«Yo nací en septiembre de 1947. Recuerdo perfectamente la llegada de Ensidesa, y eso que era una cría muy pequeña. Estábamos jugando en el parque con mi madre y empezaron a sonar la sirena de la rula y las campanas y hubo un jaleo tremendo. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Pues que habían concedido la Ensidesa para Avilés. Lo recuerdo perfectamente». (La construcción de inició en 1951).

«Recuerdo una ría de Avilés en la que se recogían almejas en la arena con el gancho de la cocina. Una ría limpia completamente y el puerto de San Juan de Nieva, donde entraban los pesqueros. Recuerdo salir con el Carreño de Avilés a través de una marisma llena de patos. Y luego ya toda la obra de Ensidesa y verla cambiar toda completamente».

«Avilés eran una villa muy limpia, muy humana. Recuerdo, donde está el barrio de la Luz, unos prados preciosos que bajamos corriendo. Ahora está todo construido. En Sabugo nos conocíamos todos, era casi una vida familiar. Luego con Ensidesa vino una avalancha de gente, lo que dio de comer a muchos. En Sabugo habíamos vivido, primero, la llegada de los vascos a la lonja de Avilés, los bermeanos. Aún reconozco los nombres de los barcos y los apellidos: Goitia, Uriarte… Un temporal había roto el muelle de Bermeo y vinieron con los barcos Avilés. Vinieron a vivir al Nodo, que hacía poco que se había inaugurado, y pusieron la base de sus barcos aquí. Avilés siempre ha sido un puerto de acogida».

La avalancha

«De Ensidesa, lo primero que recuerdo fue la llegada de hombres solos que vivían en barracones. Las familias quedaban en sus lugares de procedencia, hasta que hubo viviendas. Las primeras casas que se hicieron fueron las del poblado de Llaranes, todas estaban pegadas a la vía del tren, cerca del hospitalillo. Fue una avalancha de gente. Para que te hagas una idea: mi madre, que era maestra, inauguró en 1959-1960 una escuelina en Las Vegas, una escuela unitaria mixta, niños y niñas, desde los 5 hasta los 14 años. Eran 35 alumnos y sólo había 6 asturianos. El resto andaluces, gallegos extremeños, salmantinos….

El mundo de fábula

«Recuerdo perfectamente aquellos días de Reyes en que todos los niños de los padres de Ensidesa venían con unos regalos… Aquello del poblado de Llaranes era un mundo completamente de fábula. Aquella gente tenía casa, carbón y colegio para los niños: Salesianos para los niños y para las niñas, las Hermanas de la Caridad. También era un régimen estamental. Vivían apartados los obreros en unas casas; los delineantes y los peritos en otras y los ingenieros, en Avilés. Recuerdo que con las cartillas de una hija de unos amigos nuestros íbamos al economato de Llaranes a comprar, que había de todo y era mucho más barato».

«Yo estuve fuera de Avilés desde 1962 a 1982. Nos fuimos a Sevilla. Mi padre se fue a trabajar allí. Aquella siderurgia que dio a de comer a todos, a nosotros no. Mi padre tuvo que dejar la empresa, le dieron un trabajo en Sevilla y nos fuimos a vivir allí. Pero no perdimos el contacto con Avilés, veníamos todos los veranos».

La contaminación

«Cuando marchamos, creo que ya había dos altos hornos funcionando. Para el día del Padre, mi madre y nosotras le regalamos una camisa blanca de tergal, preciosa. Hacia la parte de atrás de la casa teníamos un tendedero. Secamos allí la camisa y, puesta al trasluz, vimos que estaba llena de agujeritos del humo. Por eso había tanto cáncer de garganta en Avilés, eran partículas de polvo incandescente. Fue cuando nuestros calcetines empezaron a ser color naranja en vez de ser color blanco».

«En mi casa empezamos a vivir eso porque teníamos los hornos en la zona de vientos dominantes y el noroeste nos metía todo el humo encima. Fue cuando la gran avalancha de gente que fue a vivir a Salinas y eso, fíjate, salvó el casco histórico de Avilés. La gente que podía dejó esas casas, que se fueron alquilando y no se tocaron, y se marcharon a vivir a Salinas, a chalets, a los Gauzones… Años después fue cuando el casco histórico se declaró patrimonio protegido y ya no se pudo tocar. Pero hasta entonces, de lo contrario, hubiera sido una desdicha». Avilés tiene un plano medieval. Hacia adelante la fachada y detrás tenían todas huertas. Tú coges ahora mismo y desde un dron ves las casas: la manzana de la calle de la Cámara, la calle de la Fruta, de la calle San Bernardo… por detrás tienen huerta. Lo vimos cuándo abrieron el Pandora y estos bares, que tenían atrás unas huertas que llamábamos las terrazas. Todo eso se hubiera construido y hoy podemos decir que gracias a la contaminación de Ensidesa, como la gente buscó otro lugar donde respirar mejor, nos mantuvo el plano antiguo de Avilés completamente».

