EL PÁRROCO ALEJANDRO CABRERO, EN EL SALUDO QUE REDACTÓ PARA EL LIBRO CONMEMORATIVO DEL CUARTO CENTENARIO DE SAN VICTORINO (ESCRITO POR EL CRONISTA DE LA VILLA, RICARDO GUERRA), LO QUE MÁS LES SORPRENDIÓ FUE EL DESCONOCIMIENTO DE LA FIGURA DEL MÁRTIR
Las tres arcadas de la portada de la iglesia de Santo Domingo de Silos presiden, solemnes y majestuosas, la céntrica plaza del Arrabal en Arévalo. La gente, recién salida de la ceremonia eclesiástica, espera pacientemente la aparición del párroco. Tras unos minutos de demora, bajo el arco izquierdo del templo aparece el estandarte de la cofradía de la Virgen de Nuestra Señora del Camino, a la que le sucede el de la cofradía de las Angustias. Finalmente, llega el momento más esperado: sale el cura acompañado de los monaguillos y, detrás de él, majestuosa y elegante, aparece la arqueta que contiene las reliquias del patrón de la villa de Arévalo, San Victorino, cuyas fiestas se celebran durante esta semana.
De pronto, la banda municipal toca los primeros compases del himno nacional. Cuando la última de las notas se pierde en el viento, comienza la procesión que llevará los restos del Santo por los lugares más emblemáticos del municipio.
Según cuentan los vecinos de la localidad, las fiestas de San Victorino nunca han sido tan populares como las de la otra patrona del pueblo, la virgen de las Angustias, celebradas en febrero. Sin embargo, desde la creación de la cofradía que lleva el nombre del patrón, en el año 2015, las celebraciones de San Victorino han tomado un nuevo impulso popular. No parece descabellado pensar que el desconocimiento sobre la vida y obra del mártir romano sea una de las principales causas de su menor fama.
Un santo desconocido. Según comentaba el antiguo párroco del pueblo, Alejandro Cabrero, en el saludo que redactó para el libro conmemorativo del cuarto centenario de San Victorino (escrito por el cronista de la villa y colaborador de este periódico, Ricardo Guerra), lo que más les sorprendió al llegar a Arévalo fue el desconocimiento de la figura del mártir por parte de los fieles locales. No es de extrañar, pues la presencia de sus reliquias en la localidad es, prácticamente, fruto de la casualidad.
Ciudadano romano del siglo III d. C., Victorino se convirtió al cristianismo gracias a las predicaciones de otro mártir, San Sebastián. Renovada su fe, el futuro santo dedicó sus años a la evangelización y al rescate de reliquias y cuerpos de cristianos lanzados al río Tíber. Como si de una predicción se tratara, tiempo después Victorino fue denunciado ante las autoridades imperiales y arrojado, con pesos atados al cuerpo, a las profundidades del río romano. Los cristianos enterraron sus restos en las catacumbas, de las que fueron rescatados a principios del s. XVII por miembros de la Compañía de Jesús. Casualmente, poco tiempo antes los jesuitas habían fundado un colegio en la villa de Arévalo para el cual pedían reliquias que venerar. Hechos los trámites, el mártir llegó a Arévalo en el año 1608 y dos años después fue nombrado oficialmente su patrón.
La procesión, después de pasar por lugares emblemáticos del pueblo como la iglesia de Santa María, llega al punto inicial. Cuando toda la comitiva se encuentra ya frente al pórtico de Santo Domingo de Silos, la banda se detiene y vuelve a tocar los acordes del himno. La Guardia Civil se cuadra ante el santo y los fieles le lanzan vivas con pasión y fervor. Una vez acabado el himno, las reliquias vuelven al interior de la iglesia, donde el cura se las ofrecerá a los feligreses que, uno a uno, las besarán como muestra de fe. Tras esto, las reliquias son guardadas en la parroquia, donde esperarán con paciencia a las próximas fiestas.
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