POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Dediqué una papelera a los Maestros. Hoy hablo de alumnos. Particularmente de una minoría de ellos, que son como la manzana podrida que acabará echando a perder al resto de la cesta. La prueba de lo que digo lo ratifican las estadísticas: un informe reciente afirma que en el 2015 aumentó el acoso escolar un 75%. Algunos casos escalofriantes llegan a los medios de comunicación. Hace poco vimos que en un colegio de Palma de Mallorca un grupo de alumnos, menores de 14 años, apalearon a una niña de 8 años con tal brutalidad que pasó al hospital. Si nos los separan, a lo mejor la matan. Dicen que fue en el recreo, y culpan a los maestro por no estar allí para evitarlo. Porque vigilar recreos es una de las cargas que han echado a los profesores en los últimos tiempos, precisamente cuando muchos padres son demasiado permisivos con sus criaturas y las mandan asilvestradas al cole para que las dome el maestro.
No había tenido tiempo de recuperarme de esta noticia cuando en un colegio andaluz, no recuerdo cual, se ha desarrollado el drama de un crio que quiere morirse antes que volver a las aulas, donde lleva años acosado, atacado y ridiculizado por algunos de sus compañeros, debido a que tiene una pequeña minusvalía. Que una criatura esté ahora tomando medicamentos para la depresión por culpa de una manada de fieras, con apariencia humana, debería ser suficiente para hacernos reflexionar, porque luego no entendemos la raíz de la violencia contra las mujeres, sin darnos cuenta que estos mismos acosadores escolares están usando el patio de la escuela para ensayar lo que harán con sus futuras parejas. O con sus padres y vecinos.
Yo, como historiadora, tengo el vicio de investigar el origen de los problemas. Los políticos deben hacer los mismo, lo cual no es tan difícil, Por ejemplo, la excesiva permisividad ante comportamientos incívicos en las escuelas la favoreció la LOGSE, con todas aquellas tontadas inventadas por Coll, Ausubel, y otros pedagogos, fracasados fuera, pero que los importamos en España en la década de los 80. Esta tolerancia ante la mala educación de los escolares, tiene relación con la degradación del modelo educativo español. Lo sé de buena tinta porque lo he padecido. Así que no venga a rebatirme esto nadie que haya desertado de la tiza para pontificar desde un despacho. Buena prueba de lo que digo es el aumento de bajas por depresión que hubo entonces entre profesores, y la avalancha de docentes que se acogen al menos resquicio de jubilación anticipada. Unos huyendo de tanta burocracia inútil, y de la agresividad y apatía de los alumnos; otros desencantado por un trabajo que quisieran desarrollar bien, pero no pueden. Porque, como dijo Concepción Arenal, en la vida cotidiana hace mucho daño el hastío y el aburrimiento. Así, mientras los profesores desertan por agotamiento o desanimo, en las escuelas e institutos se perpetúa un ambiente de violencia larvada, que, a veces aflora en episodios de este tipo.
Cierto es que la mayoría de los estudiantes no forma parte de esa manzana podrida, pero ya es malo para ellos ver que estos violentos son los amos del redil. El miedo es libre, y se comprende que a esas edades no haya muchos Quijotes dispuesto a que les partan la cara por defender a la víctima elegida por los acosadores. La mayoría opta por mirar a otro lado. Pero en su subconsciente queda que quien recurre a la violencia es el líder, al que toca obedecer. O sea, que en la escuela, fuera del programa oficial que se enseña en el aula, lo que se aprende en los recreo es la doctrina del fascismo. Mussolini dijo en uno de sus discursos que en su régimen había varias clases de ciudadanos: los que colaboraban con el gobierno, que recibirían cargos y honores, los indiferentes, que podrían circular, y los opositores, que no circularían. Es el mismo discurso imperante hoy en Cuba o Venezuela, y el del populismo que se expande por el mundo. Muchos ciudadanos, acaso de buena fe, les apoyan. Hasta en las dictaduras hay personas que las defienden con argumentos pacíficos. Pero yo comparto una frase que pronuncio una vez Charles de Gaulle: los fascistas no son todos violentos. Pero todos los violentes son fascistas. O sea, son dictadores, como estos niños y adolescentes que acosan a sus compañeros y les inducen a veces al suicidio. Sí, estos escolares son pequeños dictadores, dice mi papelera, pero acabarán siendo grandes maltratadores, aunque se “eduquen” en escuelas demócratas. En algo nos estamos equivocando. Eso es seguro.
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