POR FRANCISCO SALA ANIORTE. CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Muchos edificios de gran importancia para la arquitectura contemporánea en España están ahora abandonados a su suerte. Uno de los casos más sonados es el Parque de la Relajación, en la laguna rosa, adjudicado por el Ayuntamiento de Torrevieja al estudio del japonés Toyo Ito en el año 2000 y que, después de años de abandono, sufrió un incendio dejando su estructura calcinada y de esa forma, inservible.
Este proyecto se concibió con un carácter social ante la situación de encontrarse en los baños de lodo naturales de esta zona. La construcción del primer edificio se inició en 2003 y se finalizó en 2006. A partir de ahí se paralizó la ejecución y el vandalismo y el abandono han hecho mucho daño a esta pieza arquitectónica. En 2010 hubo intentos fallidos de relanzar el proyecto pero el descuido, el poco interés y el mal uso han terminado por dejar este en ruinas.
La arquitectura de este proyecto buscaba el hacer desaparecer los límites entre lo natural y lo artificial, en referencia a algunas las formas de la naturaleza y las huellas del tiempo.
Y volviendo la vista atrás y observando las huellas del tiempo, me sitúo en aquellos primeros años en que Torrevieja se iniciaba hacia la última década del siglo XVIII. El historiador oriolano Josef Montesinos Pérez Martínez de Orumbellae quien se refiere las primeras noticias que conocemos del veraneo en Torrevieja: «El nuevo moderno lugar de la Concepción que hay en esta Torre Vieja, tuvo su principio en los años 1759 y 1760; por varios sujetos de la Ciudad de Orihuela que para su recreo, diversión, y baños de mar, en los meses de julio, agosto y septiembre».
A los habitantes había que incorporar también a aquellos que arribaban desde Murcia, Callosa, Catral y otras villas y lugares a bañarse, llegándose a cuantificar más de 2.000 almas en los meses de julio, agosto y septiembre, por ser su «mar muy limpio, muy tranquilo y muy apacible».
Pero si existe una circunstancia significativa en el definitivo impulso del veraneo Torrevejense, es sin lugar a dudas la llegada a ella del ferrocarril, allá por mayo de 1884.
En Torrevieja les esperaba a todos ellos o bien los baños de mar o de ola, o los baños de tina. Esos últimos, en esos años finales del siglo XIX, les eran ofrecidos por seis balnearios públicos, más o menos lujosos, más o menos higiénicos.
De ellos, el más apreciado por sus condiciones era el denominado como Vista Alegre, con bañeras de mármol y provistos de agua caliente. Estaba regentado Ángel Bru y años después por la familia de comerciantes Celdrán, también conocidos popularmente como `los funerarios´, debido a su negocio de `cajas de muertos´.
Los baños de mar Vista Alegre de Ángel Bru se inauguraban el 25 de junio de 1887, aunque ya se habían instalado en años anteriores. Ocuparon un trozo de costa junto al paseo del mismo nombre, exactamente en el lugar en que hoy se levanta el Real Club Náutico.
Sabido era por los que lo visitaban en los años ochenta del siglo XIX, que no había sitio más pintoresco, más alegre, ni más cómodo en las playas de Torrevieja; pero las dimensiones del local superaron aquel año en mucho a las de otros, de tal modo que cómodamente se disponían de veinte habitaciones para señoras y diez para caballeros, sin contar con dos baños generales, capaces para más de cincuenta bañistas cada uno de ellos. Todas las habitaciones estaban confortablemente construidas y amuebladas de tal modo, que nada faltaba a los más exigentes.
Por recomendación de algunos reconocidos facultativos de merecido renombre, entre los que se encontraban los doctores murcianos Tomás y José Maestre -antecesores de los propietarios de la Manga del Mar Menor-, y que aconsejaron que se construyeran cuatro gabinetes exclusivamente para baños a la temperatura que se deseara, y que se podían tomar en anchas y limpias tinas de mármol que para este fin se preparaban. Indudable fue la higiénica innovación del balneario en aquel año, aplaudida por todos los que, no pudiendo tomar baños naturales, se veían privados de ese benéfico placer.
Asombrosa era la capacidad y belleza del salón de espera o de recreo. Cómodos asientos proporcionaban descanso a cuantos tenían el gusto de permanecer allí, pudiendo hacerlo fácilmente en número de cuatrocientas personas.
Dos cajas de música y un magnífico piano estaban a disposición de los aficionados, amenizando agradablemente las reuniones. Se daban espléndidos bailes, en cuyas noches, una iluminación muy especial de un efecto mágico, proyectaba sus luminosos destellos sobre el local.
Se encontraban allí profusión de periódicos de Madrid, Murcia, Alicante, Albacete, Cartagena, Orihuela y de la misma Torrevieja. Tampoco faltaba una abundante, variada y económica repostería. Por último, un ancho puente o pasadizo que desde el paseo daba acceso al establecimiento.
Los otros balnearios que rivalizaban con la clientela veraniega eran La Marina, La Rosa y La Unión. El primero ubicado en la playa de Torrevieja, donde hoy se instalaba la feria. Su propietario Francisco Albacete conocido como `El Rojo, el alpargatero´, simultaneaba la regencia de su negocio con la fabricación artesanal de capazos para ser utilizados en las salinas y con la venta de unos cuadernillos con las poesías que él mismo componía. El segundo, junto al muelle Mínguez o del `Turbio´, era conocido como La Rosa y era propiedad de Salvador Valentí `El Pato´; después el ya nombrado de Vista Alegre y a continuación, junto al Miramar, el llamado La Unión. Ya en la playa del Acequión estaban instalados los de El Carmen, junto al matadero, y el balneario de La Pura.
Pero también en aquellos tiempos las desgracias en las estructuras balnearias tuvieron su desplome a las doce y media de la mañana del 16 de agosto de 1919, cuando se hundió el balneario de La Unión cuando estaba atestado de gente. Afortunadamente no hubo desgracias personales. La colonia veraniega protestó por el abandono en que se encontraban, presagiando la repetición de este tipo de suceso y temiendo una terrible catástrofe.
Fuente: http://www.laverdad.es/