POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
Me contaba un parragués de adopción hace un par de décadas que una de sus pesadillas era que llegaba hasta lo más alto de la Peña Villar, desde donde contemplaba Arriondas, sus ríos, edificios, iglesia, escuelas, parque, etc . y que -repentinamente- se hacía de noche y no sabía regresar a su domicilio, igual que si hubiese perdido la memoria.
Entonces -como si su mente fuese un caleidoscopio- pasaban ante él personas que conocía pero que ya habían fallecido, sin acertar realmente donde se encontraban, pero que éstas le daban una lista para que las rescatase y poder regresar a la vida por un tiempo más.
En un lugar que a él le parecía el purgatorio siempre le trataban muy educadamente, miraban la lista y ponían cara triste o alegre según recitaban los nombres de algunos de sus conocidos, pero siempre le citaban para otro día con la disculpa de que las personas por las que se interesaba estaban ocupadas o esperaban turno para ocupar otro lugar más feliz, y éste no era precisamente el regresar al pasado de sus vidas, sino al futuro que percibían en una especie de inmensa nube que se apreciaba a lo lejos, cada día más grande y luminosa.
Algunas veces soñaba con el padre de un amigo suyo que había fallecido en un campo de concentración nazi, al que le concedían permisos especiales para visitar el infierno y recordar parte de lo que él había sufrido en Auschwitz, el cual se ofrecía voluntario a llevarle hasta el infierno para que conociese a los que él llamaba la “oscuridad del mal”, asegurándole que en el infierno eran tan meticulosos que cada uno de sus residentes tenía un “alter ego”, como si fuese la misma persona, pero cuyo espíritu solo reflejaba la bondad de la que había carecido el condenado real.
De modo que ese era el mayor dolor que podían sufrir, ver lo que podían haber sido, pero libremente habían rechazado.
Además, cada vez que veían a sus “dobles” buenos, un estruendo infernal (nunca mejor dicho) provocaba que el parragués de adopción (había nacido fuera de Asturias) que contemplaba el terrible espectáculo, despertase súbitamente y -a veces- no conseguía recobrar el sueño.
De forma que cada vez le molestaban más los ruidos, especialmente en estos tiempos donde una parte de la sociedad huye del silencio.
Cuesta mucho admitir que nuestros pueblos y ciudades han cambiado de sonidos, porque los tiempos del lirismo y la serenidad se han perdido, dando paso al ruido como forma de la vida misma, la mayor parte de las veces porque hay quienes creen que el silencio es falta de vida, cuando es todo lo contario a los sonidos molestos, inútiles y desagradables.
Aquellos sueños recurrentes eran como atravesar todos los siglos de la historia entre voces colgadas en el aire, junto con una mezcla de sufrimiento y felicidad, a partes iguales.
Era como vivir en una dimensión en la que desapareciese el presente para entrar en el futuro, y donde el pasado ya no tenía enmienda.
Sentir, vivir y morir al mismo tiempo eran recursos recurrentes involuntarios.
Todo ello te hacía pensar que el guion de nuestras vidas está redactado para cada día, de lo cual se deriva que bendecimos la rutina, la obstinada monotonía del fluir de los días y -solo al final- nos veremos destinados a pactar con el silencio de una noche eterna, sin sobresaltos.
Entretanto, pactamos con la utopía, aunque la realidad circundante esté llena de vacío y los sentimientos auténticos (tantas veces clandestinos) se disfracen con las palabras que los sustituyen.
En muchas ocasiones nos parecemos a Hamlet en Dinamarca, a Ulises viajando hacia la paz sin límites ni final, o a Desdémona soñando con las historias que le contaba Otelo.
Y así vamos por la vida, cada uno con sus ilusiones y frustraciones, éxitos y fracasos, vanidades y modestias.
La vida es muchas veces como una película en el que el haber biográfico recoge un bagaje intransferible, lleno de situaciones que pudieron ser y no fueron, o como un tren que se va deteniendo en las estaciones ya predestinadas de antemano.
Nunca pierdas la esperanza, porque tus antepasados pueden haber nacido en Carúa, en Güexes, en Torañu o en Pandiellu (por poner cuatro pueblos del concejo de Parres elegidos a voleo), pero hasta tú puedes acabar siendo un miembro de la nobleza, como es el caso del Conde de Monte Alea del Sella, cuyo abuelo nació en El Marizal de Montalea… y no es broma, no.
Teclea en Google este tan desconocido título nobiliario para los parragueses y verás qué cara de sorpresa se te queda…
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