POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
En Murcia siempre hubo mindangos. Como los sigue habiendo. Y a capazos. Lo curioso es que muchos ni reparan en que lo son. Sobre todo, aquellos mindangos, digamos, lunares. Vamos, que igual que las fases de la luna, pueden serlo una vez al día, al mes o al año, «o acaso una vez en la vida», como escribió el periodista murciano Rodolfo Carles en 1878. Así que usted, desocupado lector, compruebe si acaso es un espécimen de tan extendida especie, cual es la del mindango u otras que no le van a la zaga.
Carles publicó una obrita titulada ‘Doce murcianos importantes’, entre los que incluía al auroro, a la mandadera, al aguador o a «la que mira». Del mindango explicaba que ningún signo exterior lo denuncia expresamente «y no se puede decir en absoluto, por ahí va el mindango, como se puede señalar al basurero o al nazareno. Y es más, no se puede decir que sea un carácter personalísimo, es un carácter diluido, si esto está bien dicho, en todos los que han nacido a orillas del Segura».
El mindango murciano es un tipo despreocupado y camandulero. Llamarlo así no se considera un insulto y, según la tradición, en Murcia resulta incluso un apelativo cariñoso, fruto de la amistad.
La RAE bien lo describe como un murcianismo: «Despreocupado, camandulero, socarrón, gandul». El erudito Sevilla, quien aquí sí acertó, registró la palabra mindanguería como una «cualidad del mindango». Ya lo creo.
Su hábitat natural es variado, pues su adaptación al entorno resulta asombrosa: tabernas donde lo conviden, zonas vips de conciertos con barra libre, jardines donde entretenerse escuchando a los gorriones, presentaciones de libros absurdos y conferencias aburridas, Trapería arriba y Trapería abajo en busca de algún patrocinador para su almuerzo…
Para encontrarlo rápido, sin menear mucho las matas, basta acercarse a su hábitat preferido: cualquier sarao huertano, sardinero o cofrade, de los cien mil que se convocan al año, y donde a la gente le echen de comer. Lo que le echen, pero gratis. Él solo aporta su gaznate y su insuperable parsimonia.
El mindango, sea del Noroeste, del Altiplano o de la costa, cuyo Día del Caldero suele atraer a legiones de ellos, tampoco suele trabajar en exceso, por no escribir que nunca. En verano van los barcos del Mar Menor cargados de ellos, como piojos en costura, oiga. Para ser digno de tan castizo vocablo, como el zanguango, existe otra condición inexcusable: deben colgarle los genitales. Pero bastante.
Las cosas, y que me disculpen mis piadosos lectores, tienen su nombre, que en este caso es el de huevazos, término que describe al indolente y gandul. Los mindangos, para serlo, deben contar con veinte y muchos años largos. Cuando menos y como poco. Sobre su reproducción sexual y otros hábitos (salvo el alimentario, pues su boca cual barranco todo lo tritura si no tienen que pagarlo) se encargó un informe a un ilustre catedrático mindango (luego lo supimos) de la Universidad: ni tenemos ni esperamos resultados.
Nuestros ancestros hasta crearon un verbo para describir la única y abnegada dedicación del mindango: Mindanguear. Muy acertado sinónimo de gandulear. Tan prolífica es su estirpe y nutrida su descendencia que da lugar a interminables sagas familiares de muchas ramas y pocas ganas de escardarlas, como en Murcia se escribe podar.
FUENTE: https://www.facebook.com/Abotias