POR APULEYO SOTO PAJARES, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA
El sábado estaba ésta villa segoviana más clara y atestada que nunca, boda incluída, con oros otoñales desparramándose por los suelos y agrupándose bajo los soportales de madera y granito.
La primera sensación que nos produjo fue la de retroceder unos mil años al oler la leña ardiendo en los hogares y los restaurantes. No pasa nada en ella, ni siquiera el tiempo, sólo nosotros que la atravesamos desde el arco amurallado de la entrada hasta el castillo de los Zuloaga, que no acaba de caerse al río que la rodea hasta La Velilla, y en el que sobrevuelan los buitres carniceros avizores como en el Duratón de las Hoces carrascales y sepulvedanas, prácticamente gemelos todos: los ríos, los bancales, las hondonadas y los pájaros de buen y mal agüero.
Los jurados de sus Premios, ya en su décima edición -Sanz, Gracia y el Soto que esto firma- después de deliberarlos muy prudente y detenidamente, nos trinchamos unas carnes de vaca que nos parecieron como de la Edad Media o de antes quizás. Y con nosotros se encontraban el comandante del encuentro anual, Julián de Antonio de Pedro, y el secretario de la jornada cultural, el beatífico periodista Angel Esteban Calle. Abajo del mesón «Peñas», paralelo a la calle Cantarranas, el Cega ciego continuaba rumoreando…