POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Me estoy quitando el pastel de cabracho. Es alimento de mucho riesgo: debe mantenerse en buenas condiciones higiénicas después de elaborado. Es sano, natural, sale del horno perfecto, estéril, húmedo, rico en nutrientes, pero se gestiona muy mal su trazabilidad, su cadena del frío: transporte, almacenamiento, entrada y salida al frigorífico; cuando se desmolda aumenta la superficie de contacto con el aire y abre todas sus puertas a un sin fin de bacterias; tantos nutrientes se contaminan con facilidad, como huevos de Juanelo. O lo consumimos pronto o se envenena; no se marchita, no pierde empaque, no cambia de color, no lo delatan olores rancios o acres y aunque el anfitrión tenga buenas intenciones es fácil que nos lo sirva con bicho, relleno de millones de bichos. Cuando en un bar me recomiendan pastel de cabracho lo rechazo con la excusa de que las espinas venenosas del cabracho me suben el úrico. ¿Pastel de cabracho? ¡Ca!
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