POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Los «curiosos» de la Historia nos informan sobre el origen peruano de la patata. El primero (que yo sepa) en contarlo fue aquel italiano, luego afincado en España, Pietro Martire d´Anghiera (1457-1526) y aquí llamado Pedro Mártir de Anglería, en su «De insulis super inventis et incalarum moribus».
El segundo (insisto, que yo sepa) fue aquel gran estudioso mestizo Gómez Suárez de Figueroa conocido como Garcilaso el Inca (1539-1616), hijo de Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas y de la bella y joven moza, india peruana, Isabel Chimpo Ocillo, nieta del último rey de Perú Huayna Capac Inca. Lo dice en su libro «Comentarios reales de los Incas», editado en 1609.
Las patatas llegan a España, vía Sevilla, en 1542 y hasta los pobres acogidos en el «Hospital de Sangre», sevillano, se niegan a comerlas.
Quienes sí parece que las aceptaron como alimento fueron los monjes del gallego monasterio de Herbón, cerca de Padrón y famoso por sus pimientos (los que «unos pican y otros non») siguiendo las instrucciones, en 1574, de monseñor Francisco Blanco, arzobispo de Compostela.
Por fin, ya a finales del siglo XVIII o a comienzos del XIX, en Asturias adoptamos a la patata como real y sabrosa «materia nutricia».
Yo, en mi Colunga natal y en tiempos de «después de la guerra», solamente conocí tres clases de patatas: las blancas «de guñu azul» (las más cultivadas), «les coloraes o roxes» (menos abundantes que las blancas), y las llamadas DE RIÑÓN (y también «tempranes» o de «primor»), de piel sonrosada y fina, forma ovoide arriñonada, y carne amarilla muy suave y muy sabrosa.
Se sembraban habitualmente durante la luna de febrero (menguante) y se buscaban pequeños trozos de terreno («cuadrinos») un tanto pindios («recudíos») para que no encharcaran con los lluvias y orientados al sur («al sol»).
No se las dejaba «madurar» (salvo las que se destinaran a la siembra), disfrutando de ellas en tiempos de primavera junto con otros frutos de la temporada: fabones tiernes de mayo, arbeyinos, alcachofines… Y si fritas con huevos fritos, para la cena, ¡qué les voy a contar!
Para freír se utilizaban las de tamaño mayor; para guisar con carne o con verduras, las redondinas pequeñas (patatos) que se pelaban raspando, no «cortando los pulgos». Y los dedos quedaban como manchados de negro… Otra costumbre perdida.
Ya casi no hay «patates de guñu azul». La modernidad nos trajo otras variedades blancas de calidades y nombres muy raros: Baraka, Bintje, Desirée, Duchesse, Jaerla, Kennebeck, Spunta…; y para las rojas: Kondor, Monalisa, Roseval …
Las DE RIÑÓN (ignoro si queda algún nostálgico que las cultive en Colunga y en Asturias) son «recuerdos del pasado». Otra pequeña muestra de nuestra identidad suplatanda por lo foráneo.
Bueno, pues en esta nostalgia, vamos a guisar una menestrina (sin carnes) de «patatines roxes redondines» al aroma de un colungués «vino blanco El Trasgu».
.-Pelamos, raspando, sobre medio kilo de «patatinos» y los llevamos a una cazuela junto con dos o tres zanahorias en dados pequeños y dos nabos de mesa, también en dados. Cuecen en agua con sal al gusto. Aparte, en otra cazuela, cuecen unos 100 g de arbeyinos, un puñadín de «fabonines tiernes», y las vainas de los guisantes (sin la piel interior). Ya en su unto, se agregan a las patatas, quedando todo poco caldoso.
.-Aparte, se prepara un sofrito según costumbre al que se añade medio vaso de vino blanco (recomiendo El Trasgu, de Sancar); da unos hervores y se suma a las patatas y verduritas.
Da unos hervores finales, reposa y se sirve complementando con trozos de huevo cocido.
¡Oiga! ¿Qué pasa si sumamos unos trocinos pequeños de jamón, y unas alcachofinas tiernas cocidas, y «unes vainillines amarilles «, y, y, y….?
Pues nada, ¡santo cielo!
Es como «miel sobre hojuelas», que en Colunga diríamos «fayueles con miel».