PACO CARRILLO ESPINOSA INGENIERO DE CAMINOS. ÚLTIMA PARTE
Nov 29 2016

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Paco Carrillo 4

Tras descansar un poco, retomamos los temas de Ingeniería de caminos y veredas. En otra libreta bueno, no había otra libreta, unas cuentas estaban en las primeras hojas y, las otras, poniendo la libreta al revés: no había nada más que una. No se cuando lo hizo porque si no hubiéramos dormido juntos, no dudaría al pensar que no se había acostado, hasta que le cuadraran todos sus planes. Paquito me los fue detallando de forma minuciosa y no se le había escapado ni un solo detalle.

De vez en cuando hacía una pausa, nos mirábamos, sonreía y encendía un cigarrillo. Al poco proseguía y me decía: vamos a comenzar a finales de junio; tengo los permisos de los vecinos colindantes, del Ayuntamiento y Del Ingeniero de Montes. Además, ya he encargado el material (cemento, tubos, arquetas, yeso, argamasa, ladrillo, etc.)

Ah, las herramientas las pondrán los trabajadores y, las que nos falten, las pediremos. Alzó la vista y, señalándome, me dijo: tú trabajaras en septiembre; cuando vengas de Milicias. Te he asignado 10 días, pero si hiciera falta hacer una derrama tendrías que trabajar alguno más ¿de acuerdo? Le miré y le dí un abrazo; ¡de acuerdo, mi jefe! Con razón decía que era el Ingeniero de caminos y veredas y yo, su ayudante. No, no me equivoqué; Paquito era un superclase.

Desde Granada, marché al Campamento de Milicias y él, regresó a Ulea. Habíamos acabado el curso y ambos, con notas suficientes como para mantener nuestras becas. Además se nos había asegurado a los dos trabajo en el comedor Universitario, aunque yo solo podía trabajar días sueltos ya que tenía que hacer guardias en el Hospital que aunque era poco, me las remuneraban y me daban alojamiento en el hospital y mantenimiento. En el aspecto económico, veíamos luz en el horizonte. De Ulea nos llegaban buenas noticias; todos habían aprobado sus cursos y Manolín, el más pequeño, aunque solo tenía seis años, estaba deseando ser mayor para ayudar en las tareas de la huerta y estudiar; como nosotros.

Mi periodo de Milicias acabó el día 31 de agosto y, el día uno de septiembre, me incorporé a las tareas que me había reservado Paquito. Nada más llegar, me dice: Joaquín ¡lo siento! en vez de diez peonadas son trece. Han surgido problemas imprevistos y he tenido que hacer una derrama; según las tahúllas de cada vecino colindante.

Paquito iba de un lado para otro revisando los trabajos y anotando cuanto surgía de forma imprevista. Joaquín (El Litri) que estaba en mi tajo, me decía: Tú con ropa de trabajo y con las manos llenas de callos y tu hermano de señorito; de un tajo a otro, con la carpeta bajo el brazo y dando órdenes. Sí Litri, Paquito tiene madera de líder: seguro que le saldrá como lo ha planificado.

Las tareas de la huerta y la rambla estaban casi terminadas y, entre todos, no nos quedó ninguna asignatura pendiente, terminamos los cultivos que procedían a la entrada del otoño, antes de reanudar los estudios.

Habían comenzado las lluvias y, como el terreno era laguenoso, se hacía mucho barro y no se podía trabajar. Quedaba una cuarta parte de la tarea y, se acordó continuarla el verano siguiente y, de esa forma se protegerían las cunetas y la carretera para que no fueran afectadas por las avenidas en la costera del montículo de Ernesto Ríos.

Un día nos sorprendió mamá. Acudió con Manolín y una cesta con merienda. Paquito la vio llegar y se preocupó por si pasaba algo. Le sonrió y la acompañó hasta donde estaba yo. Los cuatro, sentados sobre una piedra, nos comimos las viandas y regresaron a casa. Por la noche, todos reunidos durante la cena comentamos los avatares del día y mamá le contó a los pequeños su aventura viajera con la cesta y su Manolín cogidos de la mano.

El verano de 1962, tocaba a su fin y nos disponíamos a reanudar los estudios. Todos habíamos progresado adecuadamente y, cada cual nos incorporaríamos a nuestro Centro de Estudios. Paquito y yo, nos marcharíamos a Granada y los cinco restantes quedarían en Murcia. La última semana del mes de septiembre, planificamos el curso que íbamos a comenzar y, el horizonte lo veíamos un poco más despejado.

