PAGOLA REVOCADO
Sep 04 2023

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).

Nada más desagradable que ser revocado. Sacado del contexto en que uno se ha sentido imaginado, la realidad tozuda nos extrae de un entorno de calidad para llevarnos hacia un olvido lamentable. Seguro estoy de que todas aquellas leyes una vez asumidas sin tacha alguna, respetadas igualmente por el beneficiado y el acusado o detractado; cumplidas hasta por los puntos y comas que casi nunca suelen vestir; languidecen como penas sin oído que las escuche en un limbo de revocamiento supremo.

Allí, escondidas de la luz que legaliza todo lo vigente, las pobres normas terminan en osario infame una vez reconocido, mas hoy blanqueado por la ignominia del qué será. Algunos podrán pensar, con razón, que las normas viven eternamente, con independencia de quiénes las postulan y defienden, para acabar relegándolas a ese purgatorio eterno donde no existe indulgencia que pueda sacarlas de penitencia tan injustificada. Puede que un leguleyo distraído caiga en su cuenta y la recite con salero para descubrir que nada sirve para resucitar lo que ya pasó tras el revoco del desinterés, por más que nos esforcemos en recordar la importancia de esa letra antaño brillante, ya ajada en un polvoriento mañana que nunca habrá de llegar.

A veces, y más aún entre provincianos metidos en esta sierra de gélido candor, el revoco salta la página atemorizando a todo quisque por allí paseante, para acabar enlutando la memoria de quién sea. Metido en su paño de negra convicción, este revoco insolente tiende a cometer no pocas tropelías al calor de una legalidad impuesta por la poca letra y el mucho menos común de los sentidos. Caído sobre el lomo de un paisano, el revoco desmemoriado, en pleno revocamiento, acaba por revocar legado y memoria, impacto y presencia vital, por mucho que nos esforcemos en recuperar algo de un vestigio nada halagüeño. Desde los miles de moros y moriscos a los muchos judíos y no pocos gascones en caterva de paisanos extranjerizados, segovianos de toda índole han venido revocando una plétora de rastros vitales difícilmente recuperables, aunque la historiografía se esfuerce en alumbrar. Y, si no lo creen posible, nada más que miren el rastro revocado por el beneficio diletante del arquitecto Silvestre Manuel Pagola.

Reiterado una y otra vez su estilo en no pocos inmuebles segovianos, la huella de aquel paisano nacido en Bilbao el mismo año que mi admirado Tolkien va siendo poco a poco revocada, sin mayor gloria que cuatro graznidos a toro pasado de la demolición inderogable por aquellos ilustres que habrán de esforzarse en recordar su memoria entre el polvo del desescombro. Amantes de la fotografía rancia en el medio de documentación que sea, aquellos, hoy apesadumbrados y ayer convencidos de la imposibilidad de su protección, seguirán esforzándose por proteger un patrimonio al que otorgan permiso y trascendencia, según le convenga al factor económico de turno. Viendo el solar inmundo donde se construirá sobre los cimientos de lo que una vez fuera emblemático edificio, no dejo de pensar en lo poco que cuesta indignarse y lo mucho que lleva la protección de algo a lo que sólo se valora una vez ha sido monetizado.

Para mi fortuna y regocijo, otro Pagola, en este caso de nombre Jesús y Garzón de primer apellido, ha decidido jugar con ese término infecto para, por arte de birlibirloque, transmutar tan despreciable vocablo en resurrección divina de mortero enlucido sobre fachada proverbial.

Encaramando a los andamios que afean mi calle, Jesús Garzón Pagola lleva un tiempo batallando contra una pared muerta donde un revoco decimonónico fue revocado por una suerte de desidia sustentada por la pobreza del heredero que ha de presumir sin actuar. Enarbolando pincel y escuadra, brocha y lápiz plano, Jesús tiene la sana costumbre de revivir la belleza revocada en mil paredes para que su revoco de principios del siglo XXI haga honor a un ejército de Pagolas decimonónicos y aún dieciochescos agarrados a los palos encordados sustentadores de tablón y balde con jalbergue. Ya sea en el azulete apastelado de la casona que recuerda la memoria de Casimiro Maderuelo frente al cuartel viejo o en la esquina ajedrezada de la calle que viera nacer a este humilde Cronista, Pagola no deja de revocar fachada tras paredón de este Real Sitio, quién sabe si con la intención de que al menos un Pagola siga vivo en nuestra vida sin tener que ser resucitado en la memoria colectiva siempre huérfana de sensibilidad.

Algunas mañanas me asomo al salón de la que una vez fuera casa de José Carlos Witch para degustar un cálido café viendo cómo la bruma negra y tostada emerge de mi taza al son con que Jesús dibuja la traza de aquel mármol imaginado. De espaldas a mi realidad, lo imagino preocupado por la porosidad del mortero, mientras deja que el color luzca un panel ayer velado por la incomprensión. En ocasiones, le veo detener el trazo y mirar hacia las Peñas Buitreras, no sé muy bien si preocupado por la luz abrasadora o por el recuerdo de un ladrillo rojo inventado hace siglo y medio que pena en el callejón de la plazuela del Gallo. Aquel, remedo de los que tuvo una vez la cara del palacio real en el arco del infante, transita hacia el olvido, rememorado ocasionalmente por éste que suscribe y por algún brochazo distraído del Pagola revocador. He de suponer que, enamorado de la sencillez de semejantes ladrillos inventados sobre un enlucido que escondía la maravillosa y pobre mampostería, este Pagola adornó la casa de la calle de los Jardineros que habita mi amigo, José Rodríguez.

Ya llegada la hora del descanso, cuando el sol barrena el plano de su pincel velando toda visión de lo que podría ser aquello, Jesús recoge los bártulos y regala otra mirada hacia el Barrio Alto donde pena la mayor de las fachadas de este Paraíso, aquella que una vez brilló al sol de poniente haciendo rebotar el fulgor en fuentes y jarrones, cupidos juguetones y esfinges estiradas de gesto amenazador.

No sé si alguna vez Jesús Garzón Pagola tendrá la oportunidad de acometer semejante hazaña sin precedentes, encaminada a recuperar la cara de un palacio que pena un siglo de revoco revocado. Ninguna duda me aflige al respecto de la necesidad que ambos tenemos de que tal circunstancia ocurra: un servidor, de ver el palacio en su esplendor; la fachada, de ser revocada por mi amigo Jesús.

Aquel, por si acaso, irá dejando que crezca la crin de sus pinceles y el deseo de su mirada metida en ese revoco tan sano y necesario.

FUENTE: https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/pagola-revocado/?fbclid=IwAR0lPPw7IGlzYWtZi9QdOS7Ev-Ugx4OiUc_ArmjGtZHrk_PyyT6F3IV1GeU

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