POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En la huerta de mi pueblo, colindante con el matadero municipal, tenía una casa modesta una mujer conocida como la ‘tía Baldomera Garro’, hija menor de un matrimonio de nueve hermanos. Allí cuidaba de sus hijos que se dedicaban a las faenas de la huerta y una pequeña granja doméstica.
Pues bien, la tía Baldomera tenía un hijo que fue célebre en el pueblo, llamado Pepe Abenza Garro y apodado el Colodro. ¿Por qué se le llamaba colodro?, porque para beber agua y, también vino, cortaba una naranja o limón por uno de los extremos, lo vaciaba de sus gajos y sus zumos y hacía de ellos unos cuencos, en los que conservaba sus caldos: agua y vino y, además los aromatizaba con ambos sabores de naranja o limón.
La palabra colodro o colodra tienen su origen en el medio agrícola de la huerta murciana y, el lexicólogo Corominas, en su diccionario crítico lo describe como vasija o recipiente para líquidos; especialmente para el vino. Dicha vasija suele ser de madera y, los agricultores y ganaderos de la huerta, la utilizaban para llenarlas con la leche ordeñada de sus cabras, ovejas y vacas y, por supuesto, para beber vino y agua.
Pepe Abenza Garro ‘el colodro’, en las dos décadas de 1940 a 1960, siempre solía llevar en el bolsillo de su chaqueta una de sus colodras horadadas para tales menesteres.
Todos los días subía al café de Domingo Pérez o el colmado de Blas Carrillo Benavente, a tomarse unos vasos de vino, sacaba su colodra y la llenaba de su líquido apetecido y allí, apostado en el mostrador, departía con los amigos, bebiendo el vino de su colodra. Todos le miraban con asombro y, algunos, trataron de imitarle; aunque desistieron de la idea. Pero, José Abenza Garro, se quedó para todos los vecinos del pueblo con el apodo de Pepe, el colodro.
Como el café y el colmado distaban de su casa unos 50 metros, todas las mañanas subía a ellos, ataviado con su singular sombrero de ala ancha y su colodra en el bolsillo de la chaqueta, a beberse un café y una colodra de licor. Posteriormente, salía a la puerta donde se encontraban las célebres ‘cuatro esquinas’, para charlar con todos los trabajadores del pueblo que se acercaban todas las mañanas, con el fin de ser contratados para trabajar en las tareas temporeras de la huerta.
Allí, con su peculiar sonrisa socarrona sacaba su colodra y, a gallete, bebía el vino tinto, ante la mirada atónita de los demás trabajadores presentes. Ante tal expectación, el colodro, ajustándose su sombrero y limpiándose con el dorso de la mano, el líquido derramado por sus comisuras bucales, en plan irónico les contestaba: ¿qué pasa?
Por tal motivo, el lexicólogo Corominas explicaría el sentido de bebedor habitual o borracho a aquél que se ha puesto como una colodra; o como una cuba.
No, no era el caso de nuestro Pepe el colodro; hombre afable y trabajador quien, al habilitar los cuencos de las naranjas y limones, vivió toda su vida con el alias de ‘el Colodro’, apelativo que no le disgustaba y al que se familiarizó; hasta el punto de que muchos de sus paisanos desconocíamos el verdadero nombre de pila, ya que solo le nombrábamos como colodro y, con ese apodo se fue de este mundo.