POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Escribía yo ayer (viene contándose desde mucho antes de ayer), que mientras lavaban los pies a Jesús en la casa del resucitado Lázaro, y se los besaban y perfumaban Marta y María, la fragancia y el ruido de ósculos llegó a Judas Iscariote, que merodeaba por Betania como sabueso a la caza de razones para entregar al rey del Cielo y ganarse una recompensa. Jesús sabía que uno de sus discípulos, el más feo y maltraído, iba a venderlo, a identificarlo ante las autoridades romanas, y lo verbalizó en la última cena, según Mateo: “Os aseguro que uno de vosotros va a entregarme”; aunque sabido no dejó de ser una felonía. Apuntaba maneras Judas cuando, en el rastrillo de los apóstoles, del que era tesorero, negociaba al alza los precios de los productos y en vez de entregar el beneficio a los pobres se lo guardaba en su faltriquera, su verdadero paraíso, su paraíso fiscal.
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