POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El verano iba transcurriendo y se acercaba el mes de septiembre en que papá me tenía que matricular para comenzar a estudiar preuniversitario, en la Universidad de Murcia y Paquito esperaba la citación para efectuar las prácticas de Monitor Nacional de Deportes. Paquito, que siempre me acompañaba cuando íbamos al trabajo y regresábamos, me tiró de la camisa y me dijo casi llorando: Joaquinico, yo no quiero ser monitor de deportes; quiero ser médico como tú.
Como eres mayor, habla con papá y convéncelo. ¡Anda, ayúdame! Ahora, 58 años después, guardo en mi retina la imagen de mi hermano suplicante mirándome desconsolado. Yo no tenía resortes que poner en marcha para conseguir que papá cambiara de opinión, pero era el mayor y ya tenía 16 años. Le prometí que haría cuanto estuviera a mi alcance, aunque no le aseguré nada. Como es lógico, mi respuesta no alivió su desencanto pero cuando salió en el Boletín Oficial la fecha de las prácticas, papá nos llamó a su despacho y, a solas, los tres nada más, le dijo: Paquito ¿Por qué no quieres ser Monitor Deportivo? Joaquinico me ha dicho que quieres ser médico cómo él. ¿Es cierto? Sí, Papá, le contestó sollozando y cabizbajo.
Tras unos momentos de silencio en los que Paquito asió mi mano con fuerza, nos contestó: yo he puesto toda mi ilusión para que seáis hombres de provecho el día de mañana pero, no quiero que estudie, en contra de tu voluntad el oficio que no te gusta. Haré todo cuanto pueda para que estudies igual que tu hermano la carrera de medicina. Lo que ocurre y, quiero que lo sepáis bien, es que sois muchos hermanos y deseo que todos tengáis la oportunidad de formaros y desempeñar un cargo con el que podáis desenvolveros en la vida sin tantas penurias como yo. No preocuparos, llamaré para decirles que renuncias a la plaza y que se la otorguen al siguiente opositor. Lo que no sé es cómo voy a conseguir el dinero necesario para hacer frente a tantos gastos. Paquito, un poco sonriente le contestó: trabajaremos durante las vacaciones y ayudaremos cuanto podamos.
Al salir de la casa se me abrazó a la cintura sin decirme nada. Al poco, salió corriendo para jugar con sus amigos.
A primeros de octubre del año 1954, me tuve que marchar a estudiar, a Murcia. El curso Preuniversitario no se podía estudiar por libre y, como no podía estar yendo y viniendo, solo regresaba al pueblo durante las vacaciones y algún fin de semana. Por consiguiente, Paquito junto a papá, se quedó de jefe supremo de la saga y recayó en él una carga de trabajo y una responsabilidad enorme; para lo pequeño que era, como le decía tía Fuensanta. En vacaciones de Navidad, de Semana Santa y de verano, me sumaba a la legión de Carrillos; a la que ya se había sumado Pepito y, Antonio, estaba a punto de incorporarse. María Encarna seguía en el colegio de las Carmelitas de Murcia.
Ni que decir tiene que Paquito estaba deseando que llegaran las vacaciones, para que cogiera las riendas y encontrarse más libre. Pero el muy pillo gestionó que le dejaran un aula en las escuelas para dar clases particulares durante el verano y así, librarse en parte de las tareas del verano; que eran las más exigentes. Me tenía al corriente, pero a papá no le decía nada. En voz baja me cuchicheaba para que yo mediara y no le supiera mal. Lo hablé con mamá y resulta que ya se habían enterado pero, que papá no quería decir nada con el fin de comprobar hasta donde podía llegar su osadía. Al final me tocó hacer de intermediario y se hizo un pacto: trabajaría medio día en la agricultura y la otra mitad dando clases.
No cabe duda que Paquito quería sacudirse el polvo de las faenas de la huerta, pero no fue posible. La complicidad que teníamos me obligó a coger las riendas de nuevo; aunque solamente en vacaciones de verano. Al ser su trabajo mayoritariamente docente, siempre iba bien vestido y aseado pareciendo miembro de otra familia distinta. Aún así, no se escapaba de realizar alguna faena; aunque, cada vez eran menos.
Su nuevo trabajo le otorgó algunos privilegios: estar la mayor parte del día en el pueblo, ir siempre bien vestido y disponer de unos dineros del que nosotros carecíamos. Algunas veces me hacía chantaje regalándome algunas pesetas. Sin embargo, al estar con la juventud del pueblo y sus familiares se aficionó a fumar el año que acabó el Bachillerato y, a salir con la juventud estudiantil y sus amigas. Como consecuencia, se echó novia, cosa importante en su vida sentimental pero, quedó enganchado al tabaco, siendo dependiente de él durante toda su vida; a pesar del perjuicio que le acarreaba.
