obreros, y trabajadores del cáñamo en general, quienes adquirían una patología profesional o insuficiencia respiratoria crónica, denominada cannabosis, trabajó denodadamente hasta dar con un sistema preventivo que fue objeto de atención por la prensa regional y nacional, en noviembre de 1953. El citado descubrimiento tuvo lugar en el propio laboratorio instalado en su industria de La Pipa, donde colaboraron con él su sobrino Juan Pedro y José Quintana.
La empresa siempre gozó de un ambiente familiar entre jefes y trabajadores, éstos últimos incontables pues gran parte de los jornaleros y braceros locales de la época pasaron por allí, entre ellos Pablo Guerrero y Pepe Molovni. En las oficinas y administración Juan Pedro y Santiago Martínez Abarca, Paco Pim, Prudencio León Villajos, José Martínez Izquierdo e Ignacio el Polaco y sus hijos. Entre sus viajantes: Julio Pérez.
Amigo de todos y gran conversador (virtud que heredó de su padre), Pablo Celdrán no consideró nunca rivales a sus competidores en la industria de manufacturación del cáñamo (entre los que podemos contar a Manuel Martínez-Reina, Juan el Chairo, Fernando Navarro, los Ninos, los Tubos y Eusebio Velázquez), sino colaboradores en la empresa común de sacar el pueblo adelante, en una época de gran carestía económica.
Simultaneando su trabajo con otras actividades, es preciso afirmar que fue aficionado a la caza y, sobre todo, a los toros, primero de forma activa como ya se ha dicho (el día de Santiago de 1920 participó en la terna formada por José Fuentes, Antonio Fuentes y él mismo, en novillada celebrada en el coso taurino de Caravaca, donde ese día recibió ovación, oreja y regalo, con un novillo de nombre Capitán, que hizo las delicias del público asistente), y luego como teórico de grada y tertulia. Mayordomo de la cofradía de San Antón, patrón de los alpargateros locales, organizó las fiestas en honor del Santo durante años, en el barrio de Carmen, en íntima colaboración con D. Lorenzo Berbell. Como miembro de la Orden Franciscana Seglar (o Venerable Orden Tercera de San Francisco, que por entonces así se llamaba), ayudó económicamente a las Monjas Claras, a las que dio trabajo como cosedoras de suelas, incluyéndolas en la nómina de trabajadoras de su empresa. Como miembro de la cofradía de la Vera Cruz fue el promotor, junto al P. Goñi (de la comunidad claretiana que cuidaba del culto a la Cruz) y D. Pedro Sebastián de Erice, de la primera restauración de la Basílica, tan deteriorada tras la Guerra Civil en que fue prisión primero para unos y luego para otros, logrando el arreglo de sus cubiertas, trabajo que concluyó el Jueves Santo de 1947.
Pablo Celdrán fue el último HOMBRE BUENO así considerado por la justicia consuetudinaria y por la sociedad de un lugar concreto desde época medieval. A él recurrían particulares e instituciones como mediador en los conflictos, antes de acudir a los tribunales ordinarios, y a él recurrieron algunas personas de la ciudad para que ejerciera como padre tutor de sus hijos. Por todo ello no es extraño que el barrio urbano que nació y creció paulatinamente en el lugar de La Pipa, también conocido como Las Carreras de Pablo Celdrán, donde cedió terrenos para edificaciones particulares y fabricó viviendas para gentes necesitadas, fuera denominado, sin mediación ni decisión municipal alguna como Barrio de San Pablo, en elocuente agradecimiento y reconocimiento a este hombre, providencial en la historia económica y social caravaqueña de gran parte del S. XX quien, siendo un virtuoso del cáñamo (llegó a fabricar un jersey de este material), asistió al declive de esta actividad por la irrupción del yute como sustituto de aquel. Desde entonces su actividad laboral derivó hacia incursiones en el negocio de la tintorería y, sobre todo, de la conserva entre los años 1950 y 1970, viendo mermar su economía a causa de las inversiones en actividades menos lucrativas y menos conocidas por él, así como por la incesante actividad caritativa que fue una constante a lo largo de toda su vida.
Pablo Celdrán falleció durante la Nochevieja de 1974 por una insuficiencia respiratoria complicada con problemas prostáticos arrastrados durante años, constituyendo su entierro una de las manifestaciones de duelo más multitudinarias conocidas en la historia reciente local. Su esposa le sobrevivió dos años.
A Pablo Celdrán, que fue un activo muy importante en la sociedad de su tiempo, se le recuerda entre las gentes como un gigante en lo económico y en lo social, cuya figura aún es ejemplo de honestidad, coherencia, solidaridad, magnanimidad y arrojo. Por todo ello no debe parecer extraño a nadie que, a pesar del tiempo transcurrido desde su muerte, su nombre salga a colación en la conversación de todos y en todo con cualquier pretexto o motivo, siendo su mejor elogio, cual epitafio en la sepultura del tiempo, el que pueda afirmarse de él haber sido un hombre a quien todos quisieron por su entrega, quizás inconsciente, al género humano.
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