POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Vivir es para ver, y ver para vivir más.
El escritor se autorretrata en otros, semejantes o distintos, y el retrato permanece tras su tránsito a otro mundo.
Dejar huellas supone algo más que andar, a la pata la llana o montaña arriba y abajo. No resulta fácil marcar el rumbo de los desorientados.
Si yo fuera Ramón Gómez de la Serna redivivo, me reiría de los ejercicios de circo que ahora se estilan en el circo a puertas abiertas del Congreso. Pero a pesar de que no lo soy, me río igual que él en mi catacumba apuleyética. Que se oiga mi carcajada.
Planté cien árboles, redacté cien libros, crié cien hijos (no mil), todos los cuales me miran, admiran, leen, sondean, imitan… ¡Qué satisfacción!
Estoy en mi sitio y no ambiciono otro más alto. Me basta el quicio de la mancebía de las letras ordenadas, desde el que intento mejorar el mundo, que me lo pone duro. Pero hay que resistir, esperando un porvenir más lúcido y maleable, perdón, como dije, mejorable. Y resisto.