Al año siguiente, Paquito comenzó a estudiar en Murcia, preuniversitario y yo, marché a Granada a continuar los estudios de Medicina, por lo que papá siguió con las riendas de la agricultura con Pepito de primer espada y, con la discreta ayuda de Antonio que ya tenía ocho años. Papá estaba fuerte y, con la ayuda de Pepe y Antonio se bastaba para sacar adelante los cultivos de las dos huertas y los tollos. Paquito y yo, regresaríamos en vacaciones y pondríamos en orden lo que había quedado atrasado.
Todo iba marchando según el guión previsto pero siempre hay algún pero, tres nubarrones se cernían sobre nuestra casa: las dificultades económicas, el proyecto de Paquito de seguir dando clases en verano y lo más importante; la grave enfermedad de papá que aunque superó el problema agudo y salvó la vida, quedó bastante disminuido en su capacidad laboral.
Referente al problema económico lo saldamos bastante bien ya que, tanto Paquito como yo obtuvimos beca de estudios que nos cubría las tres cuartas partes de los gastos y, además, me coloqué como camarero del comedor universitario de Granada como fijo y, Paquito, de momento, suplía las bajas que se producían. Si además, hacíamos vida monástica y gastábamos lo imprescindible…bueno, Paquito no dejó de fumar; con bastante pesar me decía: Joaquín, lo siento, pero es superior a mis fuerzas. Sí, lo intento pero no lo consigo.
En cuanto a la planificación del trabajo para las vacaciones de verano, papá estaba convencido de que suspendería las clases particulares; pero no fue así. Yo ya fui avisado por Paquito y, quizá actué de cómplice. Durante nuestra estancia en el pueblo en vacaciones de Semana Santa, se comprometió con los padres de varios alumnos y pidió la autorización de los maestros para ocupar un aula de las escuelas, autorización que le fue concedida. Cuando se enteró papá se puso un tanto furioso porque no habíamos contado con él para hacer dicha programación y, nos regañó por ello. Papá había quedado un tanto limitado y, aunque sacaba fuerzas de flaqueza, no sé de donde, no estaba en condiciones de montar en la burra para ir a la rambla, ni estaba para realizar faenas que requirieran esfuerzos. Él nos decía que lo habíamos dejado como cosa inútil. Organizamos las tareas del verano y, a la rambla nos íbamos Pepito y yo, y Antonio acompañaba a papá a las huertas de la abuela y del jazminero en donde realizaba pequeñas tareas, actuando Antonio de escudero de papá, acompañándolo en todo momento y haciendo pequeñas faenas a la par.
Era la época de la recolección de las peras y, ese día bajó solo y, para cogerlas tenía que subirse a un perigallo, con tan mala fortuna que se abalanzó para alcanzar un ramo de peras que estaba un poco distante y, al perder el equilibrio cayó al vacío, quedando colgado en el perigallo en sentido invertido pero sin llegar al suelo, las manos quedaban a unos diez centímetros de la tierra. Durante una media hora quedó de esa guisa; hasta que le oyó pedir auxilio un primo nuestro que tenía su huerta próxima a la nuestra. Tras apearlo, lo llevó al médico quien procedió a curarlo y ordenó que se mantuviera en reposo con la pierna que quedó lastimada en alto.
A los pocos días comenzó a caminar y, acompañado de Antonio o mamá, seguía bajando a la huerta pero al ir perdiendo facultades dejo de hacer faena alguna.
Referente a la planificación del verano, todo empezó muy bien ya que tanto Paquito como yo sacamos el curso completo y, además, con buenas notas, por lo que nos permitía conservar las becas un año más, ya que era imprescindible sacar todo el curso en junio y con nota media de notable hacia arriba. No era fácil; pero lo conseguimos. En cuanto al trabajo de las huertas fue otro cantar: Pepe y Antonio se venían conmigo y hacíamos todas las tareas agrícolas pero, cuando se acumulaba la recogida de la fruta, convine con Paquito que centrara todas las clases particulares por la tarde y las mañanas nos ayudara en la cogida de las peras y melocotones, así como su envasado y transporte hasta el cargadero en el pino de la rambla. Como la tarea de la fruta duraba unos 20 días, accedió y lo sacamos todo a flote, aunque como él me decía deslomados.
Todas las noches, después de la cena, nos contábamos los avatares del día, en los que desgraciadamente no intervenía nuestro padre y, si se sentaba con nosotros; era un mero espectador. Los que si ponían atención, eran Pepe y Antonio, también Angelín revoloteaba a nuestro alrededor y, mamá con Manolín en brazos, ante el cariz que tomaban los acontecimientos nos prestaba atención y daba sus opiniones. Después, Paquito me contaba cómo le había ido el día en la escuela y, estaba tan contento, porque le habían pagado las clases unos alumnos que no pudieron pagar en su día y le había dado parte del mismo a mamá para que sufragara gastos de la casa. Al concluir, Paquito se marchaba a ver a la novia y, a veces le acompañaba un pequeño trayecto, hasta que me encontraba con mi grupo de amigos.
