POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y CARAVACA
Durante el presente año 2010 se celebró el cincuenta aniversario de la presencia en el cortejo anual de la Cruz, de una emblemática cabila mora, de la que sólo queda en la actualidad el recuerdo a través de su herencia femenina. Me refiero a los Dragones Rojos, quienes durante una larga década pisaron muy fuerte en el mundo de la Fiesta, languideciendo después hasta su desaparición del escenario festero.
El surco abierto en la fecunda tierra festera caravaqueña por los héroes del 59, recibió pronto, como se sabe, la semilla de otras cabilas que crecieron con inusitada rapidez en el seno del Bando Moro, como fueron los Rifeños, los Halcones Negros y los Dragones Rojos a quienes hoy me refiero, nacidos al amparo de la ilusión de un grupo de amigos, capitaneados por Román Vélez, que solían reunirse en la cafetería Dulcinea compartiendo tertulia con Francisco Medina, entonces conocido como Paco el de Dulcinea y luego como Paco Liceo. El grupo inicial, comandado, como digo, por Román Vélez, estuvo formado por el mencionado Francisco Medina, el Gali, Pepe Carrasco, Antonio Vacas, José Ansón, Manolo Lag, Pepe Molina y Eduardo Espa entre otros que el lector identificará en la fotografía de grupo que ilustra este texto.
Para la denominación de la cabila se inspiraron, no se muy bien a iniciativa de quien, en los dragones de jaspe encarnado que flanquean la fachada de la Basílica de la Stma. Cruz. Y para la primera indumentaria, en las que desfilaban entonces en la ciudad alicantina de Alcoy, a donde se fueron algunos de ellos a beber ideas con las que forjar su propio atuendo. Ignoramos el diseñador del mismo, sin embargo sí que sabemos que las botas (que no babuchas) las fabricó Tacón en su taller de zapatería frente a La Compañía y que los tejidos fueron traídos de la ciudad mencionada llevándose a cabo una muy digna y llamativa indumentaria a base de pantalón bombacho amarillo con rayas negras, camisa azul, faja roja a la cintura, chaleco verde y capa roja con el escudo en la espalda (escudo que fue y sigue siendo un dragón sobre estrella de ocho puntas). La capa así mismo ostentaba otro emblema por ellos mismos acuñado, a base de dos alfanjes cruzados sobre los que campean dos medias lunas. Como tocado, un turbante blanco o amarillo rayado de negro, terminado en gorro de Fez. El armamento consistía en un alfanje, un escudo circular y un puñal al cinto, todo ello adquirido en Toledo.
La confección de los trajes, cosidos todos ellos a medida de cada uno de los cabileños, fue obra de la costurera caravaqueña Esperanza, la esposa de Vacas.
La cabila contó con sección propia de gastadores, que hacían evoluciones urbanas y, marcialmente, en cada esquina, desarrollaban la particular vuelta de gastadores. Entre ellos figuraron Manolo Lag, Pepe Medina, Pepe el Alfalfa y Agustín. Encargaron la elaboración de un banderín que bordaron las hermanas Valdivieso, el cual fue portado por Pepe Molina, quien montó un hermoso caballo que le prestaron los guardas forestales de La Zarzilla de Ramos (caballo asalvajado que domesticó a su manera Tomás el Gamba a base de darle torno durante muchas horas).
Para obtener fondos con los que hacer frente al ingente gasto que suponía y supone poner una cabila o grupo festero en la calle, se pusieron todos los cabileños su propia cuota (que hoy, cincuenta años después, consideraríamos ridícula), realizaron una operación bancaria que pagaron cuando y como pudieron, organizaron rifas y regentaron la barra de las galas nocturnas que, Comisión de Festejos, organizó durante años en el espacio de la Lonja (junto a la Plaza de Abastos, en la Gran Vía), durante los días de las Fiestas. El primer año amenizadas por la orquesta Casablanca, en la que actuaba como vocalista el popular cantante Michel, ídolo de la juventud femenina del momento.
Con todo a punto, eligieron por favorita o madrina a Manolita Abril Hernández, una guapa muchacha de origen murciano, cuya familia estaba muy implicada con Caravaca y con la Fiesta, ya que su abuelo, D. José Abril (industrial relacionado con la fabricación de motores en Murcia), fue el Hermano Mayor que regaló a la Stma. Cruz el Carro sobre el que se ha dispuesto hasta ahora el templete de plata que alberga la Sda. Reliquia durante sus procesiones de mayo, sustituyendo al pesado armatoste de madera que, al alimón utilizaban las cofradías de la Cruz y el Corpus Cristi para sus procesiones.
Manolita recuerda aún, entusiasmada, aquel día de finales de 1959 en que, Román Vélez y Francisco Medina le propusieron el madrinazgo a su familia, quienes aceptaron sin titubear, cargo que ocupó durante los años 1960, 61 y 62, pasando después a ser reina mora durante el bienio 1963 y 64, sustituyendo a María Teresa Robles Oñate al frente de la corte mora, junto a Amancio Marsilla como sultán.
Recuerda Manolita, cómo en su habitación del hotel Victoria no hubo día que faltara un ramo de flores o una caja de bombones por gentileza de la cabila. Recuerda, también, que su indumentaria se fabricó en Murcia por la costurera Lola Zambudio, siendo bordadas las dos capas que lució, por las hermanas Valdivieso, y recuerda, finalmente, que montó a la yegua Perla, de una cuadra de Cehegín cuyo dueño era conocido como El Mulero, ensayando muchas tardes en el Camino del Huerto junto a Mari Sol Zamora y María Teresa Robles, también como ella, novatas en el arte de la monta equina.
La cabila, como antes dije, pisó muy fuerte en el suelo festero caravaqueño durante más de una década. Tuvo banda propia de tambores y cornetas, que dirigió con maestría José María, un ciezano afincado en Caravaca por razones de trabajo en la fábrica de conservas Mayrena, la cual heredó la manera de desfilar de la del Batallón de Paracaidistas de Alcantarilla, a cuyo ritmo desfilaron los cabileños en su primera salida, el 2 de mayo de 1960, costándoles lo suyo seguir su ritmo camino del Castillo.
También tuvo la cabila inicialmente su harén femenino, compuesto, entre otras guapas muchachas, por Mari Sol Molina, Gertrudis Cayuela, Fuensanta Sánchez Robles, Teresa Robles, Finica López Moya, Beatriz Jiménez y unas chicas de Zarzilla de Ramos, primas de Pepe Molina. Con posterioridad en el tiempo la cabila tuvo a gala traer a desfilar con ellos a la elegida como Mis Murcia o Maja de Murcia, cada año; encargándose de ello Pepe Carrasco, quien llegó a imprimir su propia tarjeta de visita, en plan camelístico, como Majero Mayor de la Fiesta.
Al dejar la presidencia de la cabila Román Vélez, el grupo comenzó a languidecer. Permaneció, sin embargo, durante años en el cortejo de la Cruz, aunque cada vez con menos energías, quedando al frente de la misma Pepe de la Cerda, el Cuchara, hasta que desapareció del escenario festero por pura inanición. En la actualidad, como antes dije, recuerda el viejo esplendor del Dragón Morouna cabila femenina, que con toda dignidad, suple anualmente la ausencia de los viejos cabileños, en otra dimensión festera que nada tiene que ver con los orígenes de la cabila.
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