POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y CARAVACA
Otra de las personas que no pueden faltar en el virtual cuadro de honor dedicado a quienes pusieron los cimientos de la Caravaca actual, es el polifacético Pascual Adolfo López Moya farmacéutico, pintor y artesano, en cuya mente Pascual Adolfo pinta en la terraza de su casa nunca dejaron de fluir ideas y proyectos, siempre relacionados con la actividad creativa.
Hijo del farmacéutico Pedro Antonio López López y María Dolores Moya Martínez-Carrasco, vino al mundo en enero de 1930, siendo el tercero de los cuatro hijos fruto de aquel: Lola, Pedro Antonio, Pascual Adolfo y María Rosa. El matrimonio estableció el domicilio familiar primeramente en la C. Mayor, donde nació la primera de ellas, y después en la C. del Colegio donde nacieron los demás.
Su formación primaria tuvo lugar en el Colegio Niño Jesús de Praga de los PP. Carmelitas de la Glorieta, y la secundaria, como alumno interno, en el colegio de los PP. Capuchinos de Granada.
Cursó Farmacia en la Universidad de Granada, hospedándose en el domicilio de una señora de Caravaca que apenas si le dejaba estudiar, pues siempre estaba dispuesta a hablar de la ciudad de ambos. De su capacidad intelectual da fe el haber llevado a cabo dos cursos académicos en un solo año. Sin embargo, su afición al dibujo y a la pintura, heredados de su madre, le llevó a la convicción de dejar los estudios para dedicarse a la creación plástica. Aquella obsesión por el abandono universitario lo cortó su catedrático de Parasitología, en cuarto curso de carrera, al encauzar su actividad creativa por el camino de los estudios, tomándolo como ayudante para dibujar todo aquello que se podía ver a través del microscopio.
Concluida la carrera quiso cerciorarse y demostrar a los demás que podía vivir de la pintura, lo que le llevó a pasar una larga temporada por las ciudades andaluzas, Bruselas y París alojándose en mundo de la bohemia del barrio parisino de Montmartre. Una vez demostrado lo que quería demostrar y convencido a sí mismo, se estableció en Caravaca comenzando a regentar la farmacia paterna, en la C. del Colegio, frente al Salvador, mientras su padre lo hacía con la Botica de las Columnas temporalmente, tras fallecer su titular D. Cayetano Rodríguez.
Se ennovió en Granada con la hija de un catedrático de aquella universidad, que poco después trasladó su residencia a Barcelona. En un viaje a la Ciudad Condal para visitar a su novia y preparar una exposición de su obra pictórica, se enamoró perdidamente y a primera vista de la empleada de la empresa de enmarcaciones artísticas Monfalcón a quien en una hora pidió en matrimonio. Sin embargo habría de pasar un año hasta que se casó con ella: Josefina Salueña, oriunda de la localidad aragonesa de Fuendetodos y descendiente directa del pintor Francisco de Goya. Parcial Adolfo y Fina se casaron en la Basílica del Pilar de Zaragoza el 22 de septiembre de 1962, estableciéndose en Caravaca, lugar del que Fina nunca había oído hablar, y abriendo el domicilio familiar en la entonces C. de Ródenas (Gregorio Javier), donde nacieron sus tres hijos: Rosario, Victoria y Pascual Adolfo.
Apasionado de la noche, gustaba apasionadamente de ella, inspirándose en los reflejos de la luna en las calles de cualquier ciudad, en los claroscuros de los callejones y en las personas noctámbulas. No es extraño que se convirtiera enseguida en el Pintor de la Noche como le denominaron los críticos de arte de la época. Para pintar la noche de la manera magistral que siempre lo hizo, utilizaba procedimientos que permitían refinadas técnicas a base de pigmentos y tonos obtenidos por él mismo en el laboratorio, gracias a sus conocimientos químicos. Lástima que el fruto de su investigación aplicado a la pintura no lo revelara a nadie, yendo a parar la tumba con él. Su obra se encuentra fundamentalmente en Granada y en abundantes colecciones particulares.
Su inquietud creativa le llevó a fundar una industria propia, de carácter artesanal, con el nombre de Creaciones Horo, en la C. Domingo Moreno, apoyada por una fábrica en el paraje de Los Molinos que proporcionaba el material metálico de tortillería, bisagras y clavos con los que componía sus esculturas. La empresa llegó a contar con 45 empleados y de ella salían: talla de tradición románica y gótica, y escultura a base de tortillería, siendo la pieza emblemática el conjunto de D. Quijote y Sancho Panza que repitió en innumerables materias y sistemas, incluso con el material de desguace de un barco cartagenero. Todo ello motivó la concesión de la Medalla al Mérito Artesano del Ministerio de Industria.
Entre sus empleados se recuerda a Salvador El Florete, El Arturo, Bermúdez, Martín el Joyero, el Joyas, José Antonio Soler y Juan Elum, junto a otros muchos, alguno de los cuales siguió en el negocio tras la muerte del artista.
Fruto de su actividad creativa fue su vinculación al mundo de la Fiesta y concretamente al festejo caballista, colaborando con la peña Panterri, a la que pertenecía El Arturo, en el diseño de atalajes que posteriormente materializaba sobre terciopelo Encarna La Bordadora en su taller de la Esquina de la Muerte. A él se debe la primera indumentaria bordada sobre fondo oscuro, y también la primera pintada sobre bordado liso.
También fruto de su actividad creativa fue la redecoración de su propia farmacia, combinando la decoración y el mobiliario modernista existente con su aportación historicista que evoca estilos medievales inspirados en la iconografía cristiana y, sobre todo en La Alambra de Granada.
Como investigador participó en un trabajo sobre las filarias con los laboratorios Merck, a partir de una patología diagnosticada a una religiosa de la Consolación del Colegio de Caravaca, el cual no llegó a concluir a causa de su muerte prematura.
Fumador empedernido de tabaco negro, diversas insuficiencias respiratorias le llevaron al hospital en varias ocasiones. Sin embargo su muerte se produjo de manera repentina en Melilla, el 21 de junio de 1978, en el transcurso de un viaje de placer, con sólo cuarenta y ocho años de edad.
Amigo de sus amigos, entre los que figuraban gentes de la más diversa condición social e intelectual, alojaba en su farmacia, durante las noches de guardia, a personas con quienes departía sin cesar de temas sin cuento. Siempre de buen humor, sarcástico, ingenioso y ocurrente, su defecto físico en la espalda no le motivó complejo alguno a lo largo de su vida. Talló personalmente la lápida que cubre la sepultura de su padre, preparando la suya propia, sobre la que su amigo el poeta local Elías Los Arcos, dejó escritos los siguientes versos a manera de epitafio:
Aún tiene que nacer quien te comprenda,/ que sepa que la noche ya es tu amante./ Que contigo se oculte en la tiniebla, / y ya no te abandone ni un instante.
Fuente: https://elnoroestedigital.com/