Una tarde, me llama con sigilo y me dice: Joaquín, acompáñame a casa de Isidro el Forestal, tengo que llevarle unos papeles. Al verle arreglado y con una carpeta bajo el brazo le pregunté: Paquito ¿qué estás tramando? ¿Qué asunto llevas entre manos? Paseando por la carretera del molino, antes de llegar a la Capellanía, nos detuvimos; me sonrió y me invitó a que nos sentáramos un momento en el poyo de la finca de la Matea.
Allí me enseñó todos los papeles que llevaba en la carpeta y me explicó el contenido de cada uno y cual era su finalidad. Escucha, Joaquín: todas las fincas de Verdelena, en la margen izquierda de la rambla, no tienen futuro ninguno si no somos capaces de diseñar el trazado de un carril de huerta por donde puedan circular vehículos rodados de pequeño y mediano tonelaje. No es posible que tengamos que bajar los columpios y las cajas de fruta hasta el pino a las espaldas porque, por el camino que tenemos, apenas pueden pasar, a veces con dificultad los animales con escasa carga y, si ha llovido, con ninguna. Incluso, las personas, por la senda que limita entre las fincas de Joaquín el “lunares” y la de Emilio “el Vicentito”, tienen que meterse en charcos de agua y barro hasta medias piernas, remangarse los pantalones y tener suerte de no resbalar y salir hecho un payaso lleno de barro. La cuesta, entre la finca de Miró y la Higuera de la Amalia, además de muy empinada está intransitable casi siempre. Si echas tierra y piedras en los barrancos, la arrastra el agua tan pronto como llueva un poco. La cuesta de la finca de Lunares totalmente de láguena es tan empinada y resbaladiza que impide el tránsito de personas y caballerías. El paso por la finca de Federo es un puente con una losa que cubre el canal del agua de riego y si no mides donde pones los pies caes al canal (varias personas se han lastimado al caer, incluso, se han fracturado una pierna).
Como verás Joaquín, los comerciantes tienen recelo a la hora de comprar los frutos de estas huertas y, cuando se deciden la adquieren a precios más baratos; debido a las tremendas dificultades para el transporte. El trozo de camino que bordea la finca de Ernesto Ríos es más ancho pero como ocupa el espacio intermedio, no es la solución para los propietarios de las fincas de los tollos; entre las que se encuentra la nuestra.
No, Joaquín, no tiene ni presente ni futuro. Hace poco tiempo, antes de caer papá enfermo, venía montado en la borriquilla y, ante la inclinación de la cuesta de Lunares le descabalgó y, papá cayó rodando cuesta abajo. No voy a parar hasta que consiga la autorización de los dueños de la costera norte de la colina de Ernesto Ríos y diseñar un trazado para que circulen vehículos rodados. Le miré, quedé en silencio y le dí un abrazo.
Tomó la palabra y me dijo: ya he hablado con el alcalde y la sociedad de riegos La Purísima. Ambos me han dado el visto bueno pero, como no tienen dinero no nos pueden ayudar. Si me han prometido que quedaremos libres de cargas municipales. Algo es algo; aunque sea poco. La sociedad de riegos me ha dado autorización para que pase el camino por encima de la tubería de riego. Sí, pero haciendo unas arquetas sobre dichas tuberías con el fin de que queden protegidas.
Ahora tengo que hablar con el guarda forestal ya que dicho montículo es propiedad mancomunada entre el Estado y los dueños que limitan con ella. Sí, tengo que obtener el permiso de todos ellos, efectuar el trazado de dicha vía y conseguir que no nos cobren nada; a cambio de los beneficios que obtendrán sus fincas. Por eso, ahora, voy a hablar con Isidro el Forestal, que es un hueso duro de roer. Por eso Joaquín, quiero que me acompañes. Le miré y, lo contemplé tan ilusionado y convencido de su gestión que le eché la mano por encima del hombro y le dije ¡vamos, Paquito! Nos levantamos y proseguimos hacia la casa de los forestales.
He hecho un plano provisional marcando por donde trazaré el camino, pero tengo que hablar con cada uno de los propietarios. Cuando regresemos a casa te lo enseñaré, me decía. Ya llevo con esta tarea desde el verano pasado y estoy encontrando muchas dificultades. A pesar de que Rafael Fernández el de la botica, Ángel Martínez el Alguacil y Joaquinico Pastor han prometido ayudarme, lo tengo muy difícil. Es tal el empeño que he puesto en esta aventura que estoy convencido de que llegaré a feliz puerto.
