POR MARI CARMEN RICO NAVARRO, CRONISTA OFICIAL DE PETRER (ALICANTE)
El sacerdote Bartolomé Muñoz Golf tomó posesión de la Parroquia San Bartolomé Apóstol Petrer el 4 de junio de 1927 y su estima por todos los sectores del pueblo fue tal que, durante la República, no fue nunca molestado y los actos del culto se celebraron con toda normalidad. Pero a partir del golpe de estado del 18 de julio de 1936 y la oleada anticlerical que se expandió por todo el país, las cosas se complicaron y acabaron en tragedia para el sacerdote.
Tras el 18 de julio, día que se produjo el alzamiento contra la República, el alcalde del Ayuntamiento de Petrer, Luis Amat el Bravo, visitó al sacerdote y le dio toda clase de garantías, diciéndole: “Esté tranquilo que no le va a pasar nada. Nadie le molestará”. En Petrer estuvieron escondidos durante toda la contienda dos sacerdotes hijos del pueblo: el presbítero D. Conrado Poveda Maestre y el recordado vicario D. Jesús Navarro Segura, que corrieron mejor suerte que D. Bartolomé.
Tenemos conocimiento a través de la segunda causa abierta contra el querido poeta petrerense Paco Mollá, acusado de adhesión a la rebelión y, según declaración manuscrita del mismo fechada en Madrid el 23 de septiembre de 1945, en la que declaró que “llegó a salvar con riesgo de mi propia vida al cura párroco de Petrel” cuando el domicilio de éste iba a ser asaltado por las turbas. Este hecho fue corroborado por tres personas de intachable conducta y de grato recuerdo para los que tuvimos la suerte de conocerlos como fueron: Doroteo Román, Tista Navarro y Leopoldo Verdú.
El sacerdote Federico Sala Seva en su obra “180 testigos de la fe: sacerdotes y religiosos nativos o inmolados en 1936 en la provincia de Alicante y diócesis de Orihuela” (1991) recogió el testimonio de la sobrina del sacerdote, Dolores Muñoz, que convivía con él y le cuidaba, la cual le facilitó detalles que nos permiten conocer cómo vivió sus últimos momentos de vida D. Bartolomé Muñoz.
“A pesar de la insistencia del alcalde petrerense para que se quedase, el sacerdote pensando en la tradicional religiosidad de su pueblo, Caudete, solicitó permiso y logró su traslado a su ciudad natal, renovándose las promesas de seguridad por parte de ambas autoridades. Pero conforme iban pasando los días y los meses, la situación se fue endureciendo, muchos dirigentes fueron reemplazados y la agresividad antirreligiosa se acrecentó de modo inesperado. Por haber encontrado en la casa paterna del sacerdote, durante un registro, una escopeta de caza, fue inmediatamente encarcelado su hermano José. Confiado en las promesas que recibiera del alcalde caudetano, le visitó en horas nocturnas para implorar el perdón y libertad de su hermano, mas no pudo conseguir ni siquiera buenas palabras. El 6 de septiembre de 1936 entraron en su casa diez o doce milicianos, casi todos de Petrer, aunque guiados por algunos de Caudete. De malos modos, le trasladaron al convento de religiosos carmelitas de Caudete, convertido en prisión, incomunicándole. A su llegada le dijeron al portero del mismo: “Mañana daremos <>, a D. Bartolomé”. Los familiares le enviaron algo de comida, que no llegó a probar. En las primeras horas de la noche varios hombres de Petrer y uno o dos de Caudete le hicieron subir al coche que había venido desde Petrer, conduciéndole a la carretera general de Caudete a Villena. Viendo que había llegado su hora, al descender del coche suplicó a sus verdugos que le concedieran unos momentos de preparación para comparecer ante Dios. Le fueron otorgados y añadió: <>. Extendiendo sus brazos en cruz y siendo portador en sus manos de una pequeña cruz e imagen de la Virgen, recibió los disparos, quedando su cuerpo abandonado en la carretera. Avisaron a los de Villena “que había un muerto en la carretera” y una piadosa señora, al saber quién era prestó una sábana en la que fue envuelto su cuerpo en el cementerio de Villena. Pasada la guerra sus restos fueron trasladados al cementerio de Caudete”.
Este asesinato fue un ejemplo más del “crimen motorizado” a las víctimas se las llevaban a dar un paseo en un vehículo confiscado y se les asesinaba fuera de la ciudad. Una vez más el odio, las ideas y la sinrazón acababa con la vida de un hombre bueno que había estado al frente de la parroquia de San Bartolomé durante diez años y que bajo su curato se celebró el tercer centenario de la Virgen del Remedio en 1930.
Hace unos años se inició un proceso de beatificación de los 52 sacerdotes, 14 monjas y 1 seminarista asesinados en el obispado de Orihuela-Alicante durante la guerra, proceso que no concluyó y que fue cuestionado por ciertos sectores porque solo se pretendía beatificar a personas relacionadas con el bando vencedor.
Fue el 16 de junio de 1939 cuando se rotuló con su nombre la calle que une la plaça de Baix con la de plaça de Dalt pero esta calle será, más adelante, objeto de otra crónica.