Mi única excusa para aceptar la invitación de don Aníbal a decir estas palabras es que soy un vecino, uno de tantos vecinos del barrio.
Y voy a empezar con una confesión. Que para mí la música es un milagro.
Recuerdo los versos de Bécquer:
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormida en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en la rama,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¿Y no es un prodigio que en esas cuerdas tensadas en una armadura, esté potencialmente Beethoven?
En la novela de Thomas Mann, Doktor Faustus, se describe una tienda de instrumentos músicos. En la que hay de todo, hasta órganos. Allí, de los instrumentos de percusión se ve el mecanismo, una cosa que golpea a otra y produce un sonido. Pero no así en los de cuerda y viento. Ante ellos yo no puedo sino vislumbrar el misterio.
Más que en nuestra voz, aunque llevemos en las cuerdas vocales un instrumento que es a la vez de cuerda y de viento. Recuerdo su demostración en la conferencia de un médico asesor del Liceo de Barcelona en la Real Academia de Medicina, en la que se nos proyectó la laringe de Plácido Domingo.
Esta mi impresión de misterio, de milagro, se me comunica a las partituras y las grabaciones.
A propósito de éstas, otra novela de Thomas Mann, La montaña mágica, tiene un capítulo titulado “Ondas de armonía” que describe la llegada del gramófono, recién inventado, al sanatorio donde se desarrolla. Fue una revolución en aquel mundo cerrado.
En cambio ahora es muy fácil oír música, demasiado fácil, habiéndose llegado a una desvalorización. Hace poco pregunté a un amigo que si seguía oyendo la Radio Clásica, y me contestó que ahora hay medios más cómodos de oír música a la carta.
Pero sigue habiendo ocasiones en que escuchar música es un rito. Una es ésta, el concierto del barrio.
Tanto más bienvenida esta iniciativa en un tiempo en el cual el barrio cuenta menos en nuestras vidas, tiene menos entidad, pues lo abrumador del mundo virtual hace que incluso viviendo físicamente en el barrio se esté en él menos.
Pero es un valor que se ha perdido. Hay que recuperarlo en la medida de lo posible.
De ahí el valor añadido de esta música que nos está esperando. La mejor música y los mejores ejecutantes, Rachmaminoff de las manos de una pianista que no por ser realidad ha dejado de ser promesa; Schubert por los solistas de la Orquesta Nacional. Pero además para nosotros, nuestra, el concierto del barrio.
Gracias pues a nuestro Conservatorio y su Director.
Madrid, 17 de noviembre de 2016