Durante el trayecto, Paquito me sacó su célebre libreta en donde llevaba anotados los gastos e ingresos, así como los acreedores y estado de las obras: lo que se había hecho y lo que quedaba por hacer. Su libreta era un verdadero galimatías; todas las hojas llenas de números y de nombres. Absolutamente todo lo llevaba anotado: acreedores, deudores, trabajadores, cantidad a cuenta de quienes pagaron su cuota, así como el material que aproximadamente faltaba para acabar la obra. Todo estaba anotado.

Tan pronto como lo revisó, encendió un cigarrillo (en esa época no estaba prohibido fumar) y, estaba tan cansado que a pesar de las continuas curvas se quedó dormido. Cuando despertó, ya estaba anocheciendo y, más distendido me decía: Joaquín está siendo realidad mi proyecto; me salen las cuentas ¡Qué satisfacción me va a producir cuando vea la carretera terminada y que circulen por ella carros y camiones! y que todos los que tenemos las fincas en estos parajes no tengamos dificultad pasa sacar lo géneros y transportar abonos, basuras, maderas, ramas y cuanto sea preciso en un paraje eminentemente agrícola. Me sentiré orgulloso de haber hecho esta obra por mi pueblo.

Con un poco de nostalgia, me decía: Joaquín, lamentaría que no se cuidara e, incluso se mejorara el firme y las cunetas. No hemos conseguido dinero para más y, el firme es de tierra y piedras ¿ quién sabe si algún día, este camino será de asfalto? Nada más de pensarlo me da una alegría inmensa.

Comienza el curso y Paquito sigue trabajando en el Comedor Universitario, pero a mí, me adscriben a la cátedra de obstetricia y ginecología, pero interno en el Hospital Clínico. Me mantienen en la totalidad y duermo en el Pabellón de adjuntos. Además me abonan un salario de 600 pesetas mensuales. Como consecuencia, tengo que dejar la pensión y llevar todas mis pertenencias al Hospital. Yo tenía suficiente con la cantidad que me pagaban y, todo el dinero que me abonaban de la beca, iría destinado íntegramente para los que seguían.

Un día a la semana tenía libre y, entonces lo pasábamos juntos Paquito y yo. Cuando no tenía exámenes se acercaba por el Hospital Clínico y lo pasaba conmigo. Mis compañeros y profesores ya le conocían, y en el comedor también, por lo que siempre que quisiera se podía quedar a comer. Pasado el tiempo me decía: ¿Cuánto se aprende en un Hospital?

El curso académico va tocando a su fin. Yo acabo la carrera de Médico y no se lo que haré. Desde luego que puedo hacer carrera dentro de la docencia pero ¿Y los demás estudiantes? ¿Qué va a ser de ellos? Tengo todo el verano para pensarlo. En este momento, Paquito me toca en el hombro y me dice: Joaquín, no se te olvide que te quedan unas peonadas en la carretera de la costera de los tollos. Lo sé Paquito, cumpliré lo acordado o si me voy a trabajar, te lo abonaré en dinero. No cabe la menor duda de que la contabilidad la llevaba al dedillo.

Paquito sacó su curso con excelentes calificaciones y yo acabé la carrera. Marchamos al pueblo para descansar y estar con mamá y los hermanos unos días y, tan pronto como llegamos, a los dos días reanudó las obras y me reclutó para que cumpliera mi contrato laboral; los cinco días que le debía a la empresa constructora los tuve que saldar.

La sombra de papá seguía siendo muy alagada y ¿cuanto le echábamos de menos? Si viera a sus hijos comenzando a acabar sus carreras y los pequeños escalando los peldaños como buenos alpinistas ¿Cuánto disfrutaría? ¡Ah! y su Manolín, deseando empezar. Pero no, la vida es como un riachuelo cuyas aguas jamás vuelven hacia atrás.

De todas las vacaciones solo tuve dos días de descanso y regresé a Granada para seguir trabajando en el Hospital. Al poco, a principios de agosto, Paquito me llama diciendo que el camino está terminado y que para el día de San Bartolomé sería la inauguración. Al caer en día festivo lo aproveché para volver a mi casa y estar presente en dicha efeméride, orgullo y satisfacción de mi hermano y, porqué no decirlo: también mío.

