PALABRAS EN LA OFRENDA FLORAL A LA VIRGEN DEL PILAR
Oct 14 2015

POR ANTONIO LINAGE CONDE, CERONISTA OFICIAL DE SEPÚLVEDA (SEGOVIA)

Virgen de la Peña.
Virgen de la Peña.

Ante todo he de deciros que me encuentro sobrecogido, al tomar la palabra en una iglesia, más en ésta de nuestra Virgen de la Peña. Yo soy de otros tiempos, de unos tiempos en que para hablar en la Iglesia era preciso haber recibido las órdenes sagradas.

Tengo presente la impresión que en este templo de nuestra Madre y nuestra Patrona tuve siendo niño, cuando vine a él, de otro lugar en el que durante tres años las iglesias habían estado cerradas. La Virgen iba a salir en procesión y estaba el Obispo, don Luciano Pérez Platero. Aquel fasto pontifical era imponente. Recuerdo un detalle: sentado el prelado en su trono, un seminarista arrodillado le sostenía el libro litúrgico sobre la cabeza para que leyera cómodamente.

De aquello a dirigiros la palabra aquí mismo, ante esta imagen, bajo estas bóvedas que son un prodigio de altura, que llega a ser raro en el estilo románico, tanto que se tiene la sensación de respirar bajo ellas como en medio del campo, va un abismo. Pero los tiempos cambian y aquí me tenéis.

Hoy es la víspera de la fiesta del Virgen del Pilar y aniversario del descubrimiento de América.

Ante aquella visión de un mundo nuevo, maravilloso e insospechado, es inevitable dejarse arrastrar por el aliento épico y ceder la palabra al poeta:

Dieron nombre a las cosas, como el día primero,
cuando Dios dijo rosa, y mujer, y marfil;
todo el año cristiano bautizó el derrotero,
cada virgen de España tuvo su isla de añil.

El soneto en la selva, y entre serpientes Cristo,
tendrá un octavo día desde hoy la creación,
pues navegó la historia por el mar imprevisto,
y al azar de tres velas van fray Luis y Platón.

Pero ese descubrimiento tuvo también otros protagonistas, los descubiertos. Nosotros salimos de nuestra casa en busca de algo, aunque sin saber lo que nos íbamos a encontrar. Ellos estaban en la suya. Pero sin moverse de ella nos descubrieron a nosotros.

De ahí que la mejor definición de aquel acontecimiento sea la de encuentro, el encuentro entre nosotros y ellos. Un encuentro que permanece.

Y que dio lugar a una fecundación mutua.

La fiesta de mañana ha sido denominada de varias maneras. Los vecinos del Norte la llaman el día de Colón, simplificando demasiado. Aquí hubo un tiempo en que se llamó Fiesta de la Raza. Lo cual era una aberración, puesto que tenía una connotación racista que, además de recordarnos ese horror de nuestro tiempo que es la limpieza étnica, privaba a este día y sus consecuencias de lo que tuvieron y mantienen de mejor y más característico, la mezcla, el mestizaje, el enriquecimiento recíproco.

Sí en cambio usamos la palabra Hispanidad, como hoy hemos hecho, no faltamos a la verdad. Pues en la Hispanidad no sólo entra lo nuestro que allá llevamos, sino lo suyo que nos trajimos.

Es ese mundo ya mutuamente transformado ante el cual nos reclama otra vez la poesía, esta vez la de un nicaragüense, Rubén Darío:

Esa América
donde Cahutemoc dijo en su suplicio:
-Yo no estoy en un lecho de rosas.

Es la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzauatcoyol;
la América católica, la América española,
la América fragante de Cristóbal Colón,
esa América,
que tiembla de ilusiones y que vibra de amor
hombres… (no voy a censurar a Rubén Darí, pero hay cosas que no son para dichas en la iglesia),
que tiembla de ilusiones y que vibra de amor,
vive,
y sueña y ama y vibra,
y es la hija del sol.

De la riqueza engendrada por ese mestizaje recuerdo ahora un detalle entre tantos. En un pueblo de Extremadura, Jerez de los Caballeros, hay unas iglesias de estilo barroco que hay que definir como barroco americano. Y es que nosotros llevamos allí ese arte. Pero entonces se adicionó, cambió algo. Después volvió a pasar el océano de vuelta.

Y aquí tenemos a Fernando, el párroco que también de allá nos ha venido, bienvenido. Bienvenido a esta iglesia de nuestra Virgen de la Peña donde acaba de prometernos la restauración de nuestros gozos, los gozos que la dedicamos y teníamos eclipsados. Y ha sido Él quien ha venido a recordarnos el valor de las tradiciones de cada lugar.

En la compañía de estas gentes de allá que también han venido a enriquecernos en esta hora de la historia, a dejarnos su trabajo y su afecto y encontrar entre nosotros su segunda patria, su segundo hogar.

En este temnplo de nuestra Virgen de la Peña donde podemos evocar tantas y tantas advocaciones marianas cuya devoción surgió en aquel mundo nuevo: no sólo la virgen de Guadalupe, pues tantas otras se nos vienen a las mienets sin esfuerzo ninguno: Chiquinquirá, Coromoto, el Cisne, Cocharca y Otusco y Copacabana, la Caridad del Cobre, Luján, la Aparecida. Y el Cristo de Esquipulas en Guatemala y el Señor de los Milagros en Lima.

Y Rosa de Lima, una muchacha seglar que llegó a las excelsitudes de la contemplación disfrutando con los pajaros y las flores de su huerto.

Un ecuatoriano, Montalvo, escribió un libro titulado Capìtulos que se le olvidaron a Cervantes. Un título que vale por todo un libro. Que viene a recordarnos que de allá nos han llegado, y siguen, y seguirán llegándonos, ciertos capítulos que se nos habían olvidado.

Voy a terminar mirando a la Virgen del Pilar. Pilar es una palabra amable, femenina, suave. Pero en el latín litúrgico se traducía por “Columna”. Un vocablo que, con el mismo significado, nos suena de otra manera. De manera que los dos hermanados, nos compendian la entraña de la maternidad de María. La ternura de la Madre al Niño, sí. Pero también la fortaleza del llamado a hacerse hombre. ¿No es esto lo que nos está pidiendo este momento de nuestra residencia en la tierra?

Y ya nada más

Nota: las palabras de Rubén Darío omitidas eran: hombres de ojos sajones y alma bárbara. Pensaba en los destinatarios de su poema.

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