Al llegar a la casa de los forestales, nos dice la mujer que Isidro, su marido, aún no ha llegado y que no tiene hora fija de regreso. Esperamos un rato y, al comprobar que tardaba, desistimos y, la señora, quedó en decirle que habíamos preguntado por él. Allí teníamos un aliado inesperado. Se trataba de un hijo del Forestal que estudiaba el mismo curso que Paquito y quedó en acompañarnos cuando tuviéramos la entrevista con su padre. Nos despedimos y regresamos a casa, en donde nos esperaba mamá para cenar.
Papá estaba sentado a la mesa con nosotros, observaba gestos y movimientos que no eran los corrientes pero, estaba tan deteriorado que no era capaz de discernir ¿Cómo hubiera disfrutado, unos pocos años atrás, con los proyectos de su Paquito intentando diseñar, y construir, una carretera que proporcionara fácil acceso a las fincas de los tollos? No, papá estaba con nosotros físicamente, pero su cerebro estaba muy distante; parecía estar ausente y, ¡solamente tenía 56 años!
Esa noche no salimos a pasear y, en el despacho que fue el santuario del trabajo de papá, extendió Paquito toda la documentación que había gestionado y me enumeró todo lo que faltaba y como llevaba las conversaciones. Sin pensarlo, me convertí en un fiel escudero a las órdenes del Jefe. Sí, él era, el Alma Mater, de una verdadera obra de ingeniería y yo, poco más que un ayudante. Me mostró el trazado que había diseñado y desmenuzamos las ventajas e inconvenientes y acabamos acostándonos al amanecer el día. Mereció la pena, ya que adelantamos bastante tarea.
El trazado sobre el terreno era abrupto y sinuoso; rocas, piedras sueltas, la ladera del montículo, algunos pinos ruinosos y barrancos; muchos barrancos. Parecía imposible que por ese terreno tan quebrado, la mano del hombre y el cerebro de Paquito pudieran diseñar un camino para que lo transitaran vehículos rodados. Pero no; antes de acostarnos dejamos terminado el plano por donde discurriría el camino carretera, señalando los obstáculos que se encontrarían en su trayecto. Allí se jalonaron barrancos, puntos de cruce de la tubería de riego, terreno forestal del Estado, terrenos forestales particulares, fincas colindantes, pasos que precisaban pequeños puentes y…. y lo que surgiera de forma imprevista.
Como Paquito era el ingeniero y yo su ayudante, comenzamos a diseñar dicha vía de comunicación empezando de abajo hacia arriba por el primer tramo que daría comienzo en la misma rambla, teniendo en cuenta las frecuentes avenidas de agua y materiales arrastrados. Sí, era preciso impedir que la riada se llevara el primer tramo de carretera y, para ello ya había consultado al padre de un compañero de estudios que era Ingeniero de Puertos, Caminos y Canales; que vivía en Archena.
De momento, me saca una nota en la que le había explicado las medidas a tomar en dicho tramo. Le miré y, aunque un poco cansado, me esbozó una ligera sonrisa. Le correspondí y seguimos diseñando el trazado. A los 10 metros del inicio había una cuesta pronunciada con las dificultades añadidas de una curva muy cerrada, por lo que había que negociar con el dueño de los terrenos para enderezar y suavizar el comienzo del trazado. De esta faena me encargó a mí. Sin más dilación me dijo: para esa gestión cuento contigo, Joaquín. Tú, te encargarás de hablar con todos los dueños de las fincas por donde se construirá la carretera. Eres mayor que yo y te respetarán más que a mí. Alzamos la vista, nos miramos y no nos dijimos nada; la mirada sellaba la propuesta.
Los pasos sobre la tubería del agua en todo el trayecto eran siete y se tenía que proteger, para que no afectara a los regantes, con pequeños puentes recubiertos de hormigón, con el fin de que no se dañaran dichas tuberías.
El forestal, al que le habíamos entregado una solicitud del proyecto, nos dio el visto bueno del Ingeniero de Montes con la particularidad de que se respetaran todos los pinos que estuvieran fuera del trazado y, además, que estos pinos se les entregara para ser trasplantados en montes arriba. Otro escollo resuelto.
El problema más peliagudo fue que había que desmontar algún pequeño montículo, en especial el cabezo de la finca de Federo y rebajar el nivel del camino de herradura existente, enderezar ligeras curvas y rellenar profundos barrancos; con lo cual, perdían pequeñas lengüetas de tierra a ambos lados del trazado de la carretera.
Como ayudante ilusionado con la labor de verdadera ingeniería de mi hermano, le prometí reunirme con todos los vecinos afectados mientras él diseñaba el plan de obras y la financiación.
(Continuará…)