POR JOSÉ LUIS ARAGÓN PANÉS, CRONISTA OFICIAL DE CHICLANA DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
Un nuevo día amanecía en Úbeda, claro, con viento fresco de la sierra y nubes sobre los cerros. El paisaje, cargado de belleza y resonancias históricas, nos trajo a la memoria aquellos versos de nuestro poeta Antonio García Gutiérrez: “Mira; ya por la cima de aquel monte / riente con trémulo arrebol, / ilumina el espléndido horizonte / la blanca aurora que precede al sol”.
Bien temprano bajamos nuevamente al centro histórico por la avenida Cristo Rey, las calles obispo Cobos, y Mesones hasta llegar a la plaza de Andalucía. Allí subimos al campanario de la Torre del reloj para ver, desde lo más alto, el conjunto histórico arquitectónico de la ciudad y parte de la comarca de La Loma. Luego nos dirigimos a visitar las antiguas murallas y el Torreón del Portillo del Santo Cristo.
Hay que recordar que durante más de trescientos años Úbeda fue una importante atalaya de la frontera entre cristianos y musulmanes, y en muchos años, primera línea de combate para ambos contendientes. Aunque también hubo períodos de tranquila paz donde ambas culturales interactuaban más allá de unas relaciones sociales, comerciales o administrativas. La ciudad andalusí a pesar de las murallas, tras un largo asedio, se rindió a las tropas de Fernando III, “el Santo” en 1233. Es decir, 70 años antes de la donación de Fernando IV a Alonso Pérez de Guzmán de la “aldea yerma de Chiclana” (1303). Dejamos las alturas de las almenas, la sombra de los adarves y el periodo andalusí, y volvimos a situarnos a pie de calle.
Antes de que el sol brillase ardiente en mitad del limpio cielo nos encontramos admirando el palacio del condestable Dávalos –segunda década del siglo XVI– o casa de las Torres –por las dos que forman el conjunto monumental–. En su interior, un patio con columnas renacentistas, arcos de medio punto y una fuente en el centro que da muestra del poder que ostentaba esta familia en Úbeda, y la genialidad del arquitecto Andrés de Vandelvira, muy presente en este segundo paseo por la ciudad, claramente renacentista.
Andando entre callejuelas –limpias y bien conservadas– llegamos a la puerta de Granada que, como su nombre indica, era la salida para el camino Real que llevaba a la capital nazarí; por ella salió la reina Isabel para la toma de Baza. Cuenta la leyenda que en un lugar cercano hay un tesoro escondido y la persona que sea capaz de comerse una granada debajo de su arco de medio punto y no caérsele un solo grano encontrará el preciado y codiciado tesoro.
Traspasada la puerta nos hallamos con un abrevadero de la época, aún en uso, y parte de la alta muralla. Seguimos por las calles Afán de Rivera y prior Monteagudo buscando la plaza de Vázquez de Molina para ver el palacio del deán Ortega y una impresionante capilla, auténtica reliquia renacentista: la Sacra Capilla de El Salvador. La plaza es parada obligatoria. Hay que contemplar su inmensidad y monumentalidad y cuanto de riqueza arquitectónica contiene. El palacio, de mediados del siglo XVI, tiene un cuerpo de una sola planta rectangular entorno a un patio; la fachada principal consta de dos cuerpos de altura. En el primero –sobre zócalo– se distinguen las anillas donde se ataban las caballerizas, además de los vanos adintelados y un frontón principal. La portada principal de columnas dóricas está coronada por ángeles que sostienen las armas sobre filacteria del deán Ortega, que fue el primer capellán mayor de Sacra Capilla de El Salvador.
El trazado de la capilla fue obra de Diego de Siloé, por mandato de Francisco de los Cobos, secretario de Carlos V, y continuada en su segunda fase por Vandelvira. Una visita a su interior nos muestra su gran riqueza escultórica. Es la gran joya de Úbeda. También en la misma plaza se encuentra el palacio renacentista de Juan Vázquez de Molina, o palacio de las cadenas –obra de Vandelvira– donde se ubica el ayuntamiento de la ciudad y el archivo histórico. Pero antes de finalizar nuestro recorrido contemplamos el monumento dedicado al maestro Vandelvira y el palacio de Pedro de Toledo, marqués de Mancera y virrey de Perú, construida en el siglo XVI por los hermanos Molina Valenzuela con su fachada de dos pisos y rematada por una torre, la Torre del tesorero. Para cerrar el paseo elíptico entramos en la basílica de Santa María de los Reales Alcázares, edificada sobre la mezquita mayor de la ciudad tras la conquista de Fernando III, “el Santo”. No deja de asombrarnos su claustro, las capillas interiores y su exterior, que reflejan sus diversos estilos –entre los siglos XIII-XIX–.
Así nos despedimos de Úbeda, desde esta inigualable plaza –testimonio de la importancia de la ciudad cuando España fue imperio–. No sin razón le llaman la plaza más bella de España.
Bibliografía:
-Padilla, Fdo. : Casa de las Torres. En https://fotosubeda.wordpress.com/…/03-casa-de-las-torres/
-Úbeda, patrimonio de la humanidad. En http://www.ubeda.com/…/Palacio_Del_Dean_Ortega/index.htm
Publicado hoy en El Periódico de Chiclana, pp. 18-19.