Los años difíciles

«Aunque durante unos años vivimos en Sevilla, veíamos en verano. Mi padre era asmático y empezamos a quedarnos en Candás. Pero cogíamos el Carreño y nos íbamos a Avilés. Teníamos una relación fluida con muchos de amigos. Por ejemplo, con Aidina Recio, la de la librería Recio, que estaba al lado del Parche y que era un lugar de cultura. Había unas tertulias allí… Me acuerdo de ir con mi madre cuando yo no tenía clase. Médicos, abogados… Aquello era una auténtica pasada. O con Herminio el de Casa Herminio. Eran amigos de toda la vida y mis padres mantenían una relación muy fluida con ellos. Todos los años veníamos».

«En aquella época me tocó ver aquella degradación de Avilés, fortísima. Pero fortísima. Estábamos hasta asustados. De aquella, no podíamos cruzar por el Parque del Muelle. Fue cuando Ensidesa a empezó a bajar el número de empleados y las gentes que vivían de Ensidesa quería que los hijos tuvieran derecho a lo mismo que sus padres: a casa, luz, a carbón, a colegio, pero ya no había. En Avilés pegó mucho el tema de la droga, como pegó en las Cuencas. Y había una concentración muy potente de drogas en esa zona. Y por la calle de La Ferrería no se podía pasar. Aquello era de una tristeza enorme. Hablamos de los años setenta y tantos. Era tristísimo. Yo venía de un Avilés casi de fábula, que tenía un nivel cultural elevadísimo. Por ejemplo, eran famosos los chicos y las chicas del instituto Carreño Miranda, que era mixto. Nos encantaba pegarles una tundas que no veas en la reválida hasta a los Jesuitas de Gijón. Teníamos un nivel cultural muy bueno».

El resurgir

«Luego las cosas mejoraron en Avilés. Recuerdo una vez que vino un catedrático de Historia de la Ciencia de Santander, García Ballester, un hombre genial. Era cuando Avilés empezaba a recuperarse y recuerdo que habíamos quedado en vernos en Candás. Lo recogí y le dije: vamos Avilés. Puso una cara muy rara, hasta que lo metí en el parking de debajo del ayuntamiento, salió y vio esa plaza. Decía: ‘Yo recuerdo Avilés como gris, triste, llena de humo y esto es…’ Lo llevé a la embocadura de Rivero, a Galiana, a Sabugo. Me decía: ‘No me podía imaginar que aquí había esto’. Avilés era un sitio que pasabas zumbando por la carretera para no parar porque era gris, negro y lleno de humo».

«Yo siempre digo que Avilés es un milagro. Lo digo muchas veces. Avilés cae y cuando se levanta está mucho más fuerte que antes de cada caída. Recuerdo todavía cuando la gente se reía de Manolo Ponga (primer alcalde de la democracia en Avilés) cuando decía: ‘Vamos a dejar la ría de Avilés limpia’. Y fue a Londres, trajo al ingeniero que había limpiado el Támesis y la gente se reía de Manolo. Pues, bueno, pues ahí está. Antes no podíamos pasear por el lado de la ría y ahora tenemos un paseo al lado de la ría con un puerto deportivo, con la ría limpia, y que nos permite ver al otro lado puerto industrial limpio. A mí me encanta ver los barcos cargando allí en el muelle del Estrellín, en el muelle en que llaman de Valliniello, quizá porque a mí siempre me gustó mucho la mar».

El turismo como el mejor indicador

«El indicador más potente de que se ha puesto en valor todo lo que tiene Avilés es el turismo, y también toda esa serie de reuniones y eventos que se están trayendo a una ciudad que tiene unos equipamientos extraordinarios. Vienen porque hay infraestructura hotelera, es una ciudad amable, es una ciudad acogedora. Y también los estrenos nacionales de teatro: vienen porque llenan y la vida cultural se la ciudad es muy potente».

«Ahora va para arriba, va fuerte. Por ejemplo, busca una población en España de su volumen de habitantes que tenga vivos tres teatros. El Palacio Valdés, un teatro modernista precioso, que cuando uno va allí, aparte de ver la escena, tiene que mirar también todo lo que tiene alrededor; el teatro de la Casa de la Cultura, que es un señor teatro; y luego tenemos el Niemeyer. Lo del Niemeyer fue la mala suerte. Nos dejamos embobar en un momento determinado por una persona que iba a traer el oro y el moro. De acuerdo que trajo el oro y el moro, y también unas deudas de campeonato. Pero, bueno, en aquel momento vino a Avilés lo que no había venido a Madrid. Entonces ahora, pues como diría mi abuela, vamos entonando, vamos cogiendo tono».

FUENTE: https://www.lne.es/asturianos/aviles/2022/11/06/pepa-ciudad-milagro-78169889.html