POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y DE CARAVACA
En la actualidad, la actividad profesional del antiguo barbero está básicamente centrada en la peluquería, pues la inmensa mayoría de los varones nos afeitamos en nuestro propio domicilio. Sin embargo, para los abuelos de las actuales generaciones, la visita periódica a la barbería era habitualmente para el afeitado de la barba, y de forma esporádica para el corte del pelo. Con anterioridad a nuestros abuelos, los barberos eran los encargados de la extracción de muelas y dientes, y hasta de la práctica de las sangrías cuando determinadas patologías del cuerpo humano o animal lo exigían.
Uno de los barberos locales que ejerció la profesión en Caravaca durante el tercer cuarto del S. XX fue José Morenilla Marín, popular y cariñosamente conocido como Pepe el barbero de la calle Mayor, quien en condiciones muy diferentes a las actuales abrió negocio propio, en 1963, junto a la farmacia de D. Luís Sánchez Caparrós y frente a la perfumería de La Papirusa y la confitería de Cecilio, al final del tramo peatonal de la C. Mayor.
Pepe nació en Barranda en 1939, siendo el último de los hijos fruto del matrimonio formado por Juan Morenilla (el Malena) y Josefa Marín (hija de Antonia la maestra), quienes también trajeron al mundo a Alfonso, Madalena y Sebastián. Las primeras letras las aprendió con su abuela Antonia, siguiendo el aprendizaje de aquellas con D. Eduardo, Dª. Matilde, D. Liborio y D. Ignacio El Muñozo, maestros todos ellos ambulantes, sin carrera, como su abuela, que daban clases a domicilio a los hijos de los campesinos preocupados por la formación de sus hijos, que no eran todos por cierto.
En cuanto fue apto para el trabajo ayudó a su padre y hermanos en el cultivo de la tierra y cuidado de los animales domésticos hasta la edad militar, marchándose como soldado voluntario al Ejército del Aire y concretamente al cuartel de Cuatro Vientos en Madrid. Allí permaneció 18 meses, destinado primero en la cocina y luego en la barbería, oficio del que tenía ligeras nociones aprendidas de su hermano Sebastián.
Ejerció cinco meses como peluquero en la barbería del Regimiento, a las órdenes de un barbero civil y teniendo por compañeros a otros tres soldados de reemplazo. Al licenciarse volvió a Barranda como experto en el oficio, ejerciendo como barbero ambulante por cortijos y caseríos del campo, a los que se trasladaba en bicicleta, cobrando por cada servicio de afeitado, o corte de pelo, una peseta y poniendo él mismo el instrumental, el jabón y el suavizador, que adquiría en Caravaca a Martín el del Campo de San Juan, en su tienda bazar de la calle del pintor Rafael Tegeo; trabajo que simultaneaba con la venta de animales domésticos en cuya transacción ganaba tres céntimos de peseta por kilo.
Convencido de las pocas posibilidades de trabajo en Barranda, decidió marchar a Barcelona, con mil pesetas que le ofreció su padre, invirtiendo sólo en el viaje 500 pts. de aquella cantidad. Un viejo conocido le ofreció trabajo en Cornellá de Llobregat, en una peluquería de la C. Arenas donde además trabajaban otros tres barberos, y donde comenzó ganando cuatrocientas pesetas a la semana (de martes a domingo a medio día).
La peluquería era frecuentada por gente joven, a quienes se cobraba 15 pts. por un corte de pelo sencillo y 30 pts si el corte de pelo era “a navaja”. Allí conoció Pepe al charlatán de fama nacional Ramoné, cliente habitual de aquella. Dos años después, dominando a la perfección la navaja, el cepillo y el secador, y tras conseguir una subida de sueldo hasta las 450 pts. semanales, a petición de su novia se vino a Caravaca, haciéndose cargo de una barbería que estaba cerrada, en la Pl. de Sta. Teresa, desde su abandono por Juan el Donao. Sin embargo pronto se decidió por otra, también cerrada, propiedad de Pedro Barrera, en el último tramo peatonal de la C. Mayor, por la que pagó un traspaso de 10.000 pts, cuyo interior pintó de Azul Moratalla, abriendo en agosto de 1963 y siendo su primer cliente un niño de corta edad a quien llevó su madre sin referencia alguna, y a quien cobró diez pesetas por cortarle el pelo “a navaja”.
En febrero de 1964 contrajo matrimonio con María Guirao Montero (la Bordadora de Los Ciruelos), estableciendo el domicilio familiar en la C de Los Ciruelos donde han vivido siempre y a donde llegaron al mundo sus dos hijos: Juan y María José, a quienes enseñó el oficio y quienes siguieron el negocio de peluquería, en otro lugar urbano, muy reformado y actualizado, heredado de Pepe. La barbería de Pepe era un espacio cuadrangular, de seis metros cuadrados, con dos sillones, un espejo corrido y cuatro sillas para esperar.
Sin agua corriente ni servicio, que originariamente había sido el zaguán de entrada al edificio junto a la Iglesia de la Compañía de Jesús. Utilizaba el servicio de los vecinos y traía el agua en garrafas desde El Pilar, perpendicular a la C. del Santísimo por donde corría al agua sin protección alguna. El local era de Lorenzo Jiménez y comenzó pagando como alquiler del mismo 25 pts. mensuales.
Su revolucionario sistema de corte de pelo “a navaja”, despertó no sólo la curiosidad sino también el interés de la gente, que se arremolinaba a las puertas del negocio para presenciar lo que en aquel momento era un curioso espectáculo. Entre sus clientes: el grupo festero de Caballeros de Navarra quienes, en nuestro primer año de presencia en la Fiesta (1965) salimos a la calle con aquel corte de pelo, por el que cobró a cada uno de los componentes del grupo 10 pts. También entre sus clientes habituales: Antonio Sánchez el Terote, Jesús el Albañil, Manolico el de la Pavillona, Manolo Montiel y su hijo Juan, Manolo el del Casino y sus hijos, el librero Pedro Montoya, Mariano Martínez-Iglesias y Antonio López Elum entre otros. Durante años compatibilizó el trabajo en la barbería con el afeitado a los enfermos del Hospital Comarcal, por cuenta de la Seguridad Social, y nunca contó con ayuda alguna en el negocio, salvo la temporada en que tuvo el apoyo de Bermúdez, tras el cierre de la barbería de Pimporrio en la Cuesta del Castillo donde aquel trabajaba.
El horario era el habitual del comercio, excepción hecha de los sábados, día en que acudían a afeitarse, al concluir la jornada laboral, los empleados de la fábrica de baúles de Higinio Carrascal y los de la Serradora de la Carretera de Murcia, entre otros, a quienes atendía hasta el último de ellos, bien avanzada la media noche. Su figura, menuda y amable, siempre sobre su motocicleta Mobilette y luego Derby, aparcadas habitualmente a la puerta de la barbería, se hizo tan popular que el poeta local contemporáneo Antonio Sánchez Terote le dedicó uno de sus poemas publicados en 2011.
En la actualidad, jubilado desde 1975, comparte su tiempo entre la atención a la familia, el cuidado de unas tierras heredadas de su suegro en el paraje de Los Miravetes y su eterna afición a los pájaros y a los palomos, animales que no tienen secretos para él y de los que se considera un especialista en su cría y mantenimiento.
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