POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Pienso en la decadencia de nuestra sociedad (la clase política es un reflejo) y en la escultura de “Rufo”, ubicada en Uría esquina Doctor Casal, por sufragio popular dedicada a un perro vagabundo, conocido y respetado por su fidelidad, saber estar, saber irse, sobriedad, modestia, mesura y nobleza, o sea, buena fe más que pedigrí, y evoco aquella ocasión en que a un exultante y exitoso Molière, al salir del estreno de “Las preciosas ridículas”, en noviembre de 1659, en la Théâtre du Petit-Bourbon, de París, le salió al paso un mendigo de mano temblorosa a quien entregó un luis de oro; el pordiosero creyó que el dramaturgo se había equivocado con tan espléndida limosna y quiso advertirle; Molière confirmó la dádiva, le entregó otro luis, en atención a la honradez del mangante, y exclamó: “¡Dios mío, dónde fue a refugiarse la virtud!”.
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