POR JOSÉ LUIS ARAGÓN PANÉS, CRONISTA OFICIAL DE CHICLANA DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
En 1829 el escritor francés, Stendhal, publica “Paseos por Roma”; un libro en el que proponía, cuando se visitase una ciudad, no seguir “un recorrido reglado y preciso porque lo verdaderamente grande no debe tener ninguna afectación”. Y advertía que, “Paseos”, era un libro “para leerlo arbitrariamente, saltándose párrafos o páginas”. Desde el respeto y admiración que sentimos por Stendhal, unos viajeros chiclaneros, decidimos esta primavera hacer un viaje por la ciudad de Úbeda, nuestra ciudad hermana desde agosto de 1994. Escribió Stendhal –y nosotros suscribimos–: “Habiendo salido de casa esta mañana…”.
Después de varias horas de camino alcanzamos la tierra donde San Juan de la Cruz dejó plasmado: “Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura / y, yéndolos mirando / con sola su figura / vestidos los dejó de su hermosura”. Así, impregnados de estos versos, oteamos un horizonte serpenteado de cerros clavados a la tierra, inmóviles, de la que proviene una brisa de un viento distinto al de Chiclana. Entonces nos decimos que estamos en la capital de la Loma, en Úbeda, ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, en 2003.
Hemos dejado a nuestra derecha la autovía A-32 y nos adentramos en el municipio, por una vía secundaria, hacia su interior. Pronto divisamos el hospital de San Juan de la Cruz hasta llegar a nuestro hotel –calle cronista Juan de la Torre–. La tarde primaveral invita a un primer paseo –arbitrario como nos recomienda Stendhal– por el casco antiguo, pero antes hemos de atravesar una amplia avenida –moderna– como cualquiera otra de una ciudad moderna: la avenida de Cristo Rey. Son horas de siesta que hoy hemos perdonado, sin hacer caso al escritor francés.
Unos minutos y unos pasos más y estamos en la calle Redonda de Santiago, a tiro de piedra el primer monumental edificio que nos invita a entrar y, entramos; en silencio, para no molestar, como si estuviesen todavía allí sus antiguos inquilinos: es el hospital de Santiago. Solo su externa grandeza renacentista y su amplio patio interior con una fuente, dan fe de su importancia en otro tiempo de historia. Una amplia escalera de grandes peldaños nos lleva a la planta principal donde están las salas, otrora ocupadas por enfermos. Mientras subimos vamos contemplando la rica bóveda que sobre nuestras cabezas nos enseña quienes eran los que ostentaban el poder y repartían misericordia en aquella España del imperio.
Continuamos por la calle del obispo Cobos para desembocar ante las primeras callejas: estrechas, vetustas, llenas de historia. Calle del cronista Cazabán, donde se ubica la iglesia de San Isidro; calle del cronista Muro… ¡Ah! Úbeda, ciudad de antiguos y nuevos cronistas. En la calle Caldereros, el monumento dedicado a Palma de Burgos: imaginero, pintor y escultor. Terminando Caldereros, en calle Trinidad, el palacio de los marqueses de Bussianos…
Hablamos mientras caminamos por calle Gradas hasta llegar a la plaza de Andalucía con su imponente Torre del Reloj, bien diferente a la nuestra. Las antiguas agujas marcan las cinco menos diez; una tarde como otra cualquiera para los ubetenses; pero para nosotros, viajeros, es un instante de emoción. Recorremos la plaza observando sus edificios, los soportales similares a las antiguas plazas castellanas… el monumento al general Saro Marín.
Es el momento de hacer una parada y tomar café con los famosos dulces “vitolos”. Tras el inciso cafetero llegamos a la plaza de Álvaro de Torres con su farola central de cuatro brazos. De allí, al convento y monasterio de Santa Clara fundado en 1290. En él se hospedó la reina Isabel La Católica a su paso por la ciudad para la guerra de Granada en el año 1489. En la iglesia, monjas y feligreses, rezan el rosario. Nuestra presencia no altera el rezo: silencio, respeto, contemplación…
Nuestro libre itinerario nos lleva a la calle Almena buscando la plaza donde se ubica el edificio del ayuntamiento. Después nos dirigimos a la plazuela de Juan de Valencia, escalonada, también con una farola con cuatro brazos sobre un pedestal de piedra y sus casas bien conservadas. De allí, a la plaza de San Lorenzo donde hallamos una rica casa antigua de estilo neoclásico –1788– con tres escudos nobiliarios en la fachada presidida de un balcón sobre la gran puerta de entrada: es el palacio del III marqués de Contadero. Continuamos por la calle Baja del marqués y la calle de Narváez, hasta llegar a la Casa de los Morales –siglo XVI–. Entre callejuelas los últimos rayos de sol se despiden de la tarde dejando en una serena penumbra la calle Grada de San Domingo y la de Afán de Rivera. Mientras tanto, la ciudad va tornando su color para dar entrada a una pálida luz artificial que alumbrará esquinas y recovecos de callejuelas donde aguardan los fantasmas de capa y espada de otros tiempos. Fin del primer paseo.
(Publicado hoy en el Periódico de Chiclana, pp. 18-19)