Había comenzado el otoño y explota el polvorín de Archena. Las consecuencias son nefastas: se derrumban unos edificios y otros quedan en mal estado. El nuestro queda entre los segundos y, mamá, me escribe una carta toda angustiada, pidiéndome por favor que le pague la entrada de un piso que están haciendo en mi localidad en plan cooperativa. Yo no tenía ningún dinero y, ante tal problema, se lo cuento al Catedrático de Obstetricia y Ginecología y, cual era mi situación. Le dije, incluso, si podía hacer guardias nocturnas y de días festivos, con tal de recibir la remuneración correspondiente y me explicó que era imposible lo que pedía.

Estás en la Plantilla de la Facultad de Medicina y no puedes figurar con doble nómina. De todas formas, Carrillo, es una pena después de haber ganado unas oposiciones y estar bien considerado en el estatus médico, dejarlo, tras haber andado más de la mitad del camino. Nos quedamos en silencio y al poco me dice: piénsalo y mañana me das la contestación. Esa noche pasé por la Facultad de Medicina y, en el tablón de anuncio había una nota solicitando médico para un año bien remunerado. Se trataba de la plaza de médico titular de Algámitas, en la provincia de Sevilla. Contacté, por teléfono y aclaré las condiciones de trabajo y las económicas. Acabé aceptando ya que ambas atendían mis necesidades del momento. A la mañana siguiente, aborde al Catedrático y le dije que me marchaba. Lo lamentó y nos despedimos. Cogí todas mis pertenencias y tomé rumbo a Algámitas. Allí, negocié con el médico a sustituir, y me adelantó 30.000 pesetas que envié a mi madre para que pagara la entrada del piso.

El resto fue seguir trabajando para abrirme camino dentro de la profesión médica.

Paquito, que se había quedado en Granada para seguir sus estudios, al verse solo, decidió trasladarse a Madrid para continuar la carrera de Medicina. No lo entendí, aunque respeté su decisión. Le suponía dejar el trabajo en el comedor universitario y las urgencias en el Hospital Clínico San Cecilio, a las que me acompañaba cuando realizaba mis guardias. No le pude convencer y, trasladó la matricula a la Facultad de Medicina de Madrid.

Afortunadamente, me iba muy bien, tanto en el trabajo como en la remuneración del mismo y, pude hacer frente a la deuda que había contraído con el médico a quien sustituía. Estamos al corriente y, al mes aproximadamente, Paquito me llama diciendo que tiene un trabajo como A. T. S en el Hospital de la Concepción y que, con el importe de la beca y lo que le pagarían en el hospital, saldría adelante. A pesar de la distancia, siempre me tuvo a su lado.

Coincidimos en mi pueblo, durante las vacaciones de Navidad, yo solo tuve tres días, y nos fuimos a la costera del paraje de los tollos dando un paseo, para contemplar la obra del Ingeniero de caminos y veredas. Los dos nos recreamos caminando por su superficie y, a la altura de la finca de Federo nos detuvimos para disfrutar con la mirada. Un sueño hecho realidad, me decía. Llegamos hasta la replaceta colindante con nuestra huerta y, tras dar un vistazo, regresamos al pueblo. Cada tramo le traía un recuerdo especial. Sin lugar a dudas, le pudo la nostalgia y, agachando la cabeza, reanudamos el camino de regreso. Aún así, al acabar la cuesta de la finca de Rafael, volvió la vista y se emocionó. Si soy sincero, no niego que me contagió. Los dos, como verdaderos tontarrones, reanudamos la marcha, dejando atrás una magna obra: su obra; la obra de mi Paquito.

Sigue en Madrid y trabaja en la Clínica Gran San Blas. Adquiere una vivienda en Vicálvaro y el día 27 de abril del año 1969, contrae matrimonio en su tierra con su novia de siempre, Sole Carrillo Soler. De dicho matrimonio le nacieron dos hijos; Joaquín y Mari Cruz. Allí, siguió ejerciendo la Medicina este verdadero Ingeniero de Caminos que dejó una gran impronta de su ingenio, al legar la carretera de la costera del paraje de los tollos en la falda del monte de Verdelena.

Este gran enamorado de su tierra, nos dejó para siempre el día 21 de marzo del año 2001, a los 60 años de edad. En nuestro pueblo, recibieron sepultura sus restos mortales y, muy cerca de Las lomas, quedó inmortalizada su gran obra.

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