POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)

Me decía Alfonso Palacio, en una de mis múltiples visitas al Bellas Artes, que algunas de las grandes paredes blancas del Museo funcionaban como un trago de agua en los catadores de vino; que en esos paños blancos el visitante puede aclararse los ojos cuando pasa de una sala a otra, limpiar la mirada y así disponerla para nuevas sensaciones. La pared blanca nos permite una solución de continuidad, entre el “Autorretrato” al óleo de Dionisio Fierros y un acrílico de Bernardo Sanjurjo, es un decir, o entre el “Cristo muerto en la Cruz”, de Zurbarán, y uno de esos ingrávidos y delicados alambres de Herminio. El Museo es mucho Museo, de la misma manera que las noticias de la prensa son muchas noticias, demasiada información; entre determinadas secciones, por ejemplo entre las carteleras y las esquelas, debería deslizarse una pared en blanco, un espacio de silencio.

Fuente: http://www.lne.es/