POR PEPE MONTESERIN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Cualquier catedral que se precie se levantó sobre las cenizas de otra de peor factura. León, Oviedo, Compostela… Decir gótico flamígero ya es una provocación. Notre Dame de París, Reims, Chartres, el Duomo de Milán, Toomkirik de Tallin, la Iglesia Negra de Transilvania…, ninguna fue a menos, los incendios las mejoraron. Así deberían gestionarse los bosques; antes se quemaba para ampliar la zona de pastos, lograr hierba fresca, eliminar matorral y garrapatas e incluso aprovechar la ceniza como abono para árboles con savia nueva. El incendio purifica, el infierno es la máxima expresión, la llama que transforma la podredumbre en amor. En cambio, el caso de nuestro Auditorio, catedral de la música, es singularísimo: no fue construido sobre cenizas sino sobre un depósito de agua, y aún así a los peritos les huele a chamusquina. Como para tocar “La danza del fuego” está la cosa.
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