POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Ya pueden ir escogiendo placas de mármol bueno para esculpir en ellas esa palabra que algún genio desconocido inventó. Y luego que el concejal de jardines, en vez de plantar tanto horrible ‘brachichito’ (o como pijo se llame esa fea especie invasora), las coloque en todos los parques infantiles del municipio. En ellas podrá leerse: abruzadera o, en su versión castiza, ‘abruzaera’. ¡Qué maravilla! Incluso antaño dio lugar a un verbo: abruzarse, que significa, literal y sabrosamente, columpiarse.
Sobre el término hay referencias históricas a capazos. El poeta Frutos Baeza, allá por 1898 y en ‘El Diario de Murcia’, recordaba cuando algún zagal «cogía un cacho e cordeta y la ataba a un cirgüelero pa hacerse una abruzaera». Los mismos versos formarían parte más tarde de su espléndida obra ‘Cajines y albares’, cuyo título recuerda dos variedades de granada, para el que no lo sepa.
Alberto Sevilla, en su ‘Vocabulario murciano’ de 1919, anotaba aquel cantar popular que decía: «Durmiéndose esté el nene, poquico a poco, y su madre lo abruza con mucho gozo». Además, añadía otros términos hoy extinguidos como abruzón, que era el impulso fuerte que se daba para abruzar o mecer, o abruzador, que era quien abruza «impulsando al que se encuentra en la abruzaera».
No solo se utilizaba el verbo abruzar en los bandos panochos ni era voz exclusiva de los huertanos. Su uso era general. Y quiero creer que lo sigue siendo. ¿Quién no ha dicho esa palabra alguna vez en su vida? Dirijo mi pregunta a mayores de cuarenta y tantos años, claro.
– Vamos, ya carlancos.
– No crea, también algún zangüango.
Otro juego que perdura, aunque un tanto arrinconado por los móviles que tanto ansían los niños, es la bilocha o birlocha. Vamos, echar a volar una cometa; divertimento que, en algún tiempo pasado y oscuro, fue prohibido por la iglesia.
Como lo mismo les sucedió a los bailes entre mujeres y hombres que fray Diego José de Cádiz censuraba en Murcia durante el siglo XVIII. De fraile y asceta tendría mucho, el hombre, pero de gaditano con arte solo el nombre. En aquello, cierto parece, se columpió. O